viernes 12 diciembre, 2025

Aznar, la ficción migratoria y el viejo fantasma del “ moro”

Abdelhamid Beyuki

Hay algo casi entrañable —si uno tiene un sentido del humor particularmente retorcido— en escuchar al ex presidente del gobierno español José María Aznar hablar de inmigración “integrable” y “no integrable”.
Según él, lo latino y cristiano entra bien, como el café solo; lo musulmán, en cambio, provoca ardores institucionales.

Curioso.
Curiosísimo.
Si hay un país que debería pensárselo dos veces antes de señalar con el dedo a los musulmanes como “no integrables”, ese es España, campeona olímpica en expulsiones masivas..

Aznar parece desconocer que la España “cristiana” expulsó a su población musulmana (y a buena parte de sus judíos) entre los siglos XV y XVII. Un proceso traumático cuyo eco aún resuena como un trauma nacional no asumido.
La expulsión de los moriscos en 1609, esa operación “quirúrgica” que dejó regiones enteras sumidas en el caos económico, sigue siendo uno de esos episodios que España mira de reojo, como quien evita hablar del tío incómodo en las cenas familiares.

Y sin embargo, ahí está Aznar, dosificando sentencias culturales como si la historia de España fuese un manual de convivencia ejemplar.

Ironías de la vida que España expulsó a sus musulmanes hace mas de 400 años… y ahora hay quien los declara “no integrables”.
Debe ser que la derecha española – no toda – tiene una extraña afición a repetir los errores que peor le salió a España.

La figura del “moro” quedó incrustada en la imaginación española durante siglos como enemigo, amenaza, invasor, sombra…
Una caricatura histórica que se recicla una y otra vez, ahora disfrazada de análisis geopolítico.

Que pena..

Aznar bebe precisamente de esa tradición, la del “ellos no son como nosotros”.
Lo dice como quien explica algo evidente, como quien señala que el cielo es azul.

Pero aquí la cosa tiene truco, esa visión no es moderada ni conservadora; es fósil.
Es el eco directo de una España que lleva siglos alimentándose de la idea de un “otro” musulmán eternamente sospechoso.

Y llegó 1936, cuando los mismos que hoy hablan de “integración” bajaron a los “moros” en barco para “salvar España”, la España de los golpistas y antidemocráticos.

Si Aznar quisiera hacer memoria histórica —buena, mala o regular— sabría que en 1936 el bando golpista y sublevado, del cual procede la genealogía política de la derecha española de Aznar, trajo a decenas de miles de tropas marroquíes para combatir contra la República.
Es un hecho histórico documentado, no una valoración.

Sí, los mismos “moros” que el imaginario conservador había presentado durante siglos como amenaza fueron utilizados como fuerza clave por los golpistas.

Pero Aznar prefiere la versión corta:
– musulmanes hoy, amenaza cultural
– musulmanes ayer, ¿quién? ¿cuándo? ¿dónde?

El problema no es el pasado en sí, sino la amnesia selectiva de Aznar y compañía convertir a una comunidad en “incompatible” mientras se ignora que España lleva siglos alternando entre expulsarla, explotarla, combatirla y reconstruirla..

Aznar no busca comprender la complejidad cultural, sino producir una narrativa útil para su propia agenda y ansia de protagonismo, según esta narrativa, la inmigración musulmana es una amenaza civilizatoria.
Es cómodo, funciona electoralmente en ciertos sectores, y se presenta con la solemnidad de quien enuncia verdades eternas.

Pero la ironía es demasiado jugosa como para no subrayarla. España expulsó a sus musulmanes provocando un desastre económico, levantó parte de su mayor esplendor cultural precisamente con su presencia, los demonizó durante siglos alimentando un trauma colectivo, el bando sublevado los empleó en la Guerra Civil para asegurar su victoria… y ahora Aznar sostiene que “no se integran”. Si eso no es un manual de autoengaño nacional, ¿qué es entonces?

Lo peligroso no es solo el discurso de Aznar, sino lo que despierta, toca fibras sensibles del imaginario español, el miedo ancestral, la sospecha hacia el otro, la tentación de convertir diferencias culturales en trincheras políticas.

Y ahí reside el verdadero riesgo para la estabilidad actual. No en la inmigración musulmana, sino en los relatos que buscan revivir la España encerrada en sus fantasmas, la España que expulsa primero, lamenta después y olvida siempre.

No hay nada más ignorante y desintegrador que la obsesión por definir quién es “integrable” y quién no.

Si  alguien le quedaba alguna duda sobre la pulsión megalómana de Aznar, basta recordar el episodio más ridículo de su política exterior, el conflicto de la isla de Perejil en 2002. Un peñasco deshabitado, del tamaño de un campo de fútbol, convertido de la noche a la mañana en escenario de un “choque de civilizaciones” de opereta. Aznar movilizó a medio Estado para “reconquistar” una roca donde ni las cabras se dignan a pastar, como si Marruecos hubiese puesto en jaque la soberanía española, y no simplemente un pie sobre un mini peñón sin agua, sin vida y sin importancia estratégica real. Un incidente que hoy se recuerda con una mezcla de vergüenza ajena y carcajada contenida, pero que revela mejor que ningún discurso, su obsesión por inflar amenazas y crear épicas donde solo había polvo y gaviotas.

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