Cambalache

Captura-de-Pantalla-2025-02-06-a-las-12.14.12

El famoso tango “Cambalache”, con letra de Enrique Santos Discepolo, podría ilustrar muy acertadamente la sensación de desconcierto que se ha adueñado de la civilización en esta tercera década del siglo XXI. Un cambalache, en el hermoso castellano de Argentina, es un bazar, un establecimiento donde se ofrece todo tipo de objetos sin ningún orden aparente. Los autores lo utilizan como símil para comunicar un desconcierto social semejante al actual que se dio hace ahora un siglo. Las primeras estrofas ya lo anuncian:

“Pero que el siglo veinte es un despliegue/ de maldad insolente, ya no hay quien lo niegue/ vivimos revolcaos en un merengue/ y en el mismo lodo, todos manoseaos”

Las redes sociales y muchos supuestos medios digitales se han convertido en ese merengue de lodo donde se mezclan la verdad con la mentira, la opinión subjetiva con la verdad científica y el adoctrinamiento con el insulto al discrepante. El objetivo de esa mezcla es que todas las informaciones estén al mismo nivel, revueltas unas con otras, para que el observador no pueda distinguir las buenas de las malas y termine pensando que todas son, cuando menos, dudosas. El tango abunda en esta descripción:

“Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor/ ignorante, sabio o chorro, pretencioso o estafador/ todo es igual, nada es mejor/ ¡lo mismo un burro que un gran profesor!”

Que dos más dos son cinco, no es una opinión discrepante de la mayoritaria que afirma que son cuatro. Es simplemente una estupidez, una tontería, algo completamente falso. Como lo es afirmar que la Tierra es plana, que la lejía cura el Covid o que los inmigrantes haitianos se comen las mascotas de los estadounidenses de Ohio. Este tipo de falsedades se difunden cada día en las redes sociales. El tango continúa diciendo:

“Los inmorales nos han igualao”

Efectivamente, la estrategia del bulo permanente coloca al mismo nivel a los periodistas honrados —aquellos que se esfuerzan por contrastar la noticia antes de publicarla— y a los inmorales que solo buscan confundirnos y hacernos dudar con sus mentiras de los hechos publicados en los medios honestos. El tango termina con la comparación indicada el principio:

“Igual que en la vidriera irrespetuosa/ de los cambalaches se ha mezclao la vida/ … / que a nadie importa si naciste honrao/ si es lo mismo el que labura/ noche y día como un buey/ que el que vive de las minas, que el que mata, que el que cura/ o está fuera de la ley”

Pero, a diferencia del desconcierto de hace un siglo del que se queja el tango, la confusión actual no es algo accidental, producto de la evolución natural de la sociedad. En el siglo XXI, es algo decidido por fuerzas concretas, una estrategia de ciertas élites con mucho poder que buscan nuestra desafección a la democracia y el minado de sus instituciones. Y buscan minarlas porque la regulación y el control propios de las sociedades democráticas les estorban para sus propósitos, que no son otros que enriquecerse sin límites.

Por supuesto, no es verdad que todo esté al mismo nivel. Una opinión subjetiva nunca podrá contradecir una evidencia científica, porque las teorías científicas se adoptan después de muchos experimentos que las confirman —experimentos que otros científicos pueden reproducir— y solo se desechan o rectifican cuando aparecen hechos que no pueden explicar.

Tampoco es verdad que todas las noticias sean dudosas. Desde luego, hay muchos periodistas deshonestos que escriben o silencian tan solo lo que les indican sus patronos, muchas veces mintiendo sin rubor y otras sesgando la información en un mismo sentido. Son la voz de su amo. Pero hay muchos otros periodistas profesionales, y los medios que les contratan, que se esfuerzan por descubrir la verdad y siempre contrastan lo que publican. Gracias a ellos, hemos conocido casos relevantes de corrupción y violaciones de los derechos humanos.  Dos ejemplos bastan: los Papeles del Pentágono, publicados por el New York Times, sobre la implicación de EE.UU. en Vietnam entre 1945 y 1967 y el caso Watergate, publicado por el Washington Post, que reveló actividades ilegales de personalidades del gobierno del Presidente Nixon.

Igualmente, es falso que todos los partidos políticos sean iguales. Por supuesto, todos ellos persiguen el poder, lo cual es una obviedad porque ese fue precisamente el propósito de su creación. Pero los conceptos de izquierda y derecha siguen siendo válidos y cada uno representa una visión distinta de cómo organizar la sociedad. En cambio, otros conceptos —acuñados precisamente por los que crean deliberadamente la confusión— son puras invenciones interesadas. Por ejemplo, cuando dividen a los ciudadanos entre casta y pueblo o entre amantes y enemigos de su país. Los que los vierten, se suelen quedar con la parte buena —ellos representan al pueblo, ellos aman a su país— y dejan la mala a los demás.

Lo que sí se puede afirmar en este momento histórico en que disponemos de más información que nunca en el pasado, es que a los ciudadanos nos resulta mucho más difícil orientarnos y descubrir si estamos siendo engañados o no. Cada uno tendrá que decidir qué medios y qué periodistas le parecen fiables y consultar las numerosos páginas antibulos que afortunadamente existen para confirmar o desmentir la información que recibe.

No podemos resignarnos a que ciertas élites nos manipulen de esta manera. En nuestros trabajos y en nuestra vida social no admitimos que nadie se nos imponga por la fuerza. Tampoco sacamos lo peor de nosotros mismos en una discusión. ¿Por qué debemos soportar entonces que en la esfera pública se nos quieran imponer por la fuerza o se nos insulte cuando discrepamos?

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest
Leave A Reply