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Lealtad  Constitucional

No nos falta legislación. No. No nos faltan medios para hacer cosas, por escasos que siempre sean los medios para cualquier cosa a solucionar desde la política.
constitu

Del Ser y el deber Ser nuestro de cada día

         Nuestra gran Constitución de 1978 describió un modelo de Estado, que sin pretender ser especialista en derecho constitucional (aunque visto lo visto, cualquiera ya parece serlo) contiene principios básicos de definición del estado que diseña y de su funcionamiento.

Sin ánimo de exhaustividad, como es natural, pongo sobre la mesa algunos de los dictados del Título Preliminar: nuestro estado es una monarquía parlamentaria, se basa en la unidad de España, en la autonomía de las nacionalidades y regiones, en la solidaridad, la igualdad, la libertad, la justicia y el pluralismo político, como ejemplos al caso.

En su artículo 9 manda, además, a los poderes públicos “promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas…”, así como “… remover los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud”. La plenitud de ejercicio de esas condiciones de libertad e igualdad de los españoles, todos los españoles, vivan donde vivan, deben ser objeto del trabajo constitucional de esos poderes públicos.

Y podíamos seguir enumerando principios y fundamentos, pero no se hace preciso para llegar a la idea que me preocupa.

La gran Constitución de 1978, está basada en una palabra que ahora el adanismo imperante maltrata y denuesta: consenso. Palabra que nuestra RAE define como “Acuerdo producido por consentimiento entre todos los miembros de un grupo o entre varios grupos”, y dando como sinónimos, entre otros: acuerdo, concierto, convenio, pacto, avenencia, asenso, beneplácito… Relevo al lector de la lista de antónimos posibles. Mejor.

Es decir, nuestros constituyentes quisieron que lo que hizo posible su texto aprobado por el pueblo español (en el que reside la soberanía nacional), el consenso, fuera la piedra angular sobre la que los actores políticos del futuro, los legítimos representantes de los ciudadanos españoles, desarrollasen su quehacer político basados en hablar, pactar, negociar, acordar todo lo que preciso sea para remover los obstáculos que impidan o dificulten la plenitud de vida de los españoles.

Pues, aquí estamos. ¿Hablando, pactando, negociando?

Pues, aquí estamos. Enfrentando, insultando, ignorando, vociferando, etc., etc. Me falta espacio para seguir encontrando verbos, (que haberlos, haylos), en nuestro rico idioma oficial nacional e incluso en los cooficiales de cada comunidad, para describir dónde nos encontramos. Y ninguno coincide con lo que significan los mandatos constitucionales que nos dimos.

No nos falta legislación. No. No nos faltan medios para hacer cosas, por escasos que siempre sean los medios para cualquier cosa a solucionar desde la política. Lo que nos falta es voluntad política de entendimiento entre, sobre todo, quienes dicen ser y llamarse partidos de estado, dirigentes de los mismos, para afrontar con decisión, más allá del cortoplacismo, los llamados problemas de estado, las verdaderas políticas de estado.

El caso de los incendios forestales que asuelan estos días, y no sólo este año, gran parte del territorio de España, es una muestra más de la ineficiencia de los actores políticos, todos, incapaces las más de las veces en ir más allá de un tuit en el quehacer político. Dicen unos que yo pedí y no me dieron. Contesta el otro que yo ofrecí y di todo lo que tenía. Y el monte, ardiendo. Pero, sobre todo, por no apagarlo en invierno, cuando no hay llamas que es mucho mejor y más fácil.

Vivienda, financiación autonómica, política exterior, política migratoria, seguridad y defensa, educación, sanidad, reformas en la Constitución (que no de la Constitución), y ahora estos incendiarios efectos del cambio climático, ponen de triste manifiesto que nuestros poderes públicos dirigidos en sus distintos niveles territoriales e institucionales por sus actuales democráticos y legítimos representantes elegidos en las urnas, en mi torpe apreciación y juicio, no están a la altura de las circunstancias que el día a día, el mes a mes, el año a año, legislatura a legislatura se exige de ellos, sobre todo en los últimos años. Y no es cuestión de querer ofender, nada más lejos de esto me mueve. No es sino un simple observar. Vean cualquier informativo: salen los tirios y les contestan los troyanos. Aparecen romanos y después los cartagineses, o son los atenienses versus espartanos, etc., etc.

Y me da igual quién fue antes si el huevo o la gallina y qué sea cada uno: si Pedro o Alberto, si Alberto o Pedro. Porque son ellos dos, y sólo ellos dos, en principio, los que pueden y deben sentar las bases sobre las que desarrollar esas políticas de estado, esas necesidades apremiantes que sienten los españoles hoy.

Después habrá que embarcar en el empeño a los otros actores políticos, si quieren, y si no, pues que no se embarquen. Pero a ellos, que dirigen unos partidos centrados en exceso en el culto y seguidismo del líder, corresponde en este momento actuar con presteza, eficacia y eficiencia, que también son mandatos constitucionales para la actuación de todas las Administraciones Públicas de España.

Pero desde luego, antes habrán de pasar, crean cristianamente o no, por al menos algunas de las cosas que nos enseñaron a los de nuestra generación en el catecismo: examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de enmienda y cumplir la penitencia. Sería un acto de grandeza política que agradecería el común de los ciudadanos y ciertamente no lo agradecerían los que ahora vienen resultando ganadores de este guirigay en que se ha convertido el diario hacer política en España.

Deberían esos partidos de estado con sus actitudes de política de decibelios imposibles de oír, ser conscientes que están alimentando dos monstruos: la antipolítica que suponen los extremos de uno y otro lado y la de  quienes no creen en la España diseñada en nuestra gran obra constitucional del 78. Ellos y sólo ellos son los que sacan beneficios, y no pequeños, porque desestabilizan descaradamente unos y taimadamente otros el modelo en el que no creen, cada uno por sus razones, aparentemente contrarias, pero finalmente coincidentes.

Y ¿quiénes perdemos? Pues los ciudadanos que seguimos creyendo en nuestra forma de convivir, en la que nos dimos legítimamente en ese modelo del 78 y desarrollado felizmente en los años posteriores hasta que empezaron a flaquear las creencias sólidas en él. Unos atacan la fórmula, pero sin poner otra alternativa al lado, con gallardía. Otros no la defienden, no sea que el socio del cortoplacismo me retire sus apoyos.

No se me enfaden, queridos directivos públicos. Pero, en suma, les falta a ustedes lealtad constitucional. Cuando hicieron el juramento o la promesa de cumplir y hacer cumplir la Constitución y demás leyes del ordenamiento jurídico no estaban ante una protocolaria fórmula a pronunciar para una bonita foto de recuerdo. No era para eso, aunque algún prófugo o atrabiliario electo no lo haya hecho y sigan en sus sueldos. Quiero pensar que cuando los electos a los que me refiero hicieron tal acto lo hacían en plenitud de conciencia de lo que hacían. Pues hagan el favor de recordar la foto y cumplan lo que dijeron.

Los españoles de hoy, por ellos, y por los del futuro, de corto, de medio o largo plazo, se lo pedimos, se lo exigimos. No se demoren. Cada día que pasa es ya aquél en que ya llegamos excesivamente tarde.

Mientras, la vivienda de los jóvenes, los dineros justos de las distintas administraciones territoriales; nuestro puesto en el mundo; la llegada de los inmigrantes que necesitamos para nuestras sociedades y que ellos necesitan venir aquí para su mejor vivir; nuestra seguridad y defensa que no son sólo más aviones y carros de combate; la educación que forja mejores sociedades, la sanidad universal, nuestro medio ambiente incendiado, etc., etc., requieren que, con altura de miras, sosieguen este sinvivir de la política que han generado y apaguen este fuego que aparta a los creyentes, mientras se avivan las llamas de rescoldos de las malas artes de los enemigos del juego limpio instaurado en nuestro sistema. Y lo saben.

Sentir que esto es como un predicar en el desierto, que pudiera parecer lo que describen mis anteriores pensamientos, no es sólo mío. Somos muchos los españolitos que al mundo vinimos los que igual sentimos, y no nos gusta que se nos hiele el corazón. La desafección a la POLÍTICA que se produce en las generaciones actuales y sobre todo entre los más jóvenes, debiera hacer reflexionar a algunas mentes con capacidad de decisión.

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