El momento actual parece especialmente oportuno para recuperar el dilema que planteó el rector de la Universidad de Chicago Robert M. Hutchins hace 70 años en su libro “La Universidad de Utopía”, cuando se preguntaba, «El gran problema de la universidad es el asunto del propósito: ¿para qué está?».
Las posibles respuestas que podamos dar hoy están determinadas por el hecho de que “el sistema operativo” de las universidades ha sido hackeado en las últimas décadas por aquellos que piensan que su actividad debe estar subordinada a las necesidades del mercado.
La G.I. Bill o Ley del Soldado en 1944 cambió la universidad en EE. UU., y después en el resto del mundo, y con ello sus sociedades, consiguiendo que el acceso a la educación superior terminara por considerarse como un derecho humano. Resulta difícil discutir que la aportación de las universidades fue decisiva para conseguir en los años posteriores el periodo más importante de prosperidad y extensión de los derechos humanos en la historia de la humanidad.
A partir de los años 80 la idea de que las políticas públicas debían subordinarse a los designios de los mercados trajo consigo una radical simplificación de la misión que tenían las universidades. De manera que las universidades, sin pretenderlo ni preverlo, pasaron de ser consideradas garantes de un Estado social y democrático en permanente construcción, a ser ponderadas fundamentalmente como proveedores de capital humano, tecnológico y relacional.
Bien parecería que salvar la institución universitaria en el siglo XXI pasara por su destrucción.
- La pregunta del rector de Chicago nos conduce a plantearnos si hay un modelo único de universidad, si es mejor una universidad cuanto más se parezca a Oxbridge o Harvard.
La realidad nos muestra que, asumido el paradigma de la “market oriented university” los referentes de las políticas públicas, y en consecuencia de las estrategias universitarias, pasaron a ser los ránquines internacionales basados en la excelencia científica. La jerarquización de la oferta universitaria para facilitar su gestión en el mercado global de la educación superior. Es curioso que el origen de estos ránquines sea la necesidad del gobierno Chino de identificar los lugares de los obtener el conocimiento necesario para su desarrollo tecnológico.
Da igual que Naciones Unidas alerte de que “Estas clasificaciones impelen a las universidades a subordinar su misión en la lucha por ascender en unas clasificaciones consideradas injustas y depredadoras”. Da igual que algunas de las universidades mejor situadas en los ránquines como Harvard, Yale, Berkeley, Rhodes, Zúrich o Utrecht, estén cuestionando abiertamente su participación al considerarlos plataformas de marketing global ajenas a los valores de la universidad.
Desde el año 2003, en que iniciaron su actividad, una buena parte de las universidades se afanan por competir entre ellas asumiendo el modelo de los ránquines globales y colocando los resultados que les son favorables en lugares prominentes de sus páginas web para vender o legitimar su institución.
Sin duda, el futuro de las universidades pasa por su capacidad de presentarse ante la sociedad con nuevas métricas de su propuesta de valor. Nuevas métricas que rindan cuentas de su responsabilidad social y de su compromiso con el estudiantado.
- Asumida la idea de la universidad como un actor del mercado, la pregunta que surge inmediatamente a continuación es, ¿podrán las universidades públicas adaptarse y ser sostenibles?
Según la Asociación Europea de Universidades (EUA) el 44 % de las universidades informan de una financiación decreciente en los últimos cinco años. De la misma manera que el 70 % identifican la falta de financiación como uno de los tres principales obstáculos para mejorar el aprendizaje. Times Higher Education califica el año 2024 para las universidades británicas como “annus horribilis”
Durante décadas, mientras crecía el número de estudiantes y los ingresos por actividades externas, así como en la medida en que las condiciones del profesorado y las infraestructuras se iban deteriorando de manera notoria y tolerada, el distanciamiento político con las administraciones financiadoras, y la falta de diálogo sobre compromisos sociales, han ido propiciando el progresivo deterioro de las instituciones universitarias públicas.
Y esto es así porque la propuesta gerencialista lleva consigo una contradicción en término para las universidades financiadas por fondos públicos. A falta de propósitos políticos acordados. las administraciones, en paralelo a que orientan la actividad de las universidades a seguir los designios de los mercados y les invitan a la competencia entre ellas, se desentienden de sus problemas estructurales, de la misma manera que van incrementando las exigencias regulatorias y el control sobre su actividad, dada la naturaleza pública de sus fondos, invadiendo incluso los ámbitos vinculados a la libertad académica.
Una situación bipolar que se ve agravada por la falta de profesionalización de los gestores universitarios y de implicación social de su actividad, lo que llega a convertir al autogobierno en una trampa que conduce al colapso.
- Lo cual nos lleva a otra cuestión como es, ¿cuáles son los límites de la intervención de las administraciones en las universidades?
La actualización para 2024 del Informe de libertad académica de la Universidad Friedrich Alexander comienza señalando que: “En línea con informes anteriores, los datos de este año demuestran que la libertad académica está amenazada a nivel mundial”.
Trece estados de EE. UU. han aprobado en los últimos años regulaciones abiertamente contrarias a la autonomía de las universidades. La Asociación Europea de Universidades pone de manifiesto que un 26 % de las universidades europeas han perdido autonomía en los últimos cinco años. Un tercio en Hungría y el Reino Unido y alrededor del 40 % en los Países Bajos y Polonia.
Perdida la confianza y el proyecto político compartido a la amenaza financiera se une la presión regulatoria de los poderes supervisores limitando todavía más las posibilidades de reacción.
- A este escenario hay que incorporar la emergencia del iliberalismo y la identificación de la universidad por una parte de la población como un espacio de adoctrinamiento. Situación que nos obliga a plantearnos, ¿hasta qué punto el distanciamiento de las universidades con sus comunidades es también responsable de la situación actual?
Si el neoliberalismo resignifica a las universidades convirtiéndolas en un actor de la economía global del conocimiento, el iliberalismo va más allá, y plantea su cancelación ideológica. En la pretendida derogación del siglo XX y de los derechos humanos la deslegitimación de las universidades es una pieza fundamental.
En el Informe de 2023 de Scholars at Risk Network se señala que, “los ataques a la libertad académica se están volviendo preocupantemente comunes en sociedades abiertas, democráticas y estables, donde los actores iliberales están utilizando el lenguaje de los derechos, la libertad y la excelencia para impulsar sus propias agendas y erosionar la libertad académica”.
- Vinculado a este creciente desapego de una parte de la sociedad hacía las universidades nos encontramos con las tensiones contrapuestas generadas por el movimiento de cancelación, así como por las demandas de neutralidad política. Detrás de estas pretensiones de cerrar las universidades hacia dentro y hacía fuera se oculta una pregunta esencial, ¿cuáles son los límites de la libertad de expresión en la institución de la libertad?
La gran mayoría de los académicos admiten que se autocensuran por temor a ser objeto de críticas por parte de estudiantes o compañeros, según sugiere la encuesta de “Times Higher Education” publicada en diciembre de 2024. El 77 % de los preguntados declara tener una menor libertad de expresión que hace diez años.
Decenas de universidades norteamericanas han elaborado en la última década manuales de resistencia para defender la libertad de expresión como respuesta a las actitudes de carácter identitario que han exacerbado las condiciones de la convivencia e impuesto la censura o autocensura. Donde se cancela a una persona se apaga la luz de la Universidad.
Además, la guerra de Gaza ha vuelto a traer al escenario universitario, como en su momento sucedió con la guerra de Vietnam, el debate sobre cuáles son los límites de las universidades en su intervención política en la sociedad. Casos recientes como el cese de la rectora de la Universidad de St Andrews nos obligan a plantearnos dónde se empieza a comprometer la libertad de los que piensan de manera distinta dentro y fuera de la institución.
- Al margen de las tensiones ideológicas, no podemos ignorar que las universidades tradicionales están viviendo cómo se altera su ecosistema por el impacto de las tecnologías de la información, quedando sin resolver una pregunta crítica, ¿puede hablarse de una auténtica experiencia universitaria que no tenga una naturaleza híbrida?
A este respecto, hay que destacar la gran disrupción que supuso el silencioso reconocimiento oficial de las universidades virtuales. Su irrupción ha reconfigurado el mercado de la educación superior, rompiendo fronteras nacionales y abriendo los títulos universitarios a nuevos públicos.
Entre los años 2000 y 2020, los estudiantes online crecieron en el mundo un 900 %. Si la orientación al mercado está cambiando el software de los sistemas universitarios, las tecnologías lo están haciendo con el hardware.
Además, no podemos olvidar el impacto de las plataformas globales de aprendizaje no formal, Coursera, Edx o Udacity. Espacios que han convertido el aprendizaje autónomo en una realidad cotidiana posible en cualquier lugar y en cualquier momento. “Aprender sin límites” parece ser mucho más que un lema comercial, cuyas consecuencias necesitan una profunda valoración.
- La digitalización y la globalización de los proveedores también trae un nuevo desafío, ¿cómo evitar el fraude en la obtención de los títulos académicos?
Bajo la denominación “Universidad” operan tanto las conocidas como “Mickey Mouse, patito, garaje o de cartón”, como un sinfín de instituciones de aprendizaje no formal de difícil catalogación. Naciones Unidas da una cifra de 24.000 organizaciones en el mundo que operan con la denominación de Universidad.
Por otra parte, como ha denunciado el Consejo de Europa a través del Comité Directivo de Educación (CDEDU), el mercado negro promovido por las fábricas de títulos universitarios se ha convertido en un próspero negocio global de 7.000 millones de dólares al año. Decenas de millones de títulos falsos circulan por el mundo.
- No todas las contradicciones a las que se enfrentan las universidades proceden del exterior. Una de las tensiones de mayor calado a la que se enfrenta la comunidad universitaria es, ¿cómo reinventar una economía de la reputación que regule la vida académica de acuerdo a la realidad tecnológica y a la globalización?
En enero de 2023, la rectora de Harvard se vio obligada a dimitir después de un escándalo vinculado a la falta de integridad académica en algunas de sus publicaciones. La renuncia de Claudine Gay trasciende lo personal para cuestionar los fundamentos que han soportado la vida académica en las últimas cinco décadas.
La cantidad de artículos científicos publicados ha pasado de 300.000 al año en 1975, a un millón a principios de siglo, llegando a los tres millones en el 2020. El 90 % de los artículos publicados no recibe ninguna cita, y el 50 % solo será leído por los editores.
Las fábricas de papers, la manipulación de datos o el mercado negro de citas corroen las carreras profesionales y las prácticas institucionales. La tasa de retractación se ha multiplicado por cuatro entre el año 2000 y el 2020, más de 10.000 artículos se retractaron tan solo en el año 2023.
- Como una continuación de la quiebra de la economía de la reputación académica, nos encontramos con los crecientes desafíos a la ética académica, ¿cómo defender la ejemplaridad del comportamiento de todos los universitarios?
La promoción de una cultura de la integridad se ha convertido, como hacía evidente la UNESCO ya en el año 2016, en «un reto contemporáneo para la calidad y credibilidad de la educación superior». No podemos olvidar que actuar desde la ética académica y educar en la honestidad intelectual son el fundamento del pacto social de las universidades y de la especial protección de su autonomía.
Cada vez que una universidad encubre un abuso de poder, un conflicto de intereses, una decisión en beneficio particular, una discriminación, un acto de nepotismo o una falta consciente a la verdad, no solo se amenaza la reputación de la institución afectada, sino que cuestiona a la Universidad como institución. Un estudiantado que naturaliza la deshonestidad es una muestra irrefutable de la crisis institucional.
- Más allá de los desafíos éticos la profesión docente también se enfrenta a tensiones estructurales. ¿Qué espera la sociedad de un profesor universitario?, y, ¿qué puede esperar un profesor de la universidad? son preguntas esenciales pendientes de resolver para el futuro de las universidades.
La “uberización” imparable de las condiciones laborales del profesorado, la amenaza de la reducción de plantillas vinculada a los problemas financieros y a los descensos demográficos, el individualismo extremo en un sistema que tiende a tratar a los profesores como autónomos, así como, ambientes de trabajo poco saludables con alto nivel de estrés, hacen cuestionable el atractivo del futuro laboral en las universidades.
El desencanto del profesorado y la falta de compromiso en un proyecto colectivo condena al fracaso cualquier iniciativa sobre la transformación de las universidades. Por más que John Dewey afirmara que, “Reformar la Universidad es como reformar los cementerios: no puedes contar con los de dentro”, sin implicar al profesorado no hay mejora posible.
- A todas estas incógnitas por resolver sobre los límites de lo universitario debe sumarse otra no menos importante, ¿cómo preservamos los valores diferenciales de los títulos universitarios?
Pasar por la Universidad debe tener un valor diferencial para los estudiantes, o las instituciones universitarias dejarán de tener sentido.
Por un lado, tenemos, la supuesta pérdida de valor profesional de los títulos oficiales está llevando a la inflación curricular y a los dobles títulos. Por otro lado, la rigidez académica está propiciando el impulso de las microcredenciales, una propuesta que asumida de manera acrítica puede llevar a considerar los títulos como la simple agregación de credenciales basadas en habilidades profesionales, sin profundidad ni alcance holístico, despojándolos de los atributos universitarios esenciales.
- Cerramos este listado de tensiones a las que están sometidas las universidades con la referencia a la cuestión posiblemente más determinante, y más ignorada, para el futuro de las universidades: ¿cuál es el papel del estudiantado? y ¿cuál es el estudiantado de las universidades?
El estudiantado es el principal activo de que dispone una universidad. El aprendizaje, para ser universitario debe ofrecer una visión holística, así como ser capaz de integrar las competencias para ser un buen profesional y un buen ciudadano.
La relación entre el aprendizaje profesional y el estrictamente académico ha cambiado profundamente en las últimas décadas, lo que no ha cambiado es que las ventajas diferenciales que ofrecen las universidades en la formación de capital humano se soportan en un aprendizaje profundo, así como que la relación entre la educación superior y el trabajo es más eficaz si están débilmente acoplados.
No podemos ignorar con John Dewey que el fracaso en la experiencia universitaria es, “no encontrar el verdadero propósito de la vida”.
Por otra parte, nuevos públicos llaman a la puerta de los beneficios universitarios tanto por edades, como por procedencia social, origen o condiciones vitales, presentando realidades que no podrán atenderse sin profundos cambios institucionales. En paralelo la amenaza del “invierno demográfico” compromete la viabilidad de las universidades en los países más desarrollados.
La falta de atención a los signos de fatiga del sistema universitario, o su reducción a temas corporativos o financieros, está llevando a las universidades a una pérdida de legitimidad social, de atractivo profesional, de interés para el estudiantado y para las empresas. Amenazas que demandan un extenso debate social que oriente la transformación de las universidades para que puedan seguir asumiendo su condición de soporte esencial en la construcción del Estado social y democrático de derecho en el siglo XXI.
Ciertamente las tensiones a las que se enfrentan las universidades conducen a una ampliación de sus límites, ahora, sin una profunda transformación institucional, sin asumir una nueva naturaleza dual que dé cobertura a las nuevas demandas sociales, estas tensiones pueden llevar al colapso o a la desnaturalización.
Seguramente para contestar a la pregunta del rector de Chicago con que abríamos el artículo tendremos que recurrir a la afirmación ahora hace 60 años de Paul Ricoeur, “La universidad está por hacer… Es a la nación a quien corresponde querer hacerla».
ALFONSO GONZÁLEZ HERMOSO DE MENDOZA
Presidente de la Asociación espacios de educación superior.
26 de enero 2025