A propósito de los Congresos regionales del PSOE
Hemos llegado a ese umbral donde las palabras pierden sentido o, peor aún, cada cual les asigna el que más le conviene. Siempre hay una tendencia a ello, pero ahora pasa a ser casi exagerado. Hay una necesidad enfermiza de calificar rápidamente al otro y construir un rápido muro de separación vs. protección. Esto tiene un mal terrible: impide ver las cosas tal y como son y, lo que es peor, sus consecuencias.
En estos días se han comenzado a celebrar los congresos regionales del PSOE. Esto puede que, como ciudadanos, nos deba importar más de lo que pensamos.
Si dijera que la situación actual del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) es la peor desde la recuperación de la democracia en 1978, y que esta no puede entenderse sin analizar el control centralista y personalista que ha impuesto Pedro Sánchez desde su llegada a la Secretaría General, y que bajo el pretexto de la renovación, Sánchez ha convertido las estructuras del partido en una maquinaria destinada exclusivamente a consolidar su liderazgo, eliminando cualquier atisbo de discrepancia, pluralismo interno y democracia partidaria, ¿Qué pensarían? Habrá muchos que se apresurarán a decir que cuestionando al líder lo que se hace es favorecer a la (peligrosa) derecha, o que, como Stephan Zweig, añoro el mundo de ayer o he dejado en el camino mi pensamiento y ya estoy al otro lado del muro.
Ahora bien, Sánchez ha basado su estrategia partidaria en la imposición de candidatos fieles y disciplinados. Hasta la fecha, las consecuencias han sido nefastas, tanto electoralmente como en su credibilidad ante la militancia y la ciudadanía.
Él nombra directamente secretarios generales y candidatos regionales que responden únicamente a su confianza personal, ignorando procesos internos y realidades electorales. Lo estrambótico empezó con Pepu Hernández, ajeno a la política y a todo este mundo salvo la amistad con Sánchez, designándolo candidato a la Alcaldía de Madrid, obteniendo un resultado desastroso. Datos son. Perseverar en el error y negar a la militancia es la línea. Reyes Maroto fue un nuevo acto de fracaso, intentando proyectar a una compleja realidad política a un socio de su club de leales dotados de amplia irrelevancia política e incapacidad discursiva.
Andalucía es otro ejemplo paradigmático. La imposición de Juan Espadas fue un descalabro electoral que consolidó la hegemonía del Partido Popular (PP) en la región. La derrota evidenció el fracaso de la estrategia de Sánchez y la desconexión entre el aparato federal y la realidad política del territorio.
No son casos aislados. La falta de rendición de cuentas por parte de Sánchez y su círculo cercano tras cada fracaso electoral es preocupante democráticamente. Las declaraciones de los protagonistas, como Pepu Hernández justificando su candidatura o Reyes Maroto calificando de éxito su debacle, reflejan un nivel de autocomplacencia que mina la credibilidad del partido. La izquierda debería ser otra cosa: la crítica y la autocrítica. No hay responsabilidades políticas asumidas, solo silencios cómplices y un relato que busca culpables externos.
La reciente gestión del PSOE de Madrid ha sido especialmente caótica. Juan Lobato, un dirigente con proyección y capacidad de conectar con sectores juveniles y urbanos, primero fue abandonado a su suerte, luego torpedeado, encumbrando a Ayuso como alter ego de Sánchez. En lugar de consolidar un liderazgo emergente con un proyecto a medio plazo, Sánchez y su círculo gustan de los “hostiae humanae”, aunque lo que sacrifiquen en el altar sean sus propios errores.
La designación de Óscar López como sustituto es una muestra más de la deriva personalista del líder socialista, un cunero sin proyecto y valor alguno. Lo que manifiesta es la voluntad de Sánchez de mantener un control absoluto sobre el partido en Madrid, que, por cierto, cuando se celebraban “sus” primarias, él no fue el más querido por los militantes, aun siendo del lugar.
La pregunta es si estas decisiones son solo un intento de apuntalar posiciones de control interno ante un futuro muy complicado y sociológicamente refuerza la percepción de que el PSOE es, en este momento, un partido sin rumbo.
La acumulación de poder por parte de Pedro Sánchez no solo afecta a las decisiones electorales, sino también a la propia esencia democrática del PSOE. Históricamente, el partido ha sido un espacio de debate y diversidad de opiniones, pero en la última década, ese pluralismo ha sido sustituido por una estructura vertical y acrítica, leninista y presidencialista. Las primarias, que en su momento se presentaron como un avance democrático, han sido pervertidas para consolidar el poder absoluto de un reducido grupo de inquebrantables.
La resistencia interna a Sánchez es cada vez menor, en parte por el miedo a las represalias y en parte por la falta de liderazgos alternativos. Sin embargo, es evidente que para que el PSOE recupere su identidad y su relevancia en la política española, Sánchez debe ser obligado a dar un paso al lado. Su continuación en el poder no solo perpetúa la crisis interna, sino que también limita la capacidad del partido para articular una posición coherente y creíble frente a la derecha.
La estrategia de Sánchez responde a un cálculo personal de construir un búnker de resistencia frente a la posibilidad de perder el poder en las próximas elecciones generales, cada vez más cercanas. El hecho de que la derecha española sea una amalgama errática no justifica que la izquierda pierda sus esencias y razones de su existencia, pues si los partidos nos colocan en esta tesitura, habrá que preocuparse seriamente por un ascenso imparable del populismo de extrema derecha.
1 comentario
Magnífico artículo que profetiza lo que puede pasarle al PSOE en el futuro