América del Norte como Escenario Crítico (Parte 2. Estados Unidos)

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“Las grandes potencias decaen no por los golpes del exterior, sino por la sobre extensión interna y el desgaste de sus recursos.” (PaulM. Kennedy)

En un entorno mediático saturado de anuncios, declaraciones y escándalos (como advertía Steve Bannon), resulta esencial adoptar una perspectiva capaz de identificar las claves del cambio en Estados Unidos y su repercusión en el escenario global, especialmente cuando ese país atraviesa una polarización política y social que se mantiene en niveles muy elevados.

La segunda administración Trump, influenciada por la agenda ideológica de la Heritage Foundation y el estilo de comunicación de confrontación de Bannon, ha intensificado la división estructural del país, erosionando la confianza en las instituciones democráticas y profundizando en las fracturas internas. Estas se manifiestan en un sistema político cada vez más deslegitimado por movimientos como MAGA y QAnon, cuyas narrativas conspirativas siguen minando la cohesión nacional y alimentando dinámicas de radicalización.

En este contexto de tensión acumulada, no se puede descartar un aumento de los episodios de violencia política, especialmente en la antesala de las elecciones legislativas de medio término de 2026, cuya integridad podría verse nuevamente cuestionada. El riesgo ya no es solo institucional, sino sistémico, dado que coexiste una retórica presidencial polarizante con la posibilidad real de conflictos de baja intensidad dentro del territorio nacional.

Mientras tanto, en una llamada con NBC News, Trump, mostró su disposición a postularse para un tercer mandato en respuesta al “aliento de sus aliados más fervientes”. Su exasesor, Steve Bannon (actualmente presentador de un pódcast), ya ha expresado su respaldo para una campaña en 2028, aunque esto requeriría una modificación constitucional. 

Desde la perspectiva económica, aunque las previsiones varían cada día, la incertidumbre en torno al techo de deuda y el regreso de políticas marcadamente proteccionistas (manifestadas el “Día de la Liberación” en nuevos aranceles y restricciones comerciales) generan inestabilidad en los mercados y aumentan la volatilidad a nivel global. Difícilmente se podría encontrar un resumen más certero de los aranceles de Trump: improvisación, nostalgia y desconcierto, pero lo realmente preocupante no es solo el intento de resucitar una economía propia del siglo XIX, sino el hecho de que las personas responsables de explicarlo e implementarlo no parecen tener idea de lo que están haciendo, o por qué. 

A ello se suma un endurecimiento de las políticas migratorias sin precedentes, que combina vigilancia tecnológica avanzada, ampliación del despliegue de fuerzas federales y repatriaciones aceleradas que busca impactar más en términos simbólicos que en eficacia real.

En política exterior, el enfoque de la Casa Blanca se ha vuelto crecientemente introspectivo, menos predecible y más transaccional. La actual administración opera bajo una lógica de corto plazo basada en la maximización del interés nacional entendido en términos estrictamente materiales, lo que ha debilitado seriamente el sistema multilateral. La amenaza explícita o el uso directo de la fuerza se ha convertido en herramienta habitual, desplazando la diplomacia tradicional y erosionando las alianzas construidas durante más de siete décadas. En este sentido, puede afirmarse que EE.UU. ha pasado de ser el garante del orden liberal internacional a un actor que contribuye a su desestabilización.

En consecuencia, la relación con Europa, particularmente en el marco de la OTAN, atraviesa su momento más frágil en décadas. Las fricciones con socios estratégicos se acumulan, mientras el acercamiento intermitente a regímenes autoritarios como el de Rusia o Arabia Saudí genera desconfianza y alimenta una reconfiguración geopolítica en Eurasia.

El plano energético y medioambiental no escapa a esta lógica. Si bien continúan algunas inversiones en renovables a nivel estatal y corporativo, la administración federal ha redoblado su apoyo a los sectores del carbón y los hidrocarburos. Esta apuesta no solo frena el cumplimiento de los compromisos climáticos, sino que refuerza la competencia en zonas sensibles como el Ártico, donde Washington ha intensificado su despliegue militar para contener la creciente presencia China en la región.

En este contexto, la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA) está reconsiderando si los gases de efecto invernadero deben seguir considerándose contaminantes, con el fin de desmantelar las bases regulatorias que sustentan las restricciones a la industria automotriz y al sector eléctrico. Esta posible revocación permitiría a Trump desmantelar sin necesidad de aprobación del Congreso gran parte de las normativas ambientales implementadas en los últimos quince años.

En suma, el pensamiento Trump representa un giro estructural en la estrategia global de EE.UU. Su alcance trasciende la política interna o la coyuntura electoral: implica una transformación profunda en la arquitectura internacional. Se inaugura así una nueva fase de incertidumbre estratégica, marcada por el regreso de la geopolítica clásica y un creciente riesgo de fragmentación global.

El fin de la hegemonía y un nuevo mundo en reconfiguración

Durante décadas, Estados Unidos (EE.UU.) sostuvo el orden mundial liberal (por interés propio, sin duda, pero también como garante de ciertos equilibrios regionales). Tras la Segunda Guerra Mundial (IIGM) y con mayor fuerza tras el colapso soviético, Washington fue la potencia estabilizadora, imponiendo reglas, dirigiendo alianzas y construyendo un sistema económico abierto y global. Trump, en cambio, rompe ese consenso histórico: no cree que EE.UU. deba sostener el orden global si no obtiene algo tangible a cambio. Esa visión transaccional tiene consecuencias profundas ya que debilita la credibilidad estadounidense y abre espacios de poder a otras potencias emergentes, sembrando incertidumbre estratégica en todos los continentes.

Una pregunta inquietante recorre los círculos de análisis globales: ¿y si EE.UU. ya no quiere ser la potencia hegemónica del mundo? No se trata solo de Trump. Hay una fatiga imperial que se extiende por sectores crecientes de la sociedad estadounidense. Los costos del liderazgo global (económicos, militares, morales) pesan más que sus beneficios inmediatos y sin voluntad sostenida, toda hegemonía se erosiona. Pero la retirada de una hegemonía no deja un vacío: deja competencia. Y la historia enseña que los periodos de transición hegemónica son, casi siempre, los más proclives a guerras sistémicas.

En el pensamiento de Trump, la hegemonía es una carga inútil. En la lógica geopolítica clásica, es un seguro de estabilidad. Si EE.UU. renuncia a liderar el mundo (por convicción, cansancio o cálculo), otros lo harán y en ese nuevo mundo, el riesgo no es que aparezca un nuevo sheriff, sino que haya demasiados pistoleros y ningún juez.

Trump y el fin del consenso imperial

La llegada de Trump a la presidencia en 2016 no solo marcó un giro interno para EE.UU., sino que representó una ruptura estratégica en su política exterior. Por primera vez desde la IIGM, un presidente estadounidense cuestionaba abiertamente el valor de las alianzas tradicionales, desde la OTAN hasta los acuerdos multilaterales de comercio y seguridad. En su visión, EE.UU. era una potencia “explotada por sus propios aliados”.

Trump no inventó el malestar, pero lo convirtió en doctrina. En su pensamiento geopolítico (más intuitivo que elaborado), el OrdenMundial (OM) no es un sistema de estabilidad, sino un mercado de favores. La hegemonía, lejos de ser un deber histórico o un instrumento de proyección de valores, es una carga que no rinde beneficios claros. Así, retiró tropas, despreció compromisos multilaterales, elogió a autócratas y trató a aliados como clientes en deuda.

Ese giro marcó el fin del llamado consenso imperial estadounidense, una idea transversal que, hasta entonces, había unido a demócratas y republicanos en torno a la idea de un EE.UU. con vocación global, garante del orden y la estabilidad internacional. Con Trump, ese consenso saltó por los aires. Y con su retorno a la presidencia en 2025, esa ruptura se vuelve estructural.

Más allá del personaje, lo importante es lo que representa: un país que ya no está dispuesto a pagar el precio del liderazgo. Una superpotencia que mide sus compromisos con calculadora y exige pagos por protección. Una visión que debilita alianzas alimenta el escepticismo global y deja al sistema internacional sin un centro claro de gravedad.

La fatiga imperial de la sociedad estadounidense

La visión trumpista de una hegemonía inútil o injusta no surge en el vacío. Refleja un cambio más profundo en el cuerpo social de EE.UU.: el agotamiento colectivo ante los costos del liderazgo global. Después de décadas de guerras lejanas, promesas de reconstrucción fallidas y déficits crecientes, la sociedad estadounidense muestra una clara tendencia hacia el repliegue.

La «fatiga imperial» no es solo militar, sino también emocional, cultural y económica. Afganistán fue el punto de inflexión. La retirada caótica de Kabul en 2021 simbolizó no solo el fracaso de una intervención, sino el hartazgo de una población que ya no entiende, ni apoya, los esfuerzos por sostener un orden internacional que percibe como ingrato, abusivo o inútil.

A ello se suma una creciente introspección. La polarización interna, el ascenso del nacionalismo, la crisis de los opioides, la desindustrialización, los tiroteos masivos, el racismo estructural, el miedo al otro… EE.UU. vive una tormenta doméstica que le impide mirar con claridad hacia fuera. El mensaje que late tras el lema “America First” es más profundo de lo que parece: antes de ser hegemónicos, hay que salvar la república interior.

Esta fatiga no afecta solo a las bases populares. También hay una elite política, académica y empresarial que empieza a considerar que el coste de la hegemonía es demasiado alto. Que el mundo ya no puede ni debe depender de EE.UU. Que quizá el papel de gendarme global ha cumplido su ciclo histórico. El resultado es un EE.UU. más incierto, más volátil, menos comprometido. Y por tanto, un mundo más peligroso. Porque cuando la potencia estabilizadora duda de sí misma, lo que se debilita no es solo su liderazgo, sino la arquitectura entera del sistema internacional.

Las consecuencias geopolíticas: vacíos, competencia y caos

La hegemonía (aunque discutida, desigual y a menudo unilateral) proporciona al sistema internacional un eje de referencia. Una potencia dominante impone límites, establece normas, reparte responsabilidades y ejerce presión disuasoria. Cuando ese centro se debilita, lo que emerge no es necesariamente un nuevo equilibrio, sino una pugna por ocupar el vacío.

La retirada (o incluso la ambigüedad) de EE.UU. como potencia hegemónica está generando que en regiones donde Washington era garante del equilibrio (Europa del Este, el Golfo Pérsico o el Indo-Pacífico) su repliegue ha generado vacíos de poder que otros actores buscan llenar. Rusia, China, Irán o incluso Turquía están actuando con mayor libertad, sabiendo que la respuesta estadounidense será más lenta, más débil o inexistente. Estos vacíos generan tensiones, multiplican las provocaciones y aumentan el riesgo de conflictos regionales.

Sin un árbitro claro, los jugadores buscan imponer sus propias reglas y surgen la competencia de potencias. China propone su modelo de desarrollo autoritario y controlado; Rusia desafía el orden post-Guerra Fría en Europa; Irán y Arabia Saudí miden su influencia en Oriente Medio. La competencia entre potencias se intensifica, no solo militarmente, sino también en el terreno tecnológico, energético, narrativo y cultural. En lugar de un orden multipolar estable, lo que emerge es una policrisis de esferas de influencia que se superponen y chocan.

La ausencia de una hegemonía también abre la puerta a actores no estatales y dinámicas fuera de control, creando el caos sistémico. El crimen organizado, el terrorismo transnacional, las guerras civiles y los ciberataques encuentran un entorno más fértil cuando los grandes actores se repliegan o se enfrentan entre sí. Además, los foros multilaterales pierden capacidad de respuesta y los consensos globales se erosionan, como se ve en la parálisis frente al cambio climático o a las crisis humanitarias.

En definitiva, la retirada de EE.UU. como eje del orden internacional no conduce necesariamente a un mundo más equilibrado, sino a uno más incierto y peligroso. La historia enseña que los momentos de transición hegemónica suelen ser los más inestables: basta con mirar al periodo entre guerras mundiales o al colapso de la URSS. La pregunta ya no es si el mundo será multilateral, sino si será gobernable.

Hegemonía, estabilidad y el dilema de Occidente

El repliegue de EE.UU. es el síntoma de un cambio de época. El viejo orden nacido tras 1945, y consolidado tras 1991, se resquebraja. Y su arquitecto principal, duda entre sostenerlo o abandonarlo. En ese dilema se juega mucho más que la influencia de una potencia. Se juega la posibilidad de un Orden Mundial gobernable, donde las reglas limiten la fuerza, las alianzas refuercen la seguridad colectiva y el poder no se convierta en pura imposición. Si EE.UU. decide que ya no quiere, o no puede, ser el centro de ese sistema, otros lo ocuparán. 

La historia no ofrece consuelo. Los momentos de transición hegemónica son, casi siempre, los más proclives al caos. Cuando el mundo pierde un árbitro, gana pistoleros. Y cuando las potencias compiten sin normas, la guerra deja de ser una excepción para convertirse en posibilidad.

El dilema estadounidense es también el dilema de Occidente: ¿puede existir un orden internacional estable sin una hegemonía clara? ¿Y si no puede, estamos preparados para el desorden que viene?

Referencias

Auge y Caída de las Grandes Potencias. Paul M. Kennedy

https://www.heritage.org/ https://www.heritage.org/global-politics/event/the-2023-margaret-thatcher-freedom. https://www.margaretthatcher.org/about

Análisis de datos macroeconómicos recientes y reportes de perspectivas (FMI, FocusEconomics…), https://www.theatlantic.com/politics/archive/2025/04/trump-tariffs-political-capital/682274/. Informes periodísticos (https://www.npr.org/2025/03/30/nx-s1-5344942/trump-military-force-not-off-the-table-for-greenland. https://www.pbs.org/newshour/nation/explainer-was-tornado-outbreak-related-to-climate-change) y de Think Tanks sobre panorama político y social de América del Norte. 

Información HUMINT, SIGINT y OSINT.

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