El reciente acuerdo comercial entre la Unión Europea (UE) y Estados Unidos (EEUU), anunciado con pompa, pero sin papeles, es un ejemplo preocupante de cómo las formas, el fondo y la transparencia pueden erosionar la credibilidad de las instituciones europeas. Lo que debería haber sido una muestra de fortaleza negociadora se ha convertido en una puesta en escena bochornosa, culminada en la Casa Club de un campo de golf en Escocia, propiedad de Donald Trump. ¿Es este el escenario adecuado para sellar un pacto entre dos potencias económicas?
Desde la llegada de Trump al poder, la Comisión Europea ha mantenido contactos con Washington, pero el acuerdo final se cerró fuera de los cauces diplomáticos habituales. Ni Bruselas ni Washington fueron sede del anuncio, y la presidenta Von der Leyen ni siquiera pisó la capital estadounidense. Esta teatralización, más propia de un «reality show» que de una negociación internacional, recuerda a episodios políticos que en España hemos vivido con vergüenza: acuerdos sellados en lugares que simbolizan más la rendición que el diálogo.
Pero más allá de las formas, el contenido del acuerdo —o mejor dicho, su ausencia— es aún más alarmante. Los sectores siderúrgico y del aluminio han sido excluidos, condenados a soportar aranceles del 50% sin horizonte claro de solución. ¿Cómo se explica esto a las empresas y trabajadores europeos, especialmente en países donde estos sectores son estratégicos? ¿Dónde queda el tan anunciado plan de acción para el acero?
La transparencia, ese valor que la UE proclama como pilar de su acción política, brilla por su ausencia. No hay textos vinculantes, solo declaraciones altisonantes y alguna bravuconada de Trump. El comisario Šefčovič, teóricamente responsable del asunto, fue desplazado por el director de gabinete de Von der Leyen, quien mantuvo informado prioritariamente al primer ministro alemán. ¿Es esta la Europa de los iguales?
La Comisión, sometida a presiones de los Estados miembros, ha cedido en aspectos que rozan lo imposible. Comprometerse a comprar gas estadounidense, cuando esa decisión corresponde a empresas privadas, es una muestra de debilidad institucional. Las amenazas de Trump —“comprarán lo que yo quiera y a quién yo les diga”— no solo son inaceptables, sino que evidencian una UE incapaz de plantar cara.
Cuando Trump proclamó el “día de la liberación”, algunos países se resistieron, los mercados se tambalearon y la UE, por cobardía o desidia, suspendió sus medidas compensatorias. El resultado: un acuerdo peor que el alcanzado por el Reino Unido. ¿Dónde está la estrategia? ¿Dónde el liderazgo?
Un análisis DAFO revela una Comisión con capacidad negociadora, pero lastrada por el llamado “mandato Timmermans”, que extiende los acuerdos comerciales a terrenos ideológicos. La lentitud en la toma de decisiones y la necesidad de contentar a todos los Estados miembros —aunque algunos sean más iguales que otros— son obstáculos estructurales.
Las oportunidades de encontrar nuevos mercados son una quimera. Nadie en su sano juicio puede pensar que se puede sustituir a EEUU como destino comercial. El acuerdo con MERCOSUR podría avanzar, empujado por la desesperación alemana, pero ¿qué otros acuerdos tienen impacto real? ¿Nueva Zelanda?
La amenaza principal es el gobierno estadounidense, una mezcla de populismo aislacionista y autoritarismo. Pero la mayor debilidad está en la propia UE: una Comisión débil, fragmentada, sin liderazgo político. Von der Leyen reina sola, mientras figuras como Draghi o Letta son elevados a santos laicos sin capacidad de acción. La UE necesita urgentemente un Delors, incluso un Juncker, o alguien como el presidente Costa, el único socialdemócrata con solvencia política.
Este acuerdo no es un éxito, ni siquiera un mal menor. Es una rendición diplomática que pone en evidencia la fragilidad de la UE en un mundo cada vez más hostil. Si Europa quiere seguir siendo relevante, debe recuperar su dignidad institucional, su liderazgo político y su capacidad de negociación. De lo contrario, seguirá firmando acuerdos en campos de golf, mientras sus industrias se hunden y sus valores se diluyen.
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