Las palabras están para describir la realidad, aunque el uso que suele hacerse de ellas es tratar de enmascararla. El emperador que, con el voto ciudadano, se ha asentado en la Casa Blanca es un experto en lo segundo. Cuando nos habla de libertad, de sentido común y de luchar contra el antisemitismo, lo que pretende en realidad es ocultar lo que quiere asentar en su país: el fascismo puro y duro.
Las características del fascismo son conocidas: silenciamiento y persecución del disidente, ausencia de libertad, crueldad, fanatismo, señalamiento de chivos expiatorios e intervención de la economía en beneficio de una élite. Todos estos ingredientes se dan en las decisiones que ha tomado el señor Trump y su corte de tecno-oligarcas.
Crueldad extrema contra los más vulnerables: los inmigrantes y los beneficiarios de la ayuda que EE.UU. aportaba al tercer mundo. A los primeros los está llevando por miles a cárceles de El Salvador, capturándolos en plena calle con violencia y privándoles de cualquier tutela judicial. Son señalados como chivos expiatorios de una supuesta invasión. A los segundos, los ha condenado a morir por miles cuando dejen de percibir tratamientos contra el VIH y vacunas contra otras enfermedades.
La ausencia de libertad se manifiesta de muchas maneras: se prohíbe ejercer a la prensa crítica, se ataca a los abogados que en el pasado intervinieron en juicios contra el magnate, se destituye a rectores que no acatan sus exigencias, se detiene y deporta a estudiantes que se manifestaron contra el genocidio de Gaza, se desobedece y ataca a los jueces y hasta se amenaza al responsable de la Reserva Federal —que es un organismo independiente del Gobierno— por no bajar el tipo de interés. En definitiva, se pretende instaurar el pensamiento único y se emplean métodos coactivos contra los que piensan distinto.
Sin ningún nombramiento oficial por parte del Congreso, el señor Musk ha accedido a ficheros de datos personales de miles de empleados de las agencias federales. Mediante el uso de la inteligencia artificial, busca patrones que le permitan detectar personas susceptibles de ser perseguidas: sindicalistas que organizan huelgas, médicos que practican abortos, abogados que han defendido a inmigrantes o profesores que han participado en protestas. Al más puro estilo fascista, empezaron por los extranjeros y ahora seguirán por los nacionales. El propio Trump ha sugerido a Bukele que construya más cárceles para las nuevas remesas que piensa enviar a El Salvador.
Por la parte del fanatismo, también hay numerosas evidencias. Es conocida la obsesión anticientífica de Trump y los suyos por negar el cambio climático. Han cancelado todos los programas relacionados con las energías renovables y reabierto las minas de carbón al que, en un alarde de estulticia, Trump ha tildado de “bello carbón limpio”. Más preocupante aún es que están desmantelando la Agencia de Monitorización del Clima y los programas de investigación financiados por la NSF (National Science Foundation) sobre nuevas energías. Un intento de condicionar los programas de la prestigiosa Universidad de Harvard ha concluido con la negativa de esta y la amenaza de Trump de suprimir subvenciones federales por 2.200 millones de dólares.
En el tema de salud, el nombramiento al frente de dicho departamento del fanático antivacunas Robert Kennedy Jr., está empezando a causar estragos: este señor ha ordenado estudios que relacionen las vacunas con el autismo, una hipótesis descartada hace tiempo, y ha recomendado, en contra de cualquier evidencia científica, usar aceite de ricino contra el sarampión. Por otro lado, los recortes del señor Musk han alcanzado al Centro de Control de Enfermedades y a la Agencia Federal de Medicamentos, dos agencias clave para vigilar las epidemias y aprobar nuevos medicamentos.
A todo lo anterior, se añade un factor más, que no es consustancial al fascismo pero sí a esta oligarquía de nuevo cuño: la incompetencia. Los anuncios contradictorios sobre aranceles y las sucesivas amenazas de subidas y bajadas han creado tal caos en los mercados que el autócrata ha tenido finalmente que comerse sus palabras: del “hacen cola para besarme el culo” ha pasado al aplazamiento de los aranceles por noventa días al ser advertido por las autoridades económicas de la imposibilidad de que EE.UU. se financiara en los mercados por haberse disparado el tipo de interés de la deuda. Es decir, sus acciones son improvisadas, viscerales y tomadas sin tener en cuenta las consecuencias. Como también es incompetencia la demostrada por segunda vez por su Secretario de Defensa al compartir planes militares en chats familiares. En palabras de Biden, son tan incompetentes que “disparan primero y apuntan después”.
En definitiva, estamos asistiendo al desmontaje de una democracia en tiempo real y a la vista de todos. Cierto que empiezan a surgir resistencias internas por parte de algunos jueces y gestos valerosos como el plante de la Universidad de Harvard o el creciente número de manifestaciones que florecen por todo el país. Pero está por ver si estas resistencias serán suficientes. Los oligarcas disparan contra todo y lo hacen muy deprisa para anular la capacidad de respuesta de sus adversarios. En otra ocasión he expresado mi convicción de que lo que terminará con esta pesadilla no es tanto la resistencia que se les oponga sino la insoportable acumulación de sus propios errores, tal como ha sucedido con el tema de los aranceles.
En opinión de algunos, entre los que me cuento, la actitud de la Unión Europea ha sido hasta ahora muy tímida y contemporizadora. Se nos ha llamado gorrones, abusones y se nos ha invitado a humillarnos en la negociación de los aranceles. El Vicepresidente Vance se permitió acusarnos de cercenar la libertad de expresión. Una pandilla de incompetentes, fanáticos y liberticidas se ha atrevido a insultar al mayor reducto de libertad y bienestar de todo el planeta. Es verdad que no se debe responder a las provocaciones con manifestaciones similares, pero echo en falta alguna respuesta digna como la que expresó Xi Jinping durante la visita de Pedro Sánchez: “China tiene cinco mil años de historia y Estados Unidos doscientos cincuenta. Cuando El señor Trump se vaya, China seguirá ahí”. Pues eso, desde la democracia ateniense, Europa acumula 2.500 años de historia, diez veces más que los Estados Unidos.