Si la democracia occidental es ciega, tal vez ha llegado el momento de preguntarse si también ha perdido el olfato, porque el hedor de la hipocresía ya resulta insoportable en la forma en que Occidente trata las guerras, ya sea en Ucrania o en el genocidio humano de Gaza, ya sea la víctima musulmana, cristiana o incluso budista del Himalaya.