Gaudeamus

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En los cursillos de marketing que no he tenido más remedio que padecer, se hablaba de que una empresa necesita definir e identificar su Visión, su Misión y su Valor, las tres verdades iniciales de su existencia. En respuesta a lo que está pasando hoy en los USA me ha dado por pensar despacio sobre lo que significa una universidad, lo que realmente supone la actividad universitaria para un país y por derivación, para el mundo entero. Todo lo que la universidad es y genera queda circunscrito a varios lemas que podemos encontrar en este enlace pero me gustaría resaltar uno por encima del resto: Veritas, Verdad. Nada más, una sola y simple palabra que clama por la ejecución del eterno trabajo del hombre: encontrar la verdad, consagrarse a ella, perseguirla, cercarla y por fin, aceptar que esa verdad inmutable, se ha vuelto a transmutar y sigue libre.

El lema que he citado es, por casualidad, el de la Universidad de Harvard que según dice Google tiene la friolera de 39 premios Nobel en sus cuadros de honor y encabeza el ranking. Verdad. ¿Puede Trump dejar impune ese insulto, esa constante provocación hacia su mentirosa vida? Si es que van provocando, pero ese no es el caso, el caso es analizar cómo es posible que, tras ver lo que la libertad supone para el conocimiento, a estas alturas hay muchos más que, como Trump, piensa que la universidad debe aceptar límites a su libertad de investigación, a su necesidad de caminar tras la verdad y aceptar dogmas a los que no se puede atacar.

Sólo tres siglos de libertad intelectual en occidente nos han llevado a un nivel científico y tecnológico impensable; Kepler murió a mediados del XVII, justo cuando otro gigante empezaba, Isaac Newton y el XIX se consagró con Darwin y con Einstein. Todos tuvieron que luchar contra la represión religiosa, pero vencieron. Incluso Einstein hoy, bajo la batuta del actual republicanismo americano, no hubiera tenido visado de entrada junto a miles de judíos escapados de Alemania. Holanda se hizo rica gracias a la ciencia y a la tecnología desarrollada, en muchas ocasiones, por perseguidos de la Iglesia, el judaísmo y el protestantismo que dominaban la escena europea: todos se unían contra la libertad de investigar y descubrir mientras Holanda crecía.

Lo que ahora se pone en marcha en los USA es un proceso de destrucción suicida que se pagará con sangre en el futuro, un futuro construido a base de censura y de prohibición de la verdad. La guerra, iniciada en el “bible belt” del profundo sur, quiere que la única verdad transmitida y validada por el estado sea la contenida en la biblia, sin interpretaciones, sin matices: de forma literal. Podría parecer un absurdo intelectual a estas alturas, una aberración, pero es verdad: la administración quiere controlar quién estudia y lo que estudia, algo que ya sucede en algunos entornos restringidos pero que ahora quiere ascender a ley, a ley represiva e intimidante. 140 países mandan sus mejores mentes a Harvard y, con las mentes, enormes cantidades de dinero a los que Trump todavía no ha puesto aranceles y que suponen un regalo de futuro para un país tan abierto y generoso como había sido, hasta ahora, el de los Estados Unidos de Norteamérica.

No sé qué se puede aconsejar a un suicida que busca con ansia su destrucción y que no hace caso de nada que no sea su propia voluntad de conseguirlo.

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