viernes 12 diciembre, 2025

Romper la paradoja

Mientras que la inteligencia es escasa y valiosa, la pereza es común y despreciada. El oxímoron se hace paradoja y la paradoja ironía, mostrando lo gracioso de la situación: valoramos las cosas en función de su escasez, en cambio, aquello que es inherente a nuestra forma de ser, lo desdeñamos. Parece que en nuestra ineptitud hemos encontrado la manera de incentivarnos, somos vagos, pero valoramos que algún inadaptado trabaje por nosotros, y con su inteligencia o esfuerzo nos mejore la vida, ya sea con un gran descubrimiento o con su servicio. Incluso ensalzamos al inteligente con premios y aplausos. Desde hace siglos, aborreciendo dicho esfuerzo y evitando el trabajo físico, quien puede permitírselo, paga al que no para que se esfuerce por él. Hoy en día, el último reducto de nuestro propio hacer insubrogable está en aquel recóndito lugar al que no puede entrar la imaginación del prójimo: la imaginación propia. Hasta ahora, podíamos pagar para que trabajasen por nosotros, pero no para que pensasen por nosotros. Sin embargo, esto ha cambiado para siempre todas las aristas de nuestra vida: el trabajo, nuestras decisiones, nuestra imaginación…  

La inteligencia artificial parece una solución a todos nuestros problemas, hemos conseguido fabricar lo que hasta ahora era un tesoro compartido por unos pocos: la inteligencia. Puede parecer inmerecido e injusto, que aquel que nació sin dicho don ahora pueda gozar de él. Pero no hay nada más equitativo que la tecnología. La naturaleza es injusta y despiadada, la mano humana, en cambio, se encarga de igualarnos a todos, obstaculizando al inteligente y dándole inteligencia al tonto. Ahora bien, este mecanismo de incentivo – el de valorar la inteligencia por ser escasa – corre un grave peligro. Todos nos podremos permitir el lujo de ser vagos, de dejar que piensen por nosotros. Por supuesto, esto tiene una clara ventaja, nos facilitará la vida. 

Llegados a este punto del artículo tengo que reconocer que me quedé sin ideas. Quise escribir sobre un tema sobre el que ya se ha escrito todo, y poco más puedo yo añadir. Mi falta de vergüenza ha hecho que haya recurrido a la IA para escribir un artículo sobre la misma IA. Soy consciente de que me expongo a que el lector abandone el artículo y vaya a buscar uno más original. Seré ignorante, pero al menos soy honrado. Por ello, y para que no haya confusiones, quiero destacar aquellos fragmentos de los cuales no me hago responsable. En primer lugar, le pregunté a la inteligencia si consideraba que su propia proliferación aparejaba riesgos. Me quedé sorprendido, parece ser que la IA ha aprendido también el oficio del político, y me dio una respuesta muy diplomática, aunque un tanto vacía de contenido. Efectivamente, después de enumerar brevemente algunos de los peligros más comunes, añadió: “es crucial abordarlos de manera proactiva y ética para garantizar que la IA se desarrolle y se utilice de manera responsable en beneficio de la humanidad”. Ante una respuesta tan carente de contenido, le pedí que argumentara a favor de la prohibición de la inteligencia artificial, a lo que arrojó un resultado más comprometido: “desplazamiento de empleos –que no desaparición–, peligro de una super inteligencia, incluso pérdida de privacidad… pero por supuesto, al final salió de nuevo su cariz político “Prohibir por completo la IA podría limitar su potencial para el progreso y la innovación, por lo que la implementación de políticas y marcos regulatorios adecuados puede ser una solución más equilibrada y efectiva”. No me cabe la menor duda. Veo con claridad la importancia que la IA puede tener en nuestra vida. Puede ayudar a la fabricación de tecnología, investigación en fármacos, y los expertos manifiestan que incluso pueden tener un impacto muy positivo en materias como el transporte y energía. 

El debate está servido. Todos vemos sus implicaciones positivas. Algunos – IA incluida– también ven los peligros que puede conllevar, como la pérdida de privacidad o desplazamiento de empleo. Este desplazamiento laboral puede ser mayor que otros anteriores. Ahora, los abogados y jueces, débiles y sensibilizados ante sesgos y subjetividades, podrían desaparecer. Una IA puede almacenar con mayor facilidad todas las leyes existentes y proporcionar una respuesta más objetiva. De la misma manera, quien decide las leyes cae en ideologías y en presiones. Me pregunto si el destino de estos oficios, en un futuro amenazados, será el mismo que el de otros que les precedieron, ya que el amenazado, esta vez, no es el taxista del legislador, sino el legislador mismo.

No obstante, pocos hablan de lo que para mí es el mayor de los peligros: la cesión de nuestra toma de decisiones. Las personas somos indecisas por naturaleza. Nos acobarda ser los responsables de nuestro propio destino. Si todo sale mal, tenemos que cargar con la culpa. Una decisión puede cambiar el rumbo de nuestra vida, por inocente que nos pueda parecer en el momento de tomarla. Y me sorprende que pocos hablan de cómo será un mundo en el que consultemos todo a una IA. “Alexa, ¿qué debería ponerme hoy? ¿Dónde me voy de vacaciones? ¿Qué trabajo debería coger? ¿Debería perdonar a mi amigo? Oye, Alexa, en estas elecciones me lo ponen difícil, ¿a quién voto?”. Este mundo será uno en el que relegamos nuestro pensamiento. En esta distopía, la inteligencia dejará de ser escasa, y por tanto valiosa. Dejaremos de pensar por nosotros mismos, de hacer ese gran esfuerzo, por necesario que sea para construir nuestra identidad. Incluso en las decisiones más sencillas de nuestro día a día construimos quienes somos, así que, acostumbrarnos a tener un asistente constante es acostumbrarnos a no ser nosotros los dueños de nuestra libertad. Una vida libre es una vida que merece un poco más la pena y que nos gustaría dejar a quienes nos sucedan.  

Pero yo soy demasiado joven para un discurso tan pesimista. Creo que la sociedad es capaz de crear conciencia y educación para prevenir estos efectos. Estamos a tiempo, pero debemos ser conocedores de cuál es un uso prudente y cuál es, aunque tentador, un uso perjudicial. Los gobiernos tienen un papel difícil e importante por delante. Es muy sencillo regular a la tecnología, pero muy complicado regular a las personas.  Romper la paradoja inicial, deshacer el oxímoron, puede ser una noble causa. De nosotros dependerá que la inteligencia sea común y valiosa, la pereza sea escasa y despreciada. 

Gregorio Colao Fonseca.

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