A falta de una explicación exhaustiva y documentada de las causas del cero eléctrico que sufrieron España y Portugal el lunes 28 de abril, ya tenemos sin embargo montado el circo patrio, cada uno tirando para su lado. Nunca aprenderemos a dejar el politiqueo a un lado y a centrarnos en los debates realmente importantes.
El Partido Popular se ha apuntado a la tesis de que las razones fueron el exceso de energías renovables y la falta de nucleares en el momento del apagón. Pide, como de costumbre, la dimisión de Sánchez, también la de Beatriz Corredor —ex ministra socialista y Presidenta de Red Eléctrica de España— y aboga por prolongar la vida de las siete centrales nucleares todavía activas. Todo ello, sin saberse todavía las causas.
Red Eléctrica afirma, sin pruebas concluyentes, que descarta un ciberataque y da a entender que el origen estuvo en las empresas operadoras, las que se conectan a la red para suministrar la energía. Estas, por su parte, dicen que la responsable de la gestión del sistema es Red Eléctrica y que a ellas no las miren. Por si acaso, ambas —Red Eléctrica y las operadoras— están siendo muy lentas en suministrar datos al Gobierno y repiten que no encuentran explicación a lo que ha pasado y que, en teoría, un cero eléctrico es imposible. Es obvio que, en la práctica, no. El Gobierno no descarta nada pero, por si acaso, amenaza a Red Eléctrica y a las operadoras con exigirles responsabilidades si se demostrara que se trata de un fallo técnico o de una negligencia.
Vayamos a los hechos que conocemos con certeza y a algunas consideraciones técnicas sobre cómo funciona el sistema eléctrico. Es un hecho que la desconexión empezó por el suroeste de España, donde predominan las centrales fotovoltaicas, alguna de ellas con capacidad para generar hasta 0,5 GW, y que hubo dos momentos distintos de desconexión en los cinco segundos críticos en que todo el sistema se vino abajo. También que, antes de la desconexión, hubo una bajada de tensión en la red y que fue esta la que provocó la desconexión automática de las centrales. Se trata de un mecanismo de autoprotección de estas: si no se puede compensar la bajada de tensión, la desconexión protege a la central de una avería que dificultaría después su vuelta a la normalidad.
Otro hecho constatado es que había en ese momento —en contra de lo afirmado por el PP— 3,5 GW (gigavatios) de centrales nucleares funcionando y que la proporción de renovables no era excepcional. Por ejemplo, los días 16 y 17 de abril esa proporción era bastante mayor y no hubo problemas.
El operador de red portugués aventuró inicialmente que la bajada de tensión se debió a un fenómeno atmosférico inusual conocido como “vibración atmosférica inducida” pero, más tarde, se desdijo de esta afirmación, que también fue desmentida por la AEMET española.
Tampoco hubo tormentas solares ese día, que son erupciones de radiación electromagnética que, en casos extremos, podrían provocar apagones en un sistema eléctrico. La experta meteoróloga y doctora en Física Mar Gómez apunta a un fallo técnico o humano en la red eléctrica de transporte: “la magnitud del suceso hace pensar en una interrupción sistémica de carácter no natural”.
En mi opinión, ha sido Joan Herrera —ex diputado de Iniciativa por Cataluña y ex-director del IDAE— el que ha aportado la mejor información (EL PAÍS, 30/04/25). Las desviaciones de tensión se manifiestan como variaciones de la frecuencia a la que se suministra la corriente alterna que, en España, es de 50 Hz. Algunas tecnologías, como la hidráulica, la nuclear, la termosolar y los ciclos combinados de gas, proporcionan una fuerte resistencia o “inercia” ante esas variaciones, mientras que otras, como la solar y la eólica, ofrecen menos. Por otro lado, las tecnologías hidráulica y de gas son más gestionables, porque su potencia puede aumentarse y disminuirse gradualmente. La nuclear, en cambio, es muy rígida de gestionar. La fotovoltaica y eólica son también poco gestionables, porque dependen de fenómenos atmosféricos impredecibles como el sol y el viento.
En el momento del apagón no había hidroeléctricas activas —pese a estar los pantanos a rebosar— porque el mercado fuerza que en la puja entren primero las renovables, por ser más baratas. Lo cual plantea la cuestión de si las tecnologías presentes en cada momento han de ser fijadas solamente por el mercado o si deben tenerse en cuenta otras consideraciones técnicas. Lo ideal, según Herrera, es que el mix de energía incluya en cada momento tecnologías con inercia y sin ella y algunas de dichas tecnologías sean gestionables, para poder adaptarse mejor a las variaciones de la demanda. La demanda y la oferta han de estar siempre equilibradas. Si se desajustan tan solo unos puntos pueden producirse oscilaciones graves en la tensión y estas tirar el sistema.
Las energías renovables produjeron en 2024 el 56% de la electricidad y la tendencia es a que esa proporción siga aumentando. Esta decisión es política y la toman los ciudadanos cuando votan. Por lo tanto, en el caso de demostrarse que el apagón fue debido a las características de algunas renovables, la solución no sería prescindir de ellas y volver al carbón y a las nucleares, tecnologías que, o bien calientan el planeta, o bien producen residuos que hay que gestionar durante miles de años. La solución sería aumentar las protecciones y la inercia del sistema, por ejemplo mediante el almacenamiento a gran escala.
También se puede debatir si es razonable que algunas partes del sistema que contribuyen a su robustez —notablemente, la energía hidráulica, que es gestionable, almacenable y tiene una gran inercia—, estén en manos privadas y su uso se guíe solo por criterios de rentabilidad.
Todos estos debates son técnicos, pero también políticos, y son los ciudadanos informados los que deben decidir entre las diferentes opciones. Por desgracia, el debate —como todo en nuestro país— está polarizado entre izquierda y derecha, porque es la izquierda la que defiende en solitario la lucha contra el cambio climático y la que también rechaza la energía nuclear como solución. En otros países, el reparto de papeles no es tan nítido: las derechas apuestan por la energía solar en Alemania y alguna izquierda acepta las tecnologías nucleares en Francia.
Necesitamos claridad y menos oportunismo en este debate. Sea un ataque exterior, un fallo técnico, una negligencia o un déficit de inversión, la única cosa clara para todos es que una situación como la vivida el día 28 no debe volver a suceder en un país que es la cuarta economía de Europa.