Muere Elías Díaz, maestro de maestros del Estado de Derecho y la Ética
Elías Díaz, profesor de Filosofía del Derecho, artífice de “Cuadernos para el Diálogo”, fundador de “Sistema”, miembro del Patronato de la Fundación Giner de los Ríos (Institución Libre de Enseñanza) y entre más, discípulo de profesores como Tierno Galván, López Aranguren, Tuñón de Lara o Ruiz Jiménez, ha fallecido este lunes en Madrid.
A comienzos de siglo me gustaba perderme en alguna charla suya sobre la ética en la política, sobre Unamuno o el krausismo. Tenía una facilidad de palabra asombrosa, acompañada de rigor y pensamiento crítico, de honestidad intelectual. Su prestigio se lo ganó a pulso, como militante académico activo en la necesidad de una ética sólida y de un compromiso con la transparencia en la acción política. Creyó y trabajó en sus creencias sobre la base de la construcción de un sistema político confiable y ético, lo cual es esencial para la legitimidad de los partidos políticos y las instituciones democráticas; en definitiva, sobre la confianza en el sistema para su propia supervivencia.
Muchos de los que hacemos carrera académica años después, elegimos a nuestros referentes por su capacidad de hacernos creer en realidades mejores. Díaz trabajó por la coherencia entre palabra y acción y propugnaba que el poder debe estar sometido a normas éticas estrictas que garanticen su utilización en beneficio del bien común y no de intereses particulares o grupales. En un punto impreciso de quién precedía a cuál, si la corrupción moral a la económica o eran en sí lo mismo, en la Universidad Autónoma de Madrid o en el Ateneo podíamos escucharle abogar por algo que puede sonar tan manido como la rendición de cuentas, la lucha contra la corrupción o el respeto a los derechos de los ciudadanos. Él lo hacía con la grandeza de quien puede arrogarse la ejemplaridad de traernos otras realidades luchando por superar las paredes de todo argumentario y desafiando toda limitación que imponen la cerrazón, el espacio y el tiempo.
Díaz denunció la corrupción política y sus efectos devastadores en el tejido social. La corrupción no era solo un mal moral sino también una amenaza para la democracia y el bienestar de las personas. Por tanto, hizo y hace imprescindible la necesidad de trabajar en la confianza como un elemento fundamental para el buen funcionamiento de cualquier sistema democrático. La política no puede existir sin la confianza pública; si los ciudadanos no confían en sus representantes o en las instituciones que los gobiernan, el sistema político está destinado a fracasar. Para los que sufrimos muchos vaivenes de nuestras democracias de aquí y de allá, vemos lo importante que es trabajar en la confianza sobre una base sólida de ética y transparencia, con visión largoplacista y de ambición por el futuro y el interés general.
Así, la ética en la política la ha defendido no solo como un conjunto de principios abstractos sino como una práctica que debe ser cultivada a través de la coherencia ética y moral de los políticos, el respeto por la ley y la honestidad en las decisiones. Así, vista la política como una actividad orientada al servicio público, los valores éticos han de ser la guía fundamental.
La no ética socava la confianza pública, destruye el sentido de justicia y perpetúa la desigualdad social. La lucha contra toda corrupción debe ser un objetivo constante, no solo a través de la sanción de los actos deshonestos o de establecer mecanismos de control sino, especialmente, promoviendo una cultura política en la que los valores éticos sean la norma y no la excepción, con una crítica fuerte sobre la deriva de los sistemas de partidos, más centrados en la búsqueda del poder, que no de la política y más bregados en la perpetuación de intereses partidistas que en la representación auténtica de los ciudadanos. La apatía y el conformismo que hoy parecen regir buena parte de las situaciones sociales, solamente se pueden corregir inculcando los valores de la democracia activa en un Estado de Derecho, como él ha defendido. Subrayo la parte activa de la democracia, que exige mucho más que el simple hecho de ir a votar cada cierto tiempo. A los partidos políticos democráticos les queda mucho por hacer en este terreno, buscando el compromiso de la ciudadanía al ser los depositarios directos de la confianza ciudadana, con una necesaria preparación intelectual y de talla humana, como predicó al ser nombrado Doctor Honoris Causa en 2002.
Siento mucho su pérdida. Fue un maestro y tuvo grandes maestros. Su obra es una súplica de altura a los políticos y ciudadanos para que trabajen incansablemente por la construcción de una democracia donde la confianza, la justicia y la ética sean los cimientos de la acción política, en medio de tantos nubarrones y de mecanismos viciados. Sus clases magistrales sobre la regeneración quedan de forma imborrable escritas en mi recuerdo y en los pensamientos de muchos profesores de mi generación.
Muere un gran demócrata.