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Elogio a la Escucha Activa

La Escucha activa es un término usado con profusión por políticos, gestores empresariales y expertos en marketing y comunicación. ¿ Realmente alguien hace uso de ella?
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Elogio a la Escucha Activa - Imagen de una conversación atenta

En tiempos de ruido y respuestas automáticas, escuchar con atención y respeto se convierte en un acto político. La escucha activa es una herramienta esencial para fortalecer la democracia desde abajo, desde lo cotidiano.

La discrepancia, cuando es bien entendida, no es una amenaza: es una oportunidad. Un ejercicio imprescindible para el crecimiento democrático, un modo de ensanchar su territorio, de hacerlo más habitable, más inclusivo.

Si la democracia quiere avanzar en profundidad y no quedarse en el trámite superficial del voto o el algoritmo, necesita más que reglas: necesita actitudes. Ya lo dijimos al hablar de la cordialidad (aquí) y lo reiteramos al defender la tolerancia. Hoy toca dar un paso más: hacer un elogio sincero y necesario de la escucha activa.

Escuchar no es oír. Tampoco es esperar tu turno para hablar mientras el otro emite sonidos. La escucha activa es un acto de presencia, de respeto y de responsabilidad. Es un esfuerzo consciente y voluntario por comprender, no solo las palabras que el otro pronuncia, sino también las ideas, los matices y los sentimientos que esas palabras contienen o evocan.

¿Qué implica, en la práctica, escuchar activamente?

  • Prestar atención total: Apartar el móvil, silenciar el juicio interior y apagar el piloto automático. Escuchar no es multitarea.
  • Mostrar interés: Asentir con la cabeza, mantener contacto visual, hacer un gesto o un comentario breve (“entiendo”, “claro”) que indica que estamos ahí, no solo físicamente, sino mentalmente.
  • Buscar entender, no juzgar: No se trata de evaluar o contraargumentar al instante, sino de captar con honestidad lo que la otra persona trata de decir. Ponerse en su lugar no para quedarse, sino para mirar desde ahí.
  • Hacer preguntas para aclarar: “¿A qué te refieres con eso?” o “¿Podrías darme un ejemplo?”. Estas preguntas no son interrupciones, son puentes.
  • Resumir lo que oyes: “Entonces, si te he entendido bien, lo que te preocupa es…” Esta práctica sencilla evita malentendidos y muestra que se ha escuchado de verdad.

La escucha activa no es solo una técnica comunicativa; es una herramienta política de primer orden. Una sociedad que no escucha no puede convivir, solo puede imponerse o fragmentarse. Y en un tiempo en que el ruido sustituye a la deliberación, y los algoritmos premian la crispación, escuchar activamente es un acto casi revolucionario.

Escuchar con atención a quien piensa diferente no debilita nuestras convicciones, las hace más robustas. No nos convierte en neutrales, sino en interlocutores válidos. No nos resta fuerza: nos añade humanidad.

Quizá no podamos cambiar el tono de todos los debates públicos, pero sí el de nuestras conversaciones cotidianas. Y desde ahí, desde esa práctica de la escucha consciente, podemos contribuir a una política más habitable, a una ciudadanía más activa y a una democracia que no solo tolere, sino que cultive la discrepancia.

Porque la discrepancia bien escuchada no es un obstáculo: es una invitación a pensar mejor.

Editorial publicado por La Discrepancia

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