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¿Cuántas cenas de Navidad necesitas para saber que tu cuñado no es trigo limpio?

comida de cuñados

Todos sabemos lo que es el cuñadismo. En términos coloquiales, suele tener dos significados: Por un lado, nos podemos referir a la práctica de favorecer a un cuñado (o, por extensión, a otros parientes políticos). Es decir, colocar a un allegado sin que tenga los méritos para ello. Una segunda acepción es la costumbre, hábito o vicio de expresar opiniones sobre cualquier tema con soltura y descaro, pareciendo saber más que el reputado académico. Esa actitud de pontificar, sobre todo teniendo conocimientos superficiales, es una actitud muy de esta época.

También se ha extendido la creencia de que, aunque no es del todo cierto, la relación con los cuñados se intensifica y cualifica en Navidad. No es así, pues las interacciones con los cuñados se producen varias veces al año, casi constantemente (cumpleaños, especialmente los de los suegros, y muchas otras ocasiones). Lo que sucede en Navidad es que se pasa más tiempo juntos, en torno a una mesa, comiendo y bebiendo como si no se hubiera comido en todo el año o no se fuera a hacer en el venidero. En las cenas, es sabido que existe un proceso de desinhibición que permite intimar mucho más producto del cariñena, que diría Don Mendo. Aunque ahora va más todo de champaña francés. Debe ser por el aumento nivel de vida

Esto es lo que ocurre con los cuñados: en la primera ocasión, todos nos mostramos más comedidos e incluso cautos por vergüenza, no por educación, y por un instinto de supervivencia y autoprotección. No vamos a contarle a un extraño más de la cuenta. Con el paso del tiempo y la sucesión de encuentros en diferentes formatos, la relación se estrecha, evidentemente. Al final, una tras otra, se termina hablando de todo, incluso a veces se viaja juntos, y ya se sabe que no se va a ir con la música siempre puesta. Se habla de todo, tanto de lo que no se tiene en común como de lo que sí. Al final, como Jack Worthing y Algernon Moncrieff, los protagonistas de «La importancia de llamarse Ernesto» de Oscar Wilde, donde la confusión de identidades es tal que ninguno sabe quién es realmente «Ernesto» en su diabólico juego para escapar de sus responsabilidades sociales y vivir dobles vidas.

Claro, si eres un poco listo, no hace falta ser un genio, a tu cuñado lo ves venir en la segunda reunión de Nochebuena o Navidad. Es cuando te das cuenta de que es «un piernas», un tipo de dudosa moral y principios, un «viva la virgen», como diría mi abuela. En ese momento, muy tonto, tienes que ser, mucho, para que si te pide trabajo en tu empresa, por ejemplo, rápidamente respondas: «No, en mi empresa no tenemos puestos para maestros», por ejemplo, quien dice maestro dice electricista. Muy tonto, si no has visto venir que se va a aprovechar de ser tu cuñado y te va a hacer la vida imposible en la empresa, donde todos te aprecian y tu reputación está por las nubes.

Pues antes de ese momento ya sabías cómo era el percal del individuo. Tantas cenas, cumpleaños, bautizos y comuniones ya te habían dado la medida del «pieza» y a ti no se te engaña fácilmente, ¿o sí? Además, están los otros y las otras: los hermanos, las hermanas, los demás cuñados, los tíos y los amigos. Los muchos amigos, pues cuando uno va de aquí para allá, como el baúl de la Piquer, los amigos se te salen por la rendija.

En fin, lo peor no es que te salga un cuñado rana. No, lo peor es que seas tan ingenuo que no te des cuenta, que te sientes a su lado y veas, celebración tras celebración, que robaba a los invitados, presuntamente, sí, presuntamente. Pero dice el refrán castellano: «Quien calla (o dimite) otorga».

Quizás uno va tan ilusionado, tan convencido de sí mismo y de lo que le rodea, a las celebraciones que no tiene ojos más que para las manos aplaudiendo. Claro, ni el cuñado del cuñado, ni ninguno de los demás. Hay que dar gracias de que en la familia del cuñado nadie tiene la capacidad de disponer de cosas importantes y las haciendas que administran nada tienen que ver ni conmigo, ni con la Señora Juanita, mi vecina pensionista, que está muy contenta de lo que hace el cuñado por la paz mundial y por el cambio climático. Aunque no entiende nada de lo que está pasando.

Explicación tonta, pero necesaria. Esto está escrito con ironía, pero con el mayor respeto a los ciudadanos y desde el mayor dolor. El que produce la sensación de que te quieren tomar el pelo, y quien quiere hacerlo dice que somos una familia.

Como bien dijo el ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha: «La verdad adelgaza y no quiebra, y siempre anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua.» (*)

Capítulo X Donde se cuenta la industria que Sancho tuvo para encantar a la señora Dulcinea, y de otros sucesos tan ridículos como verdaderos
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