“El presidente argelino visita Madrid en plena alianza hispano-marroquí”
Abdelhamid Beyuki
La próxima visita del presidente argelino Abdelmadjid Tebboune a Madrid —anunciada en un momento de recomposición diplomática en el Magreb— llega cargada de interrogantes. No solo supone un gesto significativo tras años de tensiones bilaterales, sino que abre un nuevo capítulo en la compleja triangulación política entre España, Argelia y Marruecos. Su trasfondo es claro, el conflicto del Sáhara sigue marcando las reglas del juego y condiciona cualquier avance real.
En los últimos años, Argelia ha endurecido su estrategia diplomática para contrarrestar el creciente respaldo internacional al plan de autonomía marroquí sobre el Sáhara. La decisión de España en 2022 —calificar ese plan como la propuesta “más seria, creíble y realista”— fue percibida por Argel como una ruptura histórica, con consecuencias inmediatas; retirada del embajador, restricciones comerciales y congelación política.
El viaje del presidente argelino Abdelmajid Tebboune se enmarca ahora en un escenario diferente. Argelia ha levantado parte de sus vetos comerciales y ha retomado canales diplomáticos. La muy próxima visita, si se confirma, pretende relanzar los vínculos bilaterales y recordar que Argel sigue siendo un actor esencial para la estabilidad energética y política del Mediterráneo occidental.
A pesar del conflicto político, Argelia ha mantenido el suministro de gas a España a través del gasoducto Medgaz. Sin embargo, se ha negado repetidamente a reabrir el gasoducto Magreb–Europa (GME), cerrado desde 2021 y cuya reactivación favorecería especialmente a Marruecos.
Este equilibrio entre “firmeza política” y pragmatismo económico es la principal carta de Argelia. Con Europa urgida por asegurar fuentes de energía estables, Argelia podría intentar utilizar su posición estratégica para obtener concesiones indirectas, desde mejoras contractuales, nuevos proyectos de inversión hasta un papel más relevante en la agenda euro mediterránea.
Madrid en cambio ha consolidado en los últimos años una relación privilegiada con Rabat, cooperación migratoria, coordinación antiterrorista, inversiones bilaterales, control fronterizo y un alineamiento político creciente respecto al Sáhara Marroquí. Para el Gobierno español, esta relación se ha convertido en un pilar de estabilidad difícil de poner en riesgo.
Esto implica que Argelia llega a Madrid con expectativas limitadas. Es improbable que España modifique su posición sobre el Sáhara Marroquí. Pero al mismo tiempo, España no puede permitirse un deterioro profundo con Argelia, especialmente en un contexto energético incierto y con Europa mirando al sur en busca de aliados estables.
¿Puede España mediar? ¿Puede Argelia adaptarse?
Aunque improbable, no es impensable que Argelia explore una adaptación gradual de su enfoque diplomático. Tras años centrando su política exterior casi en exclusiva en contrarrestar a Marruecos, Argel podría empezar a privilegiar intereses más tangibles como son los contratos energéticos, inversiones industriales, estabilidad regional o alianzas europeas.
En ese marco, España podría desempeñar un papel moderado —no como mediador formal, sino como “puente funcional”— que facilite un clima menos hostil en el Magreb. Sin embargo, cualquier avance dependerá de que Argelia rebaje sus líneas rojas y de que Marruecos no interprete esta aproximación entre Argelia y España como una amenaza a su actual ventaja diplomática.
¿Cabe imaginar un escenario optimista? Si , pero con prudencia. Un desenlace positivo no está descartado. En el mejor de los casos, la visita de Tebboune podría consolidar un deshielo diplomático real entre España y Argelia; garantizar estabilidad energética a largo plazo para España y la UE; reducir la tensión regional entre Argelia y Marruecos, al menos en el terreno económico; abrir la puerta a un diálogo más pragmático sobre el futuro del Magreb.
Pero incluso este escenario optimista está plagado de interrogantes:
¿Está Argelia dispuesta a flexibilizar su postura en un conflicto que considera existencial?
¿Hasta dónde puede España equilibrar sus compromisos con Rabat sin reavivar la desconfianza argelina?
¿Puede el Magreb avanzar hacia una cooperación mínima en un contexto de rivalidad estructural?
La visita del presidente Tebboune no resolverá estas preguntas, pero sí supone un gesto significativo en una región donde la diplomacia es un terreno de milimetría y memoria larga.
El desafío ahora es que este gesto no se quede en una foto, sino que abra una tregua inteligente que permita avanzar hacia una estabilidad que, aunque difícil, no es pura ficción.
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