Es curioso comprobar las reacciones de relajo tras un periodo de tiempo dominado por una situación o un estímulo que, de repente, pierde gran parte de su intensidad. Me parece que con el tema de los aranceles está pasando algo parecido y hoy la prensa se repasa sin la enorme tensión de las últimas semanas. Claramente, lo que asoma es el agotamiento, la percepción clara de nuestro propio hartazgo y las ganas de dejarnos llevar hacia ese tranquilo silencio muy dócilmente.
Trump nos ha llevado al límite y según veo, a Puigdemont le está pasando, por fin, algo parecido. La que podría haber sido, en otros tiempos, la gran noticia del día, la negativa a aplicar el indulto por malversación desde el TSJ, se lee como un añadido normal que no cambia nada: este señor ya no cuenta, no es explosivo como lo era antes. Supongo que ahora nos brindará otra escena digna de la Pimpinela Escarlata y tampoco conseguirá nada.
Lo que sí nos otorga la prensa es envidia, mucha envidia del sentido común de los alemanes que, una vez más, tienden puentes con lo que los une y aparcan diferencias a la espera de mejor momento. ¿Tendrá España un mejor momento que el actual para que el Congreso, a ser posiblemente en pleno, vote y actúe de la mejor manera posible? ¿Ni siquiera un enemigo exterior del calibre de los actuales EEUU va a ser capaz de hacernos actuar correctamente y unidos? Mucho me temo que, otra vez, deberemos apuntar una oportunidad perdida más.
Seguimos instalados en la más absoluta mezquindad (RAE: ruindad, cicatería, roñosería, tacañería, egoísmo, avaricia, roñería.) política, social y personal, un estado que impide trabajar bajo la dinámica que podría instaurar cualquiera de los antónimos del término: generosidad, liberalidad, esplendidez. ¿De verdad preferimos un espacio oscuro y miserable a la luminosidad de cualquiera de esos tres antónimos? Cuando anuncien que no se ha llegado a un acuerdo en el próximo asunto serio que haya que discutir, acordaros de esas pocas palabras y colocar a cada quien en el sitio correspondiente.
El futuro parece haber cambiado de ruta, se nos ha sometido a un bandazo que no se plasma sólo en los aranceles, ni mucho menos. Uno de los cargos más importantes del mundo ha reventado un cierto consenso colectivo acerca de cómo se hacen las cosas. Todos vivimos en un mundo de consensos que aceptamos como válidos y cuya verdadera esencia y debilidad no queremos ver porque nos desvela las consecuencias de romperlos. Pues bien, todo, ahora mismo, busca un nuevo emplazamiento, una nueva localización consensuada que vuelva a sernos útil. Ese, y no otro, creo que ha sido el gran error de Trump: hacernos ver que todo es posible, incluso lo impensable.
Si no nos dotamos de nuevas herramientas acordes a los nuevos tiempos, lo vamos a pasar mal.
