El día en que se apagó España

“Cuando España se apagó, millones de ojos buscaron la luz y solo encontraron el silencio de un transistor. Crónica íntima de un país a oscuras y de la esperanza que nace de lo imprevisto.”
Pereira

Una crónica íntima del gran apagón del 28 de abril de 2025

España, 19:00 h, 28 de abril de 2025.
Lo más duro de cualquier intervención dental, por pequeña que sea, es la anestesia. Claro que sin ella sería mucho peor. Desde el momento en que el facultativo te pincha —y siempre es más de una vez—, hasta que las consecuencias se apoderan de tu boca, dejándola inmóvil durante horas. Ni una palabra. Nada.

Pues bien, yo podré contar que, cuando España se apagó, me pilló con la boca abierta. Literalmente. Estaba justo saliendo del sillón del dentista. Mi suerte fue que los tornos se apagaron justo cuando me decía:
—Hasta el próximo día. Por hoy hemos terminado.

—¡Vaya! Se ha ido la luz.
—Serán los plomos que han saltado.
—No, ha sido en todo el edificio —indicó la recepcionista.

La calle y la incredulidad

Al salir a la calle, lo primero que pensé fue en la suerte que había tenido. Si eso me hubiera pasado antes de la intervención, habría salido jodido, solo y con media cara dormida. Pronto confirmé que no era un problema del edificio: semáforos apagados, negocios a oscuras, teléfonos sin señal. Todo parado. Todo menos El Corte Inglés. Por supuesto.

Camino del intercambiador de Moncloa comprobé que el corte era general. Los viandantes caminaban compulsivamente mirando sus móviles, tocando teclas sin sentido, llevándoselos al oído, esperando una respuesta que no llegaba. En el autobús, el silencio habitual se rompió. Todos comentaban lo mismo. Incluso se hablaba con el de al lado, algo insólito. El “telefonino”, como dicen los italianos, estaba mudo.

Un pasajero con más gracia que juicio decía:
—No han sido los rusos, como dice esa señora. ¡Han sido los alienígenas!

Desde los asientos traseros, alguien remató:
—Sí, alienígenas… pero de La Moncloa.

El hogar en sombras

Al llegar a casa, la alarma no funcionaba. Obvio. Nada funcionaba. Salvo la cisterna del váter: el agua no necesita electricidad… de momento. Porque en cuanto las bombas de impulsión agoten sus generadores, adiós a todo. Menos, probablemente, en El Corte Inglés.

¿Cómo saber qué estaba pasando? ¿Cómo relacionarme con el mundo? Como en el 23-F: con el transistor. Por suerte tenía pilas. Y una vieja radio, esa que mis hijos ridiculizan cada vez que la saco al patio.

—Papá, no tienes el móvil.

Pues no. Hoy, España, se ha apagado.

¿Un ciberataque? ¿Un cortocircuito nacional?

La radio, casi como un oráculo, suelta la primera teoría: un ciberataque. ¿De quién? ¡De los rusos! Lo decía la señora del autobús. También lo había anticipado el presidente en alguna comparecencia. Luego interviene un señor importante de Red Eléctrica —uno de esos que cobra cifras que mi cuenta jamás verá—. Su explicación, traducida al idioma ciudadano, fue: “No sabemos qué ha pasado. Nunca había pasado antes”. Maravilloso.

Después dijo algo sobre que la electricidad que entra no coincidía con la que salía. Que el sistema se descompensó y… ¡pum! Todo a cero. Literalmente. A las 12:30 sacábamos más de lo que metíamos, y claro, el sistema colapsó. O eso entendí yo, que tampoco soy ingeniero. El transistor no tiene botón de retroceso, la tele no funciona y el móvil está muerto, así que igual entendí mal.

Parece que no fueron los rusos, ni en Francia ni en Portugal se rompió “el aparato”. Solo a nosotros.

El relato oficial y el relato alternativo

Hubiera tenido más morbo si hubiesen sido los rusos. El presidente de Andalucía estaba convencido de que lo era. También Ayuso. Incluso el alcalde de Madrid pidió la intervención del Ejército “para garantizar el orden”. Tremendo.

Mientras tanto, yo me preocupaba por la lavadora y el microondas, que podrían quemarse si la electricidad regresaba de golpe. Me preocupaba más por esos que por los culpables: aún no los hemos terminado de pagar… en El Corte Inglés, naturalmente.

Cinco horas después, la incertidumbre persistía. En una emisora decían que era culpa de los ciberatacantes. En otra, que el destino cruel del pueblo español. En la tercera, por supuesto, la culpa era de Sánchez, que quiere justificar con esto su gasto en defensa. Todo tiene su relato.

El fin de la batería y de la paciencia

Mi móvil agoniza (20%) y la tableta desde la que escribo esto está peor. ¿Y después qué? ¿Qué mundo me queda?

Pero no todo es drama: hace un precioso día de primavera. No necesito calefacción (no funcionaría igual) y, además, se me ha pasado la anestesia. Ya puedo comer. Aunque mejor dejo el embutido para más adelante, que aguanta más. Los helados, en cambio, empiezan a derretirse. Lo siento, Raquel: empiezo por ellos.

Dicen que va a comparecer el presidente para explicar qué ha pasado. Espero que las pilas del transistor aguanten. Si se apaga también, solo me quedarán los helados… sin saber qué ha dicho el presidente. ¿Y qué más da?

En la oscuridad también se puede soñar

Me iré pronto a la cama. No hay tele, ni internet, ni nada. Si me duermo pronto, tal vez sueñe más. Quizás sueñe que vivo en otro siglo. ¿Eso rejuvenece?

Aunque, con tanto helado, mis sueños —como mi barriga— pesarán.

Eso sí: ya no me duele la boca. Al final, igual no ha sido tan mal día.


Una propuesta.

Los italianos celebran el 25 de abril entonando Bella Ciao, en recuerdo de la liberación de Roma del ejército nazi.
Los portugueses festejan su 25 de abril con Grândola Vila Morena, símbolo de su revolución de los claveles.
Propongo que los españoles, cada 28 de abril, cantemos Candela, Candela, de El Mani. Esa que dice:

Qué bonita está la noche
Con la luz de la candela

MUCHO MÁS Y MUY INTERESANTE SOBRE EL APAGÓN

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest
Leave A Reply