El pasado 24 de enero, la Comisión Política Permanente (CPP) del Movimiento Saharauis por la Paz (MSP) se reunió para expresar su satisfacción por la reciente decisión del Consejo de la Internacional Socialista de admitir al MSP en su seno. Asimismo, reafirmó su compromiso de intensificar los esfuerzos para el éxito de la III Conferencia Internacional por el Diálogo y la Paz en el Sáhara Occidental, que se celebrará el próximo 27 de febrero en Las Palmas de Gran Canaria, España.
Este evento reunirá a destacadas figuras saharauis, entre ellas descendientes de la Asamblea del Sáhara, que representaba a las tribus durante la época colonial española y que es considerada una autoridad con influencia en la sociedad saharaui. Además, asistirán políticos, juristas, periodistas y expertos de América Latina, África y Europa, incluidos representantes de partidos políticos miembros de la Internacional Socialista.
La elección de Las Palmas de Gran Canaria como sede de la III Conferencia Internacional por el Diálogo y la Paz en el Sáhara Occidental, tiene un valor simbólico y estratégico, debido a la proximidad geográfica con el Sáhara Occidental y a sus lazos históricos. En esta edición se abordará la hoja de ruta presentada por el MSP en la II Conferencia, celebrada en Dakar, Senegal, a finales de octubre de 2023, considerada por numerosos observadores como una propuesta integral para la resolución pacífica del conflicto.
Contexto histórico y político
El conflicto del Sáhara Occidental es una disputa territorial entre Marruecos y el Frente Polisario, que tiene su origen en el proceso de descolonización española en 1975. Marruecos y Mauritania reclamaron el Sáhara Occidental, lo que derivó en una guerra con el Frente Polisario (Frente Popular de Liberación de Saguía el Hamra y Río de Oro), respaldado por Argelia.
Mauritania abandonó sus pretensiones en 1979, pero Marruecos mantuvo su reivindicación territorial. En 1991, bajo los auspicios de la ONU, se alcanzó un alto el fuego que incluyó la creación de la Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum en el Sáhara Occidental (MINURSO), con el mandato de supervisar el cese de hostilidades y organizar un referéndum de autodeterminación. Sin embargo, las discrepancias sobre su formato y criterios han impedido su realización.
Marruecos considera el Sáhara Occidental parte integral de su territorio. En 2007, propuso un plan de autonomía bajo su soberanía, rechazado por el Frente Polisario y Argelia, que exigen un referéndum que contemple la independencia. Sin embargo, el paso del tiempo y la política de asentamientos marroquí ha modificado la demografía de la región, haciendo cada vez más difícil, si no imposible, la viabilidad de esta consulta.
No obstante, en todo este tiempo, la ONU ha impulsado diversas iniciativas para solucionar la disputa, incluyendo referéndums de autodeterminación y planes de autonomía. El pasado 16 de octubre, el actual representante personal del Secretario General de Naciones Unidas para el conflicto, Staffan de Mistura, presentó al Consejo de Seguridad una nueva propuesta que contemplaba la partición del territorio, permitiendo la creación de un estado independiente en la región sur (Dajla-Oued Eddahab), mientras que el resto del Sáhara Occidental se integraría a Marruecos con reconocimiento internacional de su soberanía. La propuesta fue rechazada tanto por Marruecos como por el Frente Polisario.
Actualmente, la situación se encuentra en un punto de estancamiento tanto diplomático como humanitario, con gran parte del pueblo saharaui viviendo en campos de refugiados en Argelia o en territorios bajo control marroquí. La falta de consenso, sumada a los intereses geopolíticos, económicos y la explotación de recursos naturales, dificulta la resolución del conflicto.
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Misión de las Naciones Unidas para el referéndum del Sáhara Occidental
Sociedad, Economía y Recursos
La población del Sáhara Occidental se estima en aproximadamente en 600.000 personas, concentradas en ciudades como El Aaiún, Dajla, Smara y Bojador. Existe una importante diáspora saharaui, principalmente en los campos de refugiados de Tinduf (Argelia), bajo la administración del Frente Polisario. Predomina el grupo étnico saharaui, de origen bereber y con influencias árabes, cuya cultura nómada fue transformada por la urbanización y la ocupación marroquí. El idioma predominante es el hasaní, un dialecto árabe con fuerte influencia bereber. La religión mayoritaria es el Islam suní. La sociedad saharaui mantiene estructuras tribales y valores comunitarios, aunque ha sido influenciada por la modernización y la política marroquí.
Los campamentos de refugiados saharauis son cinco: El Aaiún, Esmara, Auserd, Dajla y Bojador. Se encuentran principalmente en la región de Tinduf, al suroeste de Argelia. Estos campamentos se establecieron en la década de 1970 tras la invasión del Sahara Occidental por Marruecos y Mauritania. Los campamentos son conocidos como «wilayas» y «dairas» (provincias y distritos, respectivamente) y llevan los nombres de las ciudades del Sahara Occidental, lo que refleja el deseo de los refugiados de mantener viva su identidad y conexión con su tierra natal.
Además de estos campamentos, existen otras áreas y asentamientos dentro de la región de Tinduf que albergan a refugiados saharauis, como Rabouni, que cuenta con los servicios administrativos de los campamentos, las oficinas del Frente Polisario y de las agencias humanitarias internacionales. El campamento “27 de Febrero” se llama así en honor a la fecha de la proclamación de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD). Este campamento incluye centros educativos y de formación. Funcionan con una estructura administrativa propia, organizada por el Frente Polisario, y se mantienen en gran parte por la ayuda internacional.
La población total de los campamentos se estima entre 173.600 y 200.000 personas, aunque estas cifras pueden variar debido a la falta de censos precisos y la naturaleza transitoria de los refugiados.
Las principales ciudades del Sahara Occidental son: El Aaiún, cerca de la costa atlántica, es la más importante y tiene una población mayoritariamente saharaui, aunque también hay una presencia marroquí. Más al interior se encuentra Esmara, cuya población predominante es saharaui. Bojador y Dajla, cerca de la costa atlántica, tienen una mezcla de saharauis y marroquíes. Auserd, mayoritariamente saharaui, se encuentra más al interior. La población saharaui en estas ciudades ha enfrentado desplazamientos y cambios debido al conflicto en la región y a las políticas de asentamiento de Marruecos.
El Sáhara Occidental es una región rica en recursos minerales, destacando las minas de fosfatos de Bucraa, consideradas entre las más grandes del mundo y fundamentales para la producción de fertilizantes. Su explotación está a cargo de la empresa estatal marroquí OCP Group. Además, la región alberga yacimientos de hierro, cobre y uranio, entre otros recursos. En el ámbito energético, la empresa israelí NewMed Energy ha firmado un acuerdo con la Oficina Nacional de Hidrocarburos de Marruecos y con Adarco para la exploración de gas y petróleo en aguas cercanas a Bojador. Asimismo, el banco pesquero canario-sahariano representa un importante activo marítimo en el que operan embarcaciones españolas.
Marruecos ha logrado avances significativos en infraestructura y explotación de recursos, destacando la Iniciativa Atlántica de Marruecos (IAM), presentada por el rey Mohammed VI en noviembre de 2023. Esta estrategia busca transformar la fachada atlántica africana en un polo de integración económica, desarrollo social y atracción de inversiones internacionales. Para ello, la iniciativa promueve la cooperación entre los países atlánticos africanos y facilita el acceso de las naciones del Sahel al océano Atlántico.
Esta iniciativa, que representa un ambicioso esfuerzo por consolidar la cooperación entre los países atlánticos africanos, promover el desarrollo sostenible y fortalecer la posición de África en la economía global, ha sido respaldada por líderes africanos. Como resultado, veinte países, entre ellos Mauritania, Nigeria y Angola, han suscrito la «Declaración de Rabat», que apoya el «proceso de los países atlánticos africanos» y enfatiza el respeto a la soberanía e integridad territorial de los Estados.
Dentro de la IAM, uno de los proyectos más relevantes es el puerto de Dajla Atlántico, cuya construcción está a cargo de un consorcio liderado por SGTM y SOMAGEC SUD. Las obras, iniciadas en octubre de 2021, tienen previsto concluir en 2029. Este puerto será una plataforma clave para el comercio internacional y fortalecerá la integración económica de la región. En este desarrollo participan diversas empresas europeas, entre ellas firmas españolas como Sato, Sener, Artelia y Green, que contribuyen con su experiencia en ingeniería y desarrollo de infraestructuras. Además, la IAM complementa otros proyectos estratégicos de Marruecos, como el gasoducto Nigeria-Marruecos, que conectará 13 países africanos con Europa.
En paralelo, Marruecos y China han fortalecido significativamente sus relaciones en los últimos años, especialmente en el marco de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI). En 2022, Marruecos se convirtió en el primer país del norte de África en firmar un plan de implementación de la BRI, consolidándose como un socio clave gracias a su ubicación estratégica, que lo posiciona como puerta de entrada a África y con acceso privilegiado al mercado europeo. Un ejemplo emblemático de esta cooperación es la Ciudad Mohammed VI de Tánger Tech, un polo de innovación diseñado para albergar empresas chinas en sectores de alta tecnología, como la automoción, la electrónica y la robótica. Además, se han restablecido vuelos directos entre Casablanca y Pekín, y se ha inaugurado una nueva ruta entre Casablanca y Shanghái, facilitando así los intercambios comerciales y turísticos entre ambos países.
Evolución del conflicto y relaciones regionales
España, antigua potencia administradora, ha mantenido habitualmente una política de ambigüedad calculada respecto al Sáhara Occidental. Su pasado colonial y sus actuales relaciones bilaterales con los actores clave le otorgan un papel estratégico, aunque complejo, en la búsqueda de una solución. Oficialmente, respalda los esfuerzos de la ONU para alcanzar un acuerdo negociado.
Sin embargo, en 2022, ante la falta de avances y la imposibilidad de alcanzar un acuerdo sobre la consulta debido a la modificación de la demografía en la región, el Gobierno español apoyó el plan marroquí de autonomía, calificándolo como la propuesta “más seria, realista y creíble”. Esta decisión desencadenó una crisis con Argelia, que suspendió el Tratado de Amistad con España y bloqueó las transacciones comerciales, lo que provocó una caída del 67 % en las exportaciones españolas a Argelia en 2023 y reorientó sus prioridades energéticas hacia Italia.
En noviembre de 2024, Argelia levantó completamente el bloqueo comercial, permitiendo la reanudación de las transacciones bancarias y comerciales entre ambos países. Este avance ha sido bien recibido por sectores clave de la economía española, como el cerámico, que dependía en gran medida del mercado argelino antes de la crisis. El puerto de Castellón, por ejemplo, ha iniciado negociaciones para restablecer las líneas regulares de transporte marítimo con puertos argelinos, esenciales para la reactivación de este flujo comercial.
En términos bilaterales, España mantiene relaciones económicas y estratégicas clave con Marruecos, especialmente en cooperación migratoria y lucha contra el terrorismo. Con Argelia, los vínculos son esenciales en el ámbito energético, al ser un proveedor fundamental de gas natural. Además, destacan las relaciones empresariales, los asuntos migratorios, la criminalidad organizada transnacional y el terrorismo internacional, aspectos fundamentales en la encrucijada del Sáhara. Esta región, que representa el 85 % del territorio argelino, es de interés prioritario para España.
Desde sus respectivas independencias en el siglo XX, Argelia y Marruecos han estado inmersos en una espiral de confrontación, amenazas y gestos hostiles sin perspectivas de resolución a corto plazo. Aunque la disputa sobre el Sáhara Occidental ha exacerbado sus diferencias, las raíces del conflicto también se encuentran en las secuelas del colonialismo y en la competencia por la hegemonía regional.
Argelia ha sido históricamente el principal apoyo del Frente Polisario, mientras que Marruecos considera la región parte de su soberanía. La situación se agravó aún más en 2020, cuando la administración de Donald Trump, en el contexto de su estrategia de apoyo a Israel, reconoció la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental. Francia respaldó la propuesta de autonomía de Marruecos, mientras que Argelia buscó apoyo en la Unión Africana y en países en desarrollo para fortalecer la postura del Frente Polisario y limitar la influencia.
Si bien Marruecos y Argelia han protagonizado episodios de conflicto, como las guerras de los años 60 y 70, también han existido intentos de cooperación. Ejemplo de ello fue la creación de la Unión del Magreb Árabe en 1989, junto con Libia, Mauritania y Túnez, así como la puesta en marcha del Gasoducto Magreb-Europa (GME) en 1996, que transportaba gas argelino a la Península Ibérica a través de Marruecos. Estas iniciativas buscaban generar confianza e intereses comunes en el Mediterráneo occidental mediante infraestructuras estratégicas. Sin embargo, el cierre del gasoducto en 2021, tras 25 años de funcionamiento, confirmó el colapso de estos esfuerzos. En la actualidad, las fronteras entre Marruecos y Argelia permanecen cerradas, sus espacios aéreos están vetados y las relaciones diplomáticas siguen rotas, reflejando un contexto de creciente hostilidad en el Magreb.
En 2021, las relaciones entre Marruecos y Alemania se tensaron después de que Berlín expresara su preocupación por la situación en el Sáhara Occidental, lo que provocó una respuesta airada por parte de Rabat tras el reconocimiento estadounidense de la soberanía marroquí. Marruecos también enfrentó tensiones con Suecia debido al apoyo de ciertos sectores suecos al Frente Polisario. Estos acontecimientos reflejan cómo la cuestión del Sáhara Occidental sigue siendo un punto de fricción significativo, no solo entre Marruecos y Argelia, sino también a nivel regional e incluso global. Su impacto trasciende las relaciones bilaterales, afectando los vínculos con países vecinos y con naciones europeas clave como Alemania, Suecia y España.
Riesgos y factores de desestabilización en la región
Si bien la probabilidad de un conflicto abierto sigue siendo baja, la conciencia generalizada sobre sus consecuencias ha evitado hasta ahora una escalada directa. Ambas naciones comprenden el impacto significativo que tendría en sectores estratégicos como el suministro energético a Europa, el control migratorio en el Mediterráneo y la seguridad del tráfico marítimo en el Estrecho de Gibraltar. Además, el comercio con países vecinos como Mauritania y Malí se vería afectado, exacerbando una situación regional ya de por sí compleja. Sin embargo, persisten factores que podrían precipitar una crisis y comprometer la estabilidad del área, especialmente en el contexto del prolongado conflicto en el Sáhara Occidental.
Uno de los factores más preocupantes es el creciente descontento entre los jóvenes saharauis con la estrategia de guerra de desgaste del Frente Polisario. Esta insatisfacción genera presiones internas dentro del movimiento para adoptar una postura más agresiva, especialmente a medida que funcionarios de nivel medio ascienden en la jerarquía. Su influencia en la toma de decisiones podría traducirse en más audaces, como amenazas a la logística de la MINURSO acciones o ataques en el Sáhara Occidental bajo control marroquí. La evolución interna del Polisario es un elemento clave para la estabilidad de la región, ya que cualquier radicalización podría alterar el delicado equilibrio actual.
Aunque Argelia mantiene una ventaja cualitativa y cuantitativa, Marruecos ha reforzado sus capacidades con tecnología avanzada proveniente de Estados Unidos e Israel, lo que podría modificar el equilibrio estratégico. Si alguna de las partes percibe una oportunidad de ventaja decisiva o busca adelantarse a un posible cambio en el balance de poder, no puede descartarse la posibilidad de una acción militar limitada, con el consiguiente riesgo de una escalada involuntaria.
El contexto internacional añade un componente de incertidumbre. El regreso de Donald Trump a la presidencia de EE.UU. podría modificar significativamente la política estadounidense en la región. Durante su primer mandato, el reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental y el respaldo a la normalización con Israel generaron fricciones con Argelia. Aunque la administración Biden intentó estabilizar la situación mediante un enfoque multilateral, un nuevo gobierno de Trump podría alterar el statu quo con un respaldo más explícito a Marruecos, promoviendo el voto en contra de la renovación de la MINURSO o incluso retirando la financiación estadounidense a esta misión, lo que debilitaría los mecanismos de contención y aumentaría la incertidumbre.
Finalmente, el auge de la propaganda digital y la intensificación del discurso hostil en línea están amplificando las tensiones entre las poblaciones de Argelia y Marruecos. Aunque ambos gobiernos han demostrado capacidad de moderación en momentos clave, la creciente polarización y la presión de ciertos sectores estatales y de la opinión pública podrían empujarlos a adoptar posturas más intransigentes. Esto dificultaría la gestión de incidentes y aumentaría el riesgo de respuestas desproporcionadas en un entorno donde la estabilidad ya es frágil.
En conclusión, aunque un conflicto abierto sigue siendo improbable en el corto plazo, la combinación de factores internos y externos está generando un entorno cada vez más volátil. La evolución del Frente Polisario, la carrera armamentística regional, las dinámicas geopolíticas globales y el papel de la opinión pública son elementos que podrían redefinir el equilibrio de poder en el Sáhara Occidental, con consecuencias de gran alcance para toda la región del Magreb y el Mediterráneo.
La compleja red de intereses globales
África refleja la creciente competencia entre las grandes potencias por ampliar su influencia en un continente estratégico y rico en recursos. China domina el comercio y la inversión en infraestructura, minería y energía a través de su iniciativa de la Franja y la Ruta. Hasta 2024, Estados Unidos ha reforzado su presencia mediante programas de desarrollo, seguridad, venta de armas y lucha contra el extremismo. Rusia ha expandido su influencia en África con la venta de armamento a países como Argelia, Angola, Egipto, Libia y Nigeria, además de consolidar la presencia de la Legión Africana, un cuerpo paramilitar de 20.000 bajo el control del Ministerio de Defensa ruso.
Tanto Rusia como China y Estados Unidos desempeñan un papel clave en el escenario geopolítico global, con implicaciones directas en la situación del Sáhara Occidental. China ha realizado inversiones significativas en proyectos de infraestructura en Marruecos dentro de su estrategia de la Franja y la Ruta, fortaleciendo los lazos económicos bilaterales. Su interés en asegurar el acceso a recursos naturales y expandir sus mercados en África abarca tanto a Marruecos como a Argelia.
Rusia, por su parte, es uno de los principales suministradores de armamento a Argelia, lo que fortalece la capacidad militar de este país y refuerza su posición regional. Moscú también ha respaldado al Frente Polisario en foros internacionales, alineando su postura con la de Argelia en el conflicto del Sáhara Occidental. Este respaldo forma parte de una estrategia más amplia para ampliar la influencia rusa en el norte de África y el Mediterráneo.
La postura de España respecto al Sáhara Occidental sigue siendo un eje de tensión en su política exterior. Mientras Argelia, aliado histórico del Frente Polisario, defiende la autodeterminación saharaui, España adopta una posición pragmática que, en ocasiones, genera fricciones y reconfigura un tablero geopolítico en el que sus intereses energéticos y estratégicos juegan un papel crucial.
En el contexto de la crisis energética desencadenada por la guerra en Ucrania, el gobierno español ha apostado por consolidar al país como un nodo esencial en el suministro energético europeo. Con su capacidad de regasificación y almacenamiento, España busca convertirse en la principal puerta de entrada del gas y, a futuro, del hidrógeno verde. Para lograrlo, debe superar dos retos fundamentales: persuadir a los proveedores africanos de abrir sus recursos a un mercado europeo más amplio y asegurar el respaldo financiero de Bruselas para desarrollar las interconexiones necesarias.
En este escenario, los actores europeos tienen la oportunidad de asumir un papel diplomático proactivo, gestionando los factores de riesgo que aumentan la probabilidad de conflicto y promoviendo un retorno a la mesa de negociación en el Sáhara Occidental. El avance en este frente no solo contribuiría a la estabilidad regional, sino que también facilitaría un acercamiento entre Rabat y Argel. Una colaboración más estrecha entre Marruecos y Argelia podría sentar las bases para un norte de África más estable y próspero, con efectos positivos tanto en la integración regional como en la seguridad europea.
Si se alcanza un acuerdo razonable a medio plazo, los primeros beneficiarios serán los saharauis, que, tras décadas de sufrimiento y de ser utilizados como moneda de cambio, podrían finalmente vislumbrar una solución a su situación.
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