Anticipo

España apagada desde el espacio

Escribo mientras la península vive el silencio de las redes, la calma de los ordenadores y la sorpresa de la introspección. De ser la sociedad de la información, hemos podido vislumbrar cómo sería la sociedad del aislamiento, de la falta de energía y la imposibilidad de remediar una vulnerabilidad que hemos dejado llegar hasta el absurdo. Hoy 28 de abril de 2025 ya podemos decir que sabemos lo débiles que son nuestros sistemas energéticos.

Mi hija nos cuenta un par de cosas de lo que está pasando desde Abu Dabi (todo mentira, por cierto ) y por ella sabemos del enorme alcance de este ¿ataque? Apagón que, según lo que se va sabiendo, nos va a dejar a oscuras entre 6 y 8 horas. Esas 8 horas no serían suficientes para enumerar todo lo que ahora mismo está parado o funcionando con grupos electrógenos cuyo combustible no se va a poder reponer porque no hay forma de hacer funcionar los sistemas de las gasolineras: me cuenta un amigo que está de vuelta de Jerez que la gasolinera está llena de coches a la espera de que vuélvala luz. No hay bombas manuales, no hay grupo autónomo …no hay solución.

Somos muy vulnerables, somos enormemente dependientes de la electricidad y esa dependencia va en aumento, por desgracia. No sé si es posible un reajuste que, a estas alturas, nos haga menos débiles, pero lo que parece imprescindible es blindar la red eléctrica para que, además de no haber fallos técnicos, sea invulnerable a los ataques informáticos. Personalmente, estoy seguro al 99% de que el apagón de hoy ha sido fruto de un sabotaje informático (probablemente, también me he equivocado) así que la realidad viene a dar la razón a todos los que, sin que les hagan mucho caso, vienen anunciando la necesidad de que todo se reajuste según parámetros de defensa frente a este tipo de ataques, verdadera plaga que ha ido desgastando a las empresas en silencio hasta este aldabonazo a la seguridad general europea.

Me llega que el Gobierno reúne al Consejo de Seguridad Nacional a la vez que Ayuso, tan moderada como siempre, se echa al monte y pide la intervención del ejército, pero sin especificar muy bien para dedicarlo a qué tarea en concreto, pues parece ser que la calma de los inmensos atascos reina en todas partes y todo el mundo se arma de paciencia para subir los pisos que le toque subir aunque tenga que jadear como oigo jadear a mis vecinos, poco acostumbrados a chuparse los 12 pisos andando.

Es posible que me muera de un ataque de optimismo, pero creo que esta crisis, ya veremos si grande o pequeña, puede venir realmente bien para centrar la atención en algunos programas de protección, en la alerta de las empresas que están siendo sangradas por chantajes de especialistas que les roban datos o les bloquean los sistemas y para darnos cuenta de que un país puede seguir adelante con muchos muertos a cuestas, pero que no puede vivir sin que su electricidad llegue a todas partes. Es duro, pero es así.

Sin vergüenza

Nos quedamos sin luz. Bien, es algo que puede pasar aunque, por fortuna, la magnitud del apagón de ayer es algo absolutamente excepcional, tan excepcional que no había pasado nunca. Algunos hablan de vergüenza nacional, desastre absoluto del gobierno – de todos los gobiernos, entiendo – y yo no estoy en absoluto de acuerdo.

En primer lugar, la ciudadanía respondió al desafío con normalidad, entereza, solidaridad e incluso humor. Quitando algunos, muy raros, casos de mala leche, lo habitual fue la comprensión y la tranquilidad ante lo que se había convertido en algo que había que soportar con resignación. Las diferentes administraciones no dejaron colgado a nadie: la Guardia Civil hizo lo que debía, la Policía y el Ejército, lo mismo, los ayuntamientos abrieron polideportivos y unos y otros suministraron agua, comida, mantas etc que hicieron la cosa mucho más llevadera. Un 10 para esos solidarios que, además, alojaron a gente en sus casas, dieron dinero y ayudaron como pudieron. Sigo sin ver vergüenza en todo eso y es más, me alegro de que la cosa se fuera arreglando al buen ritmo que lo hizo, algo que, en muchos lados, no hubiera pasado, seguro.

Mención aparte merecen las autonomías que, visto el pastel de lo ocurrido con la dana de Valencia y el posterior proceso judicial, se quitaron el marrón a toda velocidad y le pidieron al Gobierno que subiera la emergencia hasta el grado 3 y quedar limpios de polvo y paja. Ejemplar, sin duda. No deja de ser paradójico que el odiado Marlasca acabara, ayer, como el Gran Manitou Blanco en el que quedaron depositadas las esperanzas de aquellos que más le odian. Cosas veredes, Don Sancho…

Creo que, como oí a un experto en la radio, es hora de aprender mucho, prevenir mejor y tomar las medidas oportunas para evitar que en el futuro esto pueda repetirse, tenga el origen y la causa que sea, algo que todavía no se conoce y que, imagino, trae de cabeza a equipos muy expertos que se se están estrujando los sesos haciendo lecturas, simulaciones y toda clase de análisis para determinar qué cuerno ha pasado. El mismo experto, con más de 40 años de experiencia, no conocía algo semejante y además, ponía en su justo término el grado de capacidad de los ingenieros de la red eléctrica. Se sabrá, se tomarán medidas y con suerte, la cosa, como tantas otras pasará. Eso sí, durante un tiempo, la oposición seguirá exigiendo que Sánchez sea colgado y electrocutado en una torre de alta tensión, pues todos sabemos que esto ha sido culpa suya, sin duda.

No nos acostumbramos a la idea de que, cada año con más intensidad, trabajamos en muchas zonas rojas debido al aumento de población, a la mayor necesidad energética, a lo extremo de las condiciones de extracción del petróleo allí donde no se pueden solucionar los problemas, a la aparición de nuevos virus y enfermedades y a toda clase de amenazas: es lo que nos toca asumir y enfrentar mientras solucionamos los diversos tropezones con los que nos vamos encontrando.

Me reitero: nada de lo que avergonzarse, muchas felicitaciones para muchos que hicieron mucho y muy bien y a ser conscientes de que este país sigue siendo muy bueno en muchas cosas que muchos otros envidian.

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