Francisco Cruz de Castro (Pintor)
José Rafael Díaz Hernández y Pedro Anatael Meneses Roqué
En un mundo interconectado y dependiente de las rutas marítimas que transportan el 90% del comercio global, la industria naval resurge, cada vez con mayor importancia, como un pilar fundamental para las principales potencias económicas. No se trata solo de construir barcos, sino de asegurar soberanía, proyectar dominio y fomentar innovación tecnológica. China, Japón y Corea del Sur, lideran esta carrera. Estados Unidos e India aspiran a superarlos con sus nuevas políticas públicas, invirtiendo miles de millones en astilleros con enormes capacidades para desarrollar flotas nacionales e instalaciones portuarias. ¿Qué factores condicionan e impulsan esta estrategia?
Vivimos un momento de la historia, en el que la industria naval trasciende sobre lo económico, habiéndose convertido en un verdadero multiplicador del poder geopolítico de las grandes potencias, que contribuye a la seguridad nacional. Quedó patente durante la época pandémica. Los países con flotas nacionales priorizaban sus envíos estratégicamente. En periodo postpandémico, el súbito incremento de demanda también supuso un problema para aquellas potencias sin flota propia.
En un contexto de tensiones geopolíticas en la zona del Indo-Pacífico, el Ártico, Estrecho de Malaca o el de Ormuz, las flotas nacionales están jugando un papel clave, protegiendo las rutas comerciales claves.
Según datos de Clarksons Research, el tonelaje bruto compensado global, alcanzó cifras récord en 2024, impulsado por la demanda de buques militares y comerciales. Un astillero consolidado, permite la construcción de fragatas, portacontenedores y rompehielos, buques ahora esenciales, para mantener la presencia estratégica en zonas en disputa.
Económicamente, el sector naval tiene una enorme capacidad de generar riqueza en cadena. Cada empleo en los astilleros, crea otros cinco en la cadena de suministro, desde acerías, electrónica avanzada, suministros, etc. Robert O’Brien, ex asesor de seguridad nacional de EE.UU., ha destacado en un análisis reciente, que la construcción naval comercial, fortalece la base industrial, reduciendo costes, también en la industria de construcción de buques militares.
El organismo estatal de promoción del comercio de Corea del Sur, Kotra, estima que la industria mundial de la construcción naval, crecerá desde los 150,4 mil millones de dólares de 2024 a 203,8 millones de dólares en 2033.
China aglutina la producción mundial naval, dominando el sector con holgura. Los aranceles impuestos por EE.UU. a los barcos que hayan sido construidos por Pekín, persiguen equilibrar la balanza en el sector y recuperar esta industria. Conocedores del enorme potencial económico del sector y del liderazgo de China, EE.UU., Japón e India están tratando de incrementar su actividad de construcción y reparación naval por todos los medios. El desarrollo, liderazgo comercial y seguridad de sus estados dependen de ello.
El control de las grandes flotas nacionales ejerce, incluso, una coerción económica sobre los estados. Para entenderlo y en el supuesto de que China decidiera retirar de alguna región su flota mercante, la mayor del mundo, muchas economías se verían paralizadas. En un mundo con disrupciones constantes en las cadenas de suministro, controlar la construcción y reparación naval asegura resiliencia. Al mismo tiempo, el rearme global impulsado por los conflictos bélicos actuales, ha elevado la demanda de buques de doble uso, comerciales y militares, como por ejemplo patrulleras o buques logísticos.
LA APUESTA DE LAS GRANDES POTENCIAS
China dominó el 70% de los pedidos globales de construcción de buques medidos en GT compensado durante el ejercicio 2024, frente al 32% de 2017. Conocedora de su ventaja competitiva y con el ánimo de mantener esta situación, Beijing subvenciona actualmente de forma masiva sus astilleros, como por ejemplo la Corporación Estatal de Construcción Naval (CSSC), cuya actividad viene creciendo de manera ininterrumpida. Las tarifas portuarias de la administración norteamericana, que se aplicarán a partir del 14 de octubre de 2025, suponen hasta 120 dólares por contenedor descargado desde un buque chino en puertos estadounidenses, lo que supone un desafío para el gigante asiático y una oportunidad para sus competidores surcoreanos o japoneses. Con estas medidas, Estados Unidos busca la revitalización de su industria.

La administración norteamericana firmó una orden ejecutiva el pasado 9 de abril de 2025, para crear el plan marítimo nacional. La medida se centra en la reactivación de la capacidad de construcción naval, reparación y mejora de los puertos de Estados Unidos, uno de los sectores industriales vitales y en declive desde la década de los ochenta. El proyecto incluye zonas de prosperidad marítima, formación de marineros y contrarrestar el «dumping» chino.
El ex asesor de seguridad nacional de los Estados Unidos y presidente de American Global Strategies, Robert O’Brien, ha enfatizado que, sin construcción comercial próspera que reactive todo el sector, los buques de la Navy seguirán costando el doble. Son actividades transversales y en estrecha relación. De momento y mientras se desarrollan las aspiraciones del plan nacional marítimo, EE.UU. explora alianzas con Corea del Sur, concretamente con Hanwha Ocean, reparando buques de la marina, como el USNS Wally Schirra, mediante contratos MRO (mantenimiento, reparación y operaciones) en territorio estadounidense. La compañía Hanwha Ocean, ha adquirido para ello un astillero en Filadelfia por 1,1 billones de dólares, comprometiéndose a realizar otras inversiones hasta 2054.
En Japón, la industria naval ha consolidado el 12% de las entregas globales en 2024. Imabari Shipbuilding adquirió el 60% de Japan Marine United creando un gigante, cuyo objetivo es alcanzar el 20% del mercado global en 2030, enfocándose especialmente en buques de bajas emisiones propulsados por amoniaco o metanol. El problema de Japón sigue siendo la falta de mano de obra especializada y el alto grado de envejecimiento de su población, por lo que depende de la migración para suplir esta carencia. La política japonesa para que la flota local solo se construya y reparé en las instalaciones nacionales también contribuye a la protección del sector.
Un fondo público-privado de 7.000 millones de dólares modernizará los astilleros japoneses, abordando el problema de la escasez laboral, propiciando la entrada de 76.000 trabajadores de los cuales un 20% serán extranjeros. De momento, los aranceles norteamericanos no se han dejado notar en la demanda de buques de fabricación japonesa cuya demanda sigue estable.
Corea del Sur, aglutina el 17% de los nuevos pedidos en 2024. Grupos como HD Hyundai y Hanwha, ofrecen costes muy competitivos. Esta última se ha posicionado como socio preferente de Washington, obteniendo contratos durante 30 años para prolongar la vida útil de los buques de la marina, construyendo barcos no tripulados o fragatas.
En Europa, la necesidad de un rearme urgente, está dando un importante impulso al sector. En España, la compañía Navantia, juega un papel de liderazgo. Recientemente, la decisión de desviar trabajos del contrato de 2.000 millones de libras con la Royal Navy a Ferrol, por problemas en los astilleros de Belfast, está beneficiando a toda la red de astilleros asociados.
UN FUTURO DE COMPETENCIA NAVAL
La industria naval no es solo un sector económico, se ha convertido en un instrumento de poder geopolítico. Las superpotencias, conocedoras de ello, están invirtiendo en esta industria para ejercer un mayor control comercial, de defensa e innovación en un mundo multipolarizado y extremadamente competitivo.
China lidera en volumen, pero políticas como las de la administración norteamericana, rompen el statu quo que preponderaba hasta ahora. La construcción naval, los astilleros y las flotas nacionales, definirán cada vez más la supremacía global. Sin embargo, hay que enfrentar desafíos como la escasez laboral, la especialización y los costes ambientales, lo que exige alianzas internacionales para alcanzar la sostenibilidad en esta industria.
China, Corea del Sur, Japón, EE.UU. e India apuestan contundentemente por este sector, para garantizar su desarrollo y liderazgo a todos los niveles. Los motivos están justificados en un entorno donde la geopolítica tiene un papel cada vez mas relevante y el control de esta industria resulta una parte esencial.



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