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La crisis de la derecha valenciana

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 Ernst Kantorowicz fue un historiador alemán del siglo XX, estudioso de la política medieval. Su obra más conocida se titula Los dos cuerpos del rey. La figura sagrada del monarca tenía un cuerpo natural, mortal, y otro cuerpo místico, que no moría nunca. Algunos sepulcros medievales, como los de Dijon, representan a dos niveles el cuerpo muerto y corrompido, en la parte inferior del monumento y, en el estrato superior, el cuerpo del príncipe parece vivo. Carlos Mazón, presidente de la Comunidad Valenciana, tiene asimismo dos cuerpos. Así lo dieron a entender sus explicaciones – es un decir- sobre la célebre comida con una periodista en el restaurante El Ventorro. Al serle requerida la factura del ágape, declaró que acudió como líder del PP – pongamos como ser mortal- no como president del Consell, el cuerpo místico que gobierna a los valencianos. La cosa se pone interesante cuando, con posterioridad, se revela que lo calificó como almuerzo de trabajo trataba, ni más ni menos, que de ofrecer a la periodista la dirección de la televisión autonómica, un servicio público cuyos estatutos establecen la elección del director por una mayoría cualificada de las Cortes. Cómo puede ser que un ser perecedero ofrezca trozos del patrimonio público a otro ser mortal, orillando cualquier formalidad, actuando como un vetusto cacique.

 Lo malo de este Mazón no solo consiste en su reiterada opacidad, incapaz de dar cuenta de sus movimientos- que si llegué a las 7, que si entre a las 8- , su costumbre de echar la culpa a otros, sino en la total, absoluta incompetencia que mostró el día 28 de octubre y en los días siguientes a la catástrofe. 

La nulidad de Carlos Mazón es un signo de la política española. Padecemos una clase política de mala calidad y ello influye en el funcionamiento de la democracia española. Los partidos políticos sin excepción son organismos cerrados, con una vida mortecina o inexistente. Los militantes tienen como misión exclusiva la de dar batir palmas. Su funcionamiento es oligárquico. Los congresos meros acontecimientos de cara a la galería, siempre convocados de arriba hacia abajo. Es igual que sean de un signo político de otro; el funcionamiento es el mismo. Sus dirigentes viven pendientes de los medios y del qué dirán y de concertar la pequeña emboscada diaria al adversario. Y los medios les devuelven el favor, dando un peso exagerado a la politiquería cotidiana en detrimento de los asuntos de verdadera importancia. La selección se hace por riguroso criterio de fidelidad al jefe, y así llegan a cargos de gran responsabilidad personas de escasa capacidad, algunos francamente risibles. 

El PP, como es costumbre, ha reaccionado mal y tarde a la crisis valenciana. La catástrofe natural, tan mal administrada, ha dado paso a un dilema político. El apoyo de sus conmilitones al president valenciano se ha ido enfriando hasta declararse en un franco desvío. Cambiar o seguir de mala manera. El presidente de la comunidad evita asomarse al balcón fallero para no ser objeto de abucheos. ¿Se puede continuar así? Pero todavía dudan, no se atreven a adoptar una decisión drástica, y aluden a las dificultades del caso, a la falta de mayoría absoluta, a lo imprevisible de VOX y, por qué no decirlo, a la falta de dignidad de un Mazón que aguarda no sé sabe qué, a lo mejor un golpe de suerte, una confluencia astral que resucite a su gastada persona. Falta de-ci-sión, recalquemos la palabra.

Por si fuera poco el problema suscitado por Mazón, se añade la formación de una facción acaudillada por el ex presidente Francisco Camps. Después de un largo paseo por los juzgados, “un calvario” dice con razón el interesado, el antiguo dirigente se considera exculpado de toda responsabilidad por los casos de corrupción que azotaron al PP en su época. El partido languidece, declara con verosimilitud. Quiere “volver a la arena política en el primer nivel”. Reclama la celebración del congreso ordinario. Un manifiesto inspirado por su persona recuerdalas épocas de mayorías holgadas, la Ciudad de las Artes y otras realizaciones. Piden elegir directamente el presidente del partido, o sea, que su nombramiento no dependa exclusivamente de Madrid. Animan a reconstruir el partido y dan, sin nombrarle, por terminada la era de Mazón. Le animan muchos otros militantes que desempeñan algún cargo y no desean apareceren público. 

Francisco Camps, Paco le llaman sus amigos, ha publicado un libro, Reenfocando España, escrito al dictado, por encargo, en que se glosa su figura de manera exagerada. Va de reunión en reunión, de almuerzo en almuerzo, Presenta su escrito aquí y acullá. Provincia a provincia. Asisten ex presidentes, ex alcaldes, ex concejales, ya metidos en años. Volvemos a ver los rostros que habíamos olvidado: el de Alfonso Rus, el gracioso setabiense del grupo, el de Fabra, más bien siniestro, culminación de una saga de caciques castellonenses, el de Susana Castedo, siempre interesada en el urbanismo alicantino. Camps figura en el libro como un caballero medieval que persigue un noble objetivo: devolver al partido la gloria perdida. El caso Camps y sus juicios son como una repetición a la española del affaire Dreyfus, el capitán francés de origen judío condenado injustamente por espionaje que dio lugar a un caso célebre que trastornó la III República francesa. Camps es parecido -eso dice su apologista- a un Churchill, desdeñado por los ciegos conservadores hasta que al fin resplandecieron sus cualidades de dirigente guerrero. El candidato que pide acaudillar la hueste popular se presenta como una víctima del “sistema”, que es como un muro pétreo.  Al modo de Mario Conde. Cayó él primero, víctima propiciatoria, anticipo de los desmanes que culminarían en Pedro Sánchez. Camps es una figura de alcance no solo española sino mundial. Abajo los que están arriba. Arriba los antiguos cargosque añoran el antiguo esplendor y penan para que la tortilla se vuelva.

La injusticia y saña con la que se le persiguió por asuntos menores -encabezadas por los impacientes partidos ahora desplazados del poder valenciano-, la falta de responsabilidades jurídicas no excusa, sin embargo, sus responsabilidades políticas. Paco Camps no es un héroe perseguido por gente malvada, endriagos y malandrines, sino un hombre de limitados alcances que se dejó embaucar por un puñado de vividores. Recordemos la conversación:

Camps: Feliz Navidad, amiguito del alma.

Álvaro Pérez: Oye… que te sigo queriendo mucho.

C: Y yo también… tenía que haberte llamado, te quería haber llamado, para contarte todo, cómo fue, para decirte que tienes un amigo maravilloso, Romero, y que el otro es un tipo excepcional, ¿eh?

En otro momento de las grabaciones, el presidente de la Comunidad Valenciana le dice a ‘El Bigotes’:

Camps: Bueno, yo quiero que nos veamos con tranquilidad para hablar de lo nuestro… que es muy bonito.

Camps y sus parciales parecen desmemoriados, pero esa conversación, esa frase imprudente sobre “lo nuestro” aparentemente inocua, cualesquiera que sean sus virtudes personales, anuló políticamente al ex president. Para siempre.

Imaginemos a un hipotético candidato enfrentándose al recuerdo de lo que fue, tratando de librarse de la sombra del Bigotes, el mote que puede dar nombre al despropósito de sus últimos años de gobierno. La derrota sería estrepitosa. 

La crisis del gobierno valenciano necesita una pronta solución, por el bien de la Comunidad. Búsquese gente nueva, por difícil que sea de encontrar en un partido de mediocridades. Cuando más tarde Feijóo en solucionarla más se enconará el problema. El tiempo lo empeorará todo. No valen excusas ni dilaciones como eso de hacer de Mazón “el líder de la reconstrucción”. Si no fue capaz de reaccionar en momentos decisivos, si estuvo “groggy” como ha declarado su jefe madrileño, es dudoso que ahora vaya a enmendar su trayectoria. El hombre es un cadáver político. Parece no darse cuenta de que su presencia fantasmal desacredita al gobierno que encabeza, daña a su partido y evita, al distraer sobre su triste figura la atención del público, las grandes responsabilidades de ese hábil oportunista que es el presidente de la nación; el hombre que enseñó la espalda en Paiporta. ¿Habrá alguien sensato en el PP que le explique a este Mazón – un hombre prepotente y poco querido en su partido- la teoría teológico-política de Kantorovicz, para que, de una vez por todas, aprenda a no confundir las funciones dobles de un presidente y de un caudillo político? Porque su cuerpo mortal está desfigurado, en plena descomposición y ya hiede.

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