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jueves 18 diciembre, 2025

Chile en la encrucijada. «Si po»

Identidad, crisis social y el auge de la extrema derecha

Por Álvaro Frutos

Cuando uno quiere comprender por qué Chile, ese país que parecía haber domesticado sus monstruos míticos entre la Cordillera y el Océano de la historia, una nueva Pincoya surge de entre las aguas amenazando una sociedad que es todo menos resignada y paciente. Recordemos como el conquistador extremeño Pedro de Valdivia tuvo que parar sus ínfulas imperialistas al no poder cruzar el Bio-Bio sucumbiendo a manos del caudillo mapuche Lautaro.

1. Chile, un país forjado por su identidad y sus contradicciones

Chile es un país de contrastes extremos. Su geografía —el desierto de Atacama al norte, los glaciares australes al sur — simboliza una identidad construida desde la punta de un territorio largo y angosto les hace verse como pobladores de una alargada isla que les diferencia del continente; pero también desde una narrativa que ha exaltado el orden, la disciplina, («los alemanes de Sudamérica», les gusta asemejarse) y la “dureza moral” como virtudes colectivas. Esta identidad no ha sido homogénea ni monolítica, sino resultado de hitos históricos que modelaron un ethos nacional insistente: un Chile productivo, moderno, occidentalizado y “respetuoso del imperio de la ley”.
Sin embargo, esa narrativa ha coexistido con tensiones profundas: una desigualdad persistente, una memoria traumática por la dictadura militar, y una modernización económica que avanzó sin traducirse en iguales logros sociales para todos los sectores. Imprescindible para entender proceso «Neoliberalismo a la chilena, medio siglo de modelo, tensiones y futuro» (2025) de Andrés Solimano.

El sociólogo Jorge Larraín ha señalado que la identidad chilena siempre ha estado en movimiento, una construcción histórica más que una esencia fija, moldeada por momentos de crisis y por la tensión entre el individualismo liberal y la cohesión comunitaria. Estas tensiones se reflejan en el actual momento político: un país que se percibe moderno y seguro, pero que al mismo tiempo siente que ha perdido el control sobre su propio relato colectivo.
Así, la identidad nacional chilena no solo confronta la diversidad demográfica creciente —con cerca de 1,9 millones de migrantes, casi un 10 % de la población total— sino también la percepción de que ese cambio social ha sido demasiado rápido o mal gestionado.

2. El fracaso del proceso constituyente y la crisis de legitimidad

La elección presidencial de 2025 no puede entenderse sin situarla en el contexto del proceso constituyente iniciado tras el estallido social de octubre de 2019. Esa revuelta, que paralizó un país entero, representó un rechazo masivo al modelo neoliberal que dominó Chile desde los años ochenta del siglo pasado. Los cacerolazos, tomas universitarias y marchas multitudinarias reclamaban “dignidad”, justicia social y transformaciones estructurales profundas.

La respuesta institucional fue una convocatoria inédita a redactar una nueva constitución. Sin embargo, el proceso constituyente terminó rodeado de controversias internas, falta de consensos y una narrativa que se alienó de buena parte de la ciudadanía, especialmente de sectores medios y rurales que sintieron que la discusión era técnica, elitista o desconectada de sus problemas cotidianos. El resultado fue un fracaso político que debilitó la credibilidad de la izquierda como fuerza capaz de canalizar demandas populares en reformas efectivas.

Ese desgaste de legitimidad deja a la política chilena en un limbo: ni la izquierda progresista ha conseguido consolidar un relato integrador, desbordado muchas veces por la izquierda más radical alejándose de los postulados socialdemócratas tradicionales, ni la derecha moderada ha sabido articular una respuesta convincente a las demandas sociales. Este vacío narrativo se ha traducido en la polarización electoral que ha facilitado el ascenso de discursos más radicales en ambos extremos.

3. Inseguridad y migración: percepciones que mueven votos

Dos cuestiones claves dominaron la campaña: la inseguridad ciudadana y la inmigración irregular.

Pese a que Chile sigue siendo uno de los países más seguros de América Latina —figura consistentemente en los primeros lugares del Global Peace Index regional—, la percepción ciudadana sobre el aumento de la delincuencia ha crecido en los últimos años. La inseguridad se convirtió en la principal preocupación de los votantes, superando incluso el desempleo y el costo de la vida, según diversas encuestas divulgadas durante la campaña electoral.

Este fenómeno no es exclusivo de Chile, sino de muchos países que, tras haber disfrutado de largos períodos de estabilidad, perciben una fractura social y sienten que el Estado no controla el orden público de manera eficaz.

La migración, por su parte, creció de forma notable: entre 2018 y 2023, la población migrante en Chile aumentó un 46,8 %, llegando a cerca de 1,92 millones de residentes, principalmente venezolanos (la diáspora venezolana pobre «prefiere» Chile y la rica Madrid) seguidos por peruanos, colombianos y haitianos. Aunque estas cifras no implican automáticamente un impacto negativo en la cohesión social, han sido politizadas y asociadas a la inseguridad por ciertos discursos políticos que vinculan irregularidad migratoria con desorden social (algo que en España no nos suena extraño), impulsando una sensación de crisis en sectores del electorado que no están acostumbrados a dinámicas migratorias de alta escala.

En el Palacio de la Moneda con la entonces presidenta Michelle Bachelet (Eduardo Baez Presidente de la Fundación Salvador Allende y Constantino Méndez)

4. La izquierda chilena: desgaste y relato en declive

La izquierda, que cristalizó su mandato en la elección de Gabriel Boric en 2021, llegó al gobierno con una agenda ambiciosa de reformas sociales y un proyecto de mayor inclusión. Pero su gestión enfrentó simultáneamente múltiples crisis: institucional, económica y de seguridad. La incapacidad de traducir demandas sociales —especialmente alrededor de vivienda, pensiones y servicios públicos— en soluciones tangibles disminuyó la confianza de sectores que esperaban resultados rápidos.
Además, ciertos sectores de izquierda no lograron integrar narrativas que atendieran también a los miedos y aspiraciones de amplios sectores medios, quedando atrapados en un discurso que muchos que perciben como soluciones radicales inviables.

Este desgaste narrativo fue capturado por el escritor y analista político Juan Pardo Escámez, quien apuntó que la sociedad chilena se encuentra frente a un desafío de articulación: no solo integrar migrantes en una nueva composición demográfica, sino reimaginar una identidad que pueda incorporar transformaciones sin fragmentar la cohesión social interna.

5. El ascenso de Kast: un producto de la crisis narrativa

José Antonio Kast, líder del Partido Republicano de Chile, fundado en 2019 y categorizado como de extrema derecha, ultraconservador y populista, ha sabido capitalizar este descontento. Kast había perdido previamente en 2021, pero en 2025 ha conseguido una de las victorias más amplias desde la transición democrática chilena (58,16 %). La candidata de izquierda Jeannette Jara partía con el handicap de proceder del partido comunista y eso en Chile como en otros lugares sigue siendo una marca que pesa.

Kastentrado con su mano dura con la delincuencia, control estricto de la inmigración irregular —incluyendo planes para expulsar a migrantes indocumentados y reforzar fronteras— y la restauración del orden, ha sonado bien a un electorado que percibía inseguridad y desorden como problemas existenciales.

Además, Kast articuló un relato que prometía restaurar el “control perdido”, un concepto poderoso en sociedades que sienten que sus instituciones no están respondiendo a sus demandas cotidianas. Su retórica —comparada en ocasiones a la de Donald Trump u otros líderes populistas de derecha— tocó fibras sensibles sobre identidad, seguridad y futuro económico.

Por el otro lado del espectro, la derecha moderada chilena  no ha sabido asumir la crisis popular con respuestas propias y convincentes. La fragmentación interna, la falta de liderazgo claro y el temor a perder votos ante la polarización empujaron a muchos sectores hacia posiciones más radicales. Kast, con un discurso duro sobre ley y orden, migración y seguridad, logró ocupar ese espacio con eficacia, capitalizando el descontento no solo de votantes tradicionales de derecha sino también de sectores desencantados del centro.

6. Consecuencias inmediatas y riesgos futuros

El triunfo de Kast señala un cambio estructural en la política chilena, que no solo reconfigura la relación entre izquierda y derecha, sino que redefine temáticas como soberanía, seguridad pública y política migratoria como ejes centrales del debate nacional.

Algunas de las consecuencias más palpables incluyen:

  • Reconfiguración de la política migratoria, con propuestas para endurecer requisitos, limitar la entrada y expulsar migrantes irregulares (Maduro ya advertido con que no se le ocurra tocar a los venezolanos), lo que podría generar tensiones diplomáticas y desafíos en materia de derechos humanos.
  • Políticas de seguridad más duras, con enfoque en mano dura, aumento de recursos para fuerzas policiales y, potencialmente, militarización de ciertas zonas consideradas de “alta criminalidad”. Con unos cuerpos de seguridad mal pagados y mal dotados que facilmente se pondran de su lado ante cualquier cambio de esta realidad.
  • Fragmentación institucional, debido a que Kast no tiene mayoría en el Congreso, lo que exige negociación y puede generar bloqueos o acuerdos puntuales según la agenda en cuestión.

Este combo de políticas pone a prueba la resistencia del sistema democrático chileno y su capacidad de gestionar tensiones sin recurrir a atajos autoritarios.

7. Una lección para España y Europa: el riesgo del fracaso de la izquierda

La experiencia chilena a pesar de la distancia no deja de ser una advertencia para sociedades europeas como España: el fracaso de la izquierda para demostrar que en el juego democrático se comportan de otra manera, su incapacidad para articular narrativas que respondan al miedo —real o percibido— de la población y la pérdida de legitimidad frente a problemas —como migración o vivienda y ahora mujer— puede abrir el camino a la extrema derecha. Tal como se ha visto en varios países, el abandono de la centralidad (no centro) política sin una alternativa discursiva, veraz y convincente puede empujar a votantes a opciones más radicales.

En España, donde los relatos sobre sostenimiento del estado, migración y seguridad y muchos más deberían estar sujetos a debates rigurosos y de contraste y no en el bucle de “si yo soy malo tú eres peor”, la lección chilena nos debería hacer pensar: no basta con oponerse a discursos radicales con muros, es necesario construir relatos propios, creíbles y conectados con la vida cotidiana de la gente, que articulen justicia social, seguridad y políticas públicas inclusivas y ello junto a los retos energéticos, tecnológicos, ambientales, y las imprescindibles reformas institucionales para un nuevo tiempo. El desastre de las expectativas no solo crea resentimiento; crea mercados fértiles para soluciones autoritarias y simplistas, que no deben luego sorprendernos.

A mi amigo, compañero y maestro Fernando Sequeira.

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