Los votantes de Trump no leyeron a Quevedo

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Como es lógico – lo contrario sería pedir demasiado – los que votaron la presidencia de D. Trump ni han leído a nuestro genio ni tienen la más remota idea de su lejana y vigente obra. Es una pena, pues de sus escritos se puede conocer gran parte de la naturaleza del alma humana y, en esta ocasión, me gustaría escribir la tontería diaria sobre un texto que nos descubre la estulticia del hombre a la hora de elegir los valores sobre los que fundamenta su vida y en las democracias actuales, su voto.

“Y porque veáis cuáles sois los hombres desgraciados y cuán a peligro tenéis lo que más estimáis, hase de advertir que las cosas de más valor en vosotros son la honra, la vida y la hacienda. La honra está junto al culo de las mujeres; la vida, en manos de los doctores; y la hacienda, en las plumas de los escribanos.”

No voy a ser yo quien cambie o añada nada a lo que él escribió, pero sí es buen punto de partida para una reflexión sobre la inocencia que supone votar a alguien que demuestra desequilibrio y turbulencia a lo largo de toda su ejecución pública esperando el cambio que consiga hacerle ejecutar aquello que promete sin que, en el proceso, venga la tormenta como seguro acaecido. ¿Alguien, de verdad, esperaba que Trump pudiera conducir a los USA a la tierra de promisión donde manan la leche y la miel de una forma sensata y placentera? ¿Se puede prometer una revolución, una demolición de lo establecido, sin resistencia, daño y padecimiento? No parece muy lógico, la verdad.

Dicen que perro viejo no aprende gracias nuevas y la reflexión, el cuidadoso estudio de los pros y los contras de sus medidas es algo que Trump no parece haber aprendido y ahora anda mohíno porque la bolsa de Wall Street apuesta en contra de la permanencia y viabilidad de sus medidas. Lógico, pues todo el mundo, menos él, sabe que el comercio, la industria y el dinero aborrecen de la incertidumbre, los cambios desmedidos y la inestabilidad de sus inversiones. Si el dinero quería cambios, debería haber elegido a otro candidato, pues la trayectoria de Trump cabe ser calificada como cada quien quiera, pero nunca de previsible, estable y consolidada.

Lo que sí es cierto es que él está haciendo, punto por punto lo que decía que iba a hacer aunque los resultados de sus promesas hayan llevado a la economía y a los mercados a un estado de estupor equivalente al que produce la fulguración de un rayo. Parece que todos los analistas auguran un mayor déficit presupuestario, un verdadero colapso en los sectores de producción afectados por la guerra de los aranceles y una regresión enorme en el delicado terreno de las libertades públicas y privadas. Como resultado de toda esta tormenta se empieza a formar una amenaza que deberíamos tener en cuenta: cuando los autócratas ven subir el rechazo popular a sus actuaciones, la historia demuestra que suelen acudir en busca de un remedio universal: inventar un enemigo exterior y montar una guerrita que cohesione a la opinión pública en torno al líder. Dos ejemplos, muy claros y recientes han sido, y son, la guerra de las Malvinas de la dictadura Argentina y la destrucción a sangre y fuego de Gaza que libera a Netanyahu de sus problemas legales en Israel. Hoy, Trump anda a vueltas con Canadá y con Groenlandia, así que nadie se extrañe de que nos monte algún buen follón con esos países.

Por concluir con Quevedo, recurro a las últimas líneas de su buscón llamado Don Pablos: “Y fueme peor, como V. Md. verá en la segunda parte, pues nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar y no de vida y costumbres.”

Trump es coherente con su historia, los ilusos han sido quienes confiaron en que pudiera mudar de vida y de costumbres sólo por ser presidente de la mayor economía del mundo.

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