Sin novedad en el Alcázar

franco

Una nueva biografía del dictador, firmada por un solvente historiador. Uno no recuerda que un libro se haya beneficiado de una propaganda semejante. Hay de por medio importantes grupos editoriales y de comunicación. ¡La ocasión la pintan calva! Entrevistas, reseñas, fotos, trozos del libro antes de su publicación. Lo que todo autor sueña para su obra y nunca consigue. Algo habrá influido, digo yo, la coincidencia con el año destinado por Pedro Sánchez para conmemorar, no sé cómo decirlo, la muerte de un autócrata al que no fuimos capaces de derribar. La conmemoración de una impotencia, de un fracaso. Una celebración en la que Julián Casanova participa como comisionado porque, según ha declarado, algo tiene la derecha española, algo malo, un no sé qué, quizás un cierto tufillo franquista. Él, que es un historiador acostumbrado a otear la palpitación de los tiempos, el más destacado de su generación decía la propaganda que ha rodeado la publicación, tendrá motivos para afirmar tal cosa.

El título de este escrito, el saludo del coronel Moscardó al general Varela, quiere indicar que, a estas alturas, resulta difícil decir algo nuevo sobre la biografía de Franco. Más todavía sin frecuentar archivos y hemerotecas. El libro, como suele ocurrir, presenta errores y aciertos. Error el de calificar de católico y ultraconservador el ideario de la coalición radical-cedista de 1933. Eso pudiera justificar la revolución del 34, cosa que no hace Casanova que es, lo repito, un digno historiador. Hombre, católico Lerroux no creo que lo fuera, por mucho que hubiera cambiado el Emperador del Paralelo. Y la CEDA, que sí era católica, no llegó a encabezar ningún gabinete y en su interior había facciones que no eran ultras. ¿Qué hubiera pasado si, en lugar del exclusivismo republicano, se hubiera dado una oportunidad a la CEDA de aproximarse al nuevo régimen? Eran malos tiempos, sin duda.

Franco era un soldado, su identidad personal estaba moldeada en los conceptos o sentires de honor, valor y obediencia ….hasta que se quebró su juramento de fidelidad. Pero en el libro apenas hay menciones telegráficas a su carrera militar. Ni siquiera hace referencia a la proclamada incompetencia militar del personaje, más bien dudosa. Alguien que ganó una guerra terrible no debía ser un militarote cualquiera. Fue rápido en agenciarse la ayuda alemana e italiana. La veloz marcha sobre Madrid fue un logro táctico. Más bien yo creo que se exagera la competencia estratégica de su opuesto, Vicente Rojo, “el caudillo de ellos”. Se equivoca Casanova al comparar las figuras de Salazar -burócrata obsesivo y trabajador, apegado a las colonias, que siempre vistió de civil- y de Franco -que entregó Marruecos sin rechistar, árbitro de las facciones de un régimen autoritario, pero que se mostró ajeno al diario gobierno, más atento a cazar perdices y salmones que a ocuparse del presupuesto y que siempre vistió uniforme -. Poco espacio dedica a las relaciones internacionales, mérito principal de la biografía que dedicó Paul Preston a Franco, y mucho a la represión, sin duda atroz. Pero tantas referencias a la paranoia masónica de Franco marean un tanto. Casanova es un insólito biógrafo que apenas se ocupa del carácter, de la personalidad de su biografiado, que siempre describe como un bloque monolítico: prudente, calculador, cruel. Evidentemente no siente simpatía por el personaje que estudia, el “llamado caudillo”. No me extraña. Pero sin cierta empatía por el personaje -no hace falta ser pato para estudiar a los patos- no se hubieran escrito el Mussolini de Renzo de Felice, el Hitler de Ian Kershaw o, más cerca todavía, el Franco de Juan Pablo Fusi, la mejor, la más equilibrada biografía hasta la fecha. Los aciertos del libro de Casanova, me atrevo a decir, residen en las anécdotas, como esa de los amoríos de Serrano Suñer, capaz de poner en entredicho su carrera por una pasión, o las páginas dedicadas a las corruptelas de la saga franquista y sus generales sobornables. ¡Qué figura de golfo la del doctor Martínez Bordiú! Carmen Polo no quería que confundieran a su hija con una Martínez cualquiera y por eso se otorgó al tunante el título de marqués de Villaverde. A doña Carmen mi abuelo siempre la llamaba la collares. Acierto en lo que llama el autor la construcción simbólica de la dictadura, concentraciones, monumentos, lápidas, desfiles, festividades. Y las frecuentes cacerías, tan bien retratadas por Berlanga, donde se apalabraban negocios pingües.

En fin, ni tanto ni tan calvo, ni tan sólido el libro como anunciaba El País -estamos en tierra amiga-, ni tan descontextualizado y coyuntural, como criticaba con evidente parcialidad el diario El Mundo. Estamos ante una aceptable síntesis divulgadora, basada exclusivamente en eso que llaman fuentes secundarias. La verdad sea dicha, mi impresión es que el texto resulta, de puro conocido, un tantico aburrido. Seamos benévolos y dejémoslo en un término medio. Periodistas ingeniosos como el de La Vanguardia, se aventuraron a preguntar al autor: Franco hizo la historia o la historia le hizo a él. Las dos cosas, hombre, las dos.

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