El disparate permanente. Columna ónmibus

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«Disparate es lo mesmo que dislate…cosa despropositada, lo qual no se hizo, o dixo con el modo devido, y con cierto fin». Covarrubias: Tesoro de la lengua  castellana o española

Pasar revista a la actualidad política es ir dando traspiés, de disparate en disparate. Es para echarse a reír los titubeos del PP, un partido que parece no sentirse a gusto en su piel, desazonado por ocupar el imaginario espacio de centro, tratando de aparentar moderación incluso cuando la coyuntura exige contundencia. Temeroso de parecer “antisocial”, capaz de endosar las medidas populistas abandonando la defensa del rigor económico. Primero dice que no al decreto “ómnibus”, o mejor dicho, al totum revolutum gubernamental que, con la coartada de lo que llaman «escudo social», pretendía colar de matute una mezcla tóxica. Luego dice que si al decreto “minimis”, rebajado, deslastrado, disminuido, para que le acusen de querer matar de hambre -Sémper omnia vincit– a los jubilados. Y ha votado a favor, la mezcla persiste, de devolver al PNV un edificio de París de dudosa titularidad; un palacete que debería haberse devuelto en todo caso al gobierno vasco, para quien fue adquirido en 1937, pero no a uno de los partidos coaligados que entonces lo formaban. Una estafa al patrimonio, para mayor gloria de Sánchez y los burukides.

 No contentos con rescatar de la muerte por inanición a los jubilados, el PP acaba de salir en defensa de que los salarios mínimos sean inmunes a la tributación. El PP se había opuesto hasta la fecha al aumento vertiginoso del suelo salarial, alegando -con razón- sus efectos desfavorables al empleo. Ahora su responsable solicita el reajuste del IRPF “para que el principal ganador no sea el gobierno y el ministerio de Hacienda”. ¿En qué quedamos? Da la impresión de que, con tal de conseguir una derrota parlamentaria del gobierno, emboscadas sin trascendencia, ha sido capaz de aliarse con el separatismo catalán antes y ahora con Sumar y Podemos. Poca solvencia, escasa garantía ofrece esta derecha desnortada. Si alcanzan algún día el gobierno será a fuerza de aburrimiento. 

Disparate también el de la ministra de Trabajo, que justifica el aumento del salario mínimo en 50€ porque así los trabajadores y trabajadoras (sic) podrán comprar pescado. Lo ha dicho, es literal, la petimetra obsesionada con que los españoles huelguen y disfruten de la vida. En una entrevista radiada declaró ufana que se despertaba a las cinco de la madrugada: ella trabaja para que los demás puedan holgar. 

Atención al nuevo ministro de esa cosa de nombre ampuloso que llaman Transformación digital y función pública. ¿Por qué los nombres ministeriales más que denotar la función, suelen ser emblemas ideológicos? A lo largo de su vida política ha ido de mano en mano, como en el cuplé -Pepiño Blanco, Rubalcaba, Gabilondo- hasta quedarse con Sánchez. Una carrera con más derrotas que triunfos. Engruesando por el camino. Ahora oficia de ministro-candidato pluriempleado, decidido según proclama a desbancar a Isabel Ayuso. Dice el ministro postulante, según Europa Press que Feijóo “carece de ninguna valentía” (sic). ¿Cuándo aprenderán sintaxis estos ministros novísimos? Asegura López, el amigo de Sánchez, que en Madrid existe una “mayoría progresista”, que naturalmente desea hacer efectiva. Una mayoría oculta, durmiente durante tres décadas, desde la época Joaquín Leguina, hoy denostado por el que fue su partido.Dice López que no se habla con su predecesor, Lobato. Parece no darse cuenta del problema de que esa mayoría presunta duerma una siesta prolongada reside en los propios socialistas, en la proverbial inestabilidad de la FSM, que cambia de candidato como de camisa. Los usan, los aparcan en un rincón y hasta les retiran la palabra.

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Disparate el de los sindicatos, convocando una » manifestación preventiva» contra la oposición. Unos sindicatos que apenas sobreviven mediante subvenciones, poco representativos del mundo laboral, que hace tiempo que dejaron de ocuparse del empleo juvenil – contra el que conspira la política ministerial- o de los empleados precarios. Sindicatos que apenas guardan influencia en las grandes empresas y en los escalones inferiores de la administración. Fijémonos en sus líderes. El de la UGT, con cara de pájaro de mal agüero, ahogándose casi con unos foulard de colorines a cuál más grotesco. El de Comisiones, cuadrado de figura, con aires de luchador pétreo y pelón pronto a subir al ring. Que diferencia con sus antecesores, con un Nicolás Redondo, capaz de cantarle las 40 al gobierno de González y de organizarle una huelga colosal como la del 88. Este Redondo no se andaba con majaderías preventivas. Que lejos está este Unai de Marcelino Camacho, hombre luchador, de una modestia apabullante. Personajes antagónicos a los actuales burócratas sindicales.

 El cardenal José Cobo ha sido noticia estos días. Cosa de señalar, porque solamente los fanáticos anticlericales se ocupan hoy de la Iglesia. El prelado lleva tiempo denunciando la polarización en la sociedad y en la iglesia. Este sacerdote tiene un aire juvenil, en contra de lo que suele ser usual en la gerontocracia eclesiástica. Hasta puede vérsele mal afeitado, adornado con bigotillo y perilla posmodernas. Se lamenta de la falta de frecuentación de los sacramentos, pero se consuela: comulgan menos fieles, pero lo hacen con más convicción. Vamos a un cristianismo de más calidad. Recuerda a Tierno Galván y su enclenque PSP. Eran pocos, pero buenos; tenían cautivo el voto de calidad. Hasta parece dar la razón y convalidar aquella frase desafortunada de Manuel Azaña, aquella de que España había dejado de ser católica. Eso cree el padre Cobo. Denuncia el prelado la polarización en la sociedad española, que infecta hasta la misma iglesia. Ofrece un remedio, el de la centralidad de Dios. La fe como remedio centrista frente a los que, izquierdas y derechas se sobreentiende, polarizan la convivencia. Uno, que sabe poca teología, tiende a creer que Dios es un absoluto, que todo esta en Dios y nada fuera de él. Así que este prelado nos ofrece combatir los absolutos separadores con un absoluto mayor, metafísico, con la grande unidad divina. Le deseamos a este simpático prelado el mayor de los éxitos en su empeño pastoral.

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  La noticia que nos ha conmovido profundamente ha venido dada por los que se denominan los “Patriots”. Un nombre muy bien puesto, que recuerda el de un desaparecido equipo de basket americano. ¡Somos el futuro!, decían los miembros de la nueva internacional reunida en Madrid, la fausse droite, que decía el admirado Raymond Aron. Hubo una internacional anterior, de izquierda, la Komintern, que miraba hacia Moscú y agrupaba a los partidos comunistas, haciendo de ellos los representantes o delegados, fieles hasta el sacrificio, de la política de la URSS. La fausse gauche. Esta de ahora mira hacia Washington y representan, la verdad sea dicha, no sabemos muy bien lo que representan. Parece ser que defienden o justifican la política neoproteccionista y antinmigración de Trump. Un individuo que defiende ideas atroces, lo peor de lo peor, the worst of the worst, que trata a los emigrantes como terroristas, que abandera un nacionalismo cerril, de modales zafios y barriobajeros, un fanfarrón egocéntrico. Santiago Abascal se muestra comprensivo -hace falta ser tonto o algo peor- para defender cosas como los aranceles trumpistas que perjudican a tu país. “Algunos andan ahora preocupados hablando de aranceles. El gran arancel es el pacto verde de Bruselas.  El de los progres y los comunistas. Y los populares pactan con ellos”. La internacional populista frente a la imaginaria internacional comunista. Un hombre disparatado este Abascal, que nunca ha sabido a qué carta quedarse, si a la del liberalismo o a las identidades cerradas y xenófobas, y que parece haber optado por esto último, porque cree que le dará resultados la explotación de los bajos instintos del público. Medidas proteccionistas como las de Trump ya fueron ensayadas después de la crisis del 29 y limitaron el comercio mundial y acabaron por ahondar la recesión. Mirar hacia Washington…y también hacia Moscú. El húngaro Orban actúa como una especie de quintacolumnista de Putin. Así, pues, tenemos un grupo de gentes que se dicen patriotas pero que operan como una quinta columna del extranjero. De un Trump que ha convertido en adversarios a sus antiguos aliados, las democracias pluralistas occidentales. De un Trump que parece vivir en la época de Teddy Roosevelt, de aquel presidente que practicaba la política de la cañonera: I took Panama, exclamó al ayudar a la independencia del istmo. Y quiere repetir la hazaña, the big stick policy, en un mundo dividido de nuevo en zonas de influencia. Un presidente que ha elegido a China como enemigo principal. De un Putin, moderno zar, heredero de los antiguos déspotas, empeñado en recuperar las fronteras del antiguo imperio. Defienden una especie de gran entente entre Rusia y Estados Unidos, forjada sobre las espaldas del resto del mundo. Y dicen estos patriotas sin patria, expatriados en su propia tierra, los que nos quieren devolver a los tiempos de Nicolás II, que son el futuro.  Nada de eso; son la reacción, la fausse droite, pura y simplemente. ¿Y este disparatado Abascal se dice patriota? A mí se me antojan, él y sus amigos, una caterva de charlatanes y oportunistas de pocos escrúpulos e ideas contradictorias. Adversarios de los valores ilustrados -democracia, tolerancia, respeto a los derechos individuales- que justifican nuestro modo de vida. La quinta columna del extranjero. Representan algo peligroso, algo de lo que hay que huir como de la peste. ¿Será verdad que un mundo que elige a un lunático como presidente de Estados Unidos y a un pícaro ambicioso como presidente de España marcha hacia la decadencia?

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