Es sábado. Paseo por la orilla de Patos. La bajamar ha dejado la arena cubierta de piedras en una disposición perfecta, como si el universo se hubiese desplomado sobre la playa y una pudiese agacharse y recoger Venus para guardárselo en el bolsillo del plumífero negro. Me arrepiento. Un rayo enano descarga en las cavernas venosas de mi cerebro; poco importa que sacuda la cabeza de lado a lado para desactivarlo. No se va. Y después de él, sobreviene el trueno. Dice: Te lo dije, no debiste hacerlo. Y algo parecido a una arcada, a una mano grande de hombre…
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