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Las derechas democráticas y Trump

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La historia nunca se repite de la misma manera, pero algunos tiempos históricos, al igual que los versos de un soneto, riman unos con otros. Esto es lo que sucede, en mi opinión, con los años veinte del siglo XXI —los que estamos viviendo en la actualidad— y los años treinta del siglo XX. Se ha argumentado abundantemente que las diferencias son muchas, pero también hay demasiadas similitudes y deberíamos evitar caer en los mismos errores en los que cayeron nuestros antepasados. Aquí analizo, especialmente, el papel que jugaron entonces y el que juegan ahora las derechas democráticas.

Hubo una enorme crisis económica en 1929 —la Gran Depresión— que aceleró el auge y la radicalización que las extremas derechas venían experimentando en Italia y Alemania desde mediados de los años veinte. El mundo actual ha experimentado una crisis de similar magnitud en 2008-2012 —la Gran Recesión— de la cual, todavía hoy, no ha habido una completa recuperación. Las clases medias se depauperaron, los salarios bajaron y la pobreza y la desigualdad aumentaron en muchos países. Esa crisis marcó también el inicio del auge actual de las extremas derechas en EE.UU. y Europa.

Antes de que empezara la II Guerra Mundial, varios países se saltaron la legalidad internacional vigente desde la I Guerra y la Sociedad de Naciones no fue capaz de frenarles. Así, Japón invadió Manchuria en 1931 e inició una invasión más amplia en China en 1937. Italia invadió la actual Etiopía en 1935 y Alemania invadió la zona desmilitarizada del Rin en 1936, violando así el Tratado de Versalles. Tanto Italia como Alemania intervinieron con tropas en la guerra civil española, entre 1936 y 1939, desobedeciendo el Pacto de No Intervención firmado por ellos y otros países en la Sociedad de Naciones. De igual modo en los años presentes, hemos presenciado la violación de la legalidad internacional por la Rusia de Putin, con su invasión de Ucrania, y por el Israel de Netanyahu con sus invasiones de Gaza, Cisjordania, Líbano y Siria. Los numerosos requerimientos y resoluciones de Naciones Unidas han sido igualmente desatendidos. La violación del orden internacional fue entonces y es también ahora un primer síntoma de descomposición.

Muchas grandes empresas colaboraron con los planes de Hitler. Es muy conocido el caso del grupo Krupp AG, gran gigante industrial alemán, que diseñó y construyó la mayor parte del armamento del III Reich. Menos sabido es que empresas famosas tales como Bayer, Agfa, BMW, Daimler, Opel, IG Farben, Siemens, Allianz, Telefunken, Kodak, Coca-Cola, Nestlé, Adidas y Volkswagen, entre otras, financiaron y apoyaron al régimen nazi antes y durante la II Guerra Mundial con la tolerancia de los países aliados. Muchas de ellas emplearon mano de obra esclava —prisioneros de guerra— durante la contienda. Hoy vemos cómo las grandes tecnológicas, muchos bancos y fondos de inversión financian a Donald Trump y se pliegan a sus planes negacionistas. Incluso algunas de ellas, como X y Meta, colaboran activamente en promover el ascenso al poder en Europa de los partidos de extrema derecha.

Uno de los argumentos de Hitler para justificar la conquista de territorios ajenos fue que Alemania necesitaba su “espacio vital” —su Lebensraum— para desarrollarse como nación. No muy diferente, aunque con un siglo de distancia, de las necesidades geoestratégicas de EE.UU. que aduce Trump para reclamar Canadá, Groenlandia y el Canal de Panamá.

Pero, la similitud más llamativa entre el estado de cosas actual y aquellos años treinta es el posicionamiento de las derechas democráticas ante el auge de los autócratas. Mientras las izquierdas democráticas de todo el mundo están desoladas por el ascenso de Trump a la presidencia de la nación más poderosa del planeta, critican sus amenazas y tratan de hacer frente a sus desafíos, las derechas tradicionales oscilan entre el silencio cómplice y mimetizarse con las extremas derechas para no perder votos. Parecen no tener un proyecto propio que oponer a la agenda iliberal, negacionista y xenófoba de esos partidos. Sus líderes callan o contemporizan con los exabruptos de Trump, tratando de no enemistarse con él. De momento, no parecen haber surgido personalidades conservadoras equivalentes a un Winston Churchill o a un Charles De Gaulle, que hicieron frente a la amenaza nazi con determinación.

Los lideres conservadores actuales se parecen más a los Neville Chamberlain (Reino Unido) y Edouard Daladier (Francia) del siglo pasado, que quisieron frenar a Hitler con políticas de apaciguamiento, permitiéndole la violación de los tratados internacionales e incluso concediéndole los Sudetes en 1938, a costa de Checoslovaquia, para aplacarle. Como sabemos, esa estrategia solo envalentonó más a Hitler y este invadió Polonia unos meses más tarde, dando comienzo a la guerra.

En España, el señor Feijóo ha dado órdenes de no criticar a Trump y emite mensajes neutros del tipo “España colaborará siempre con Estados Unidos y su Presidente”. Cuando su Vicesecretario de Asuntos Institucionales, González Pons, eurodiputado y conocedor del clima que se respira en Europa, ha osado levantar la voz contra Trump —tildándole, tal vez con poco tacto, de “ogro naranja” y “macho alfa”— le ha desautorizado inmediatamente. Otros dirigentes como Esperanza Aguirre (PP), Juan Carlos Girauta (ex-Cs, actualmente en Vox) y Marcos de Quinto (ex-Cs) han sido menos neutrales y han apoyado con entusiasmo el discurso de Trump en su toma de posesión. Es decir, la derecha española oscila entre apaciguar al monstruo y unirse a él. Y ello a pesar de que, como se ha visto, es Vox y no el PP el socio español preferente de Trump.

Al igual que en aquellos años treinta, muchos conservadores europeos restan importancia a las amenazas del autócrata y afirman que no las llevará a cabo. Es exactamente el mismo argumento que empleó el conservador Von Papen cuando convenció al Presidente Hindenburg de que nombrara a Hitler canciller en 1933, pese a que el partido nazi solo reunió el 33% de los votos. Pero las amenazas se llevaron a cabo y Hitler acabó en pocos meses con la legalidad de la República de Weimar.

El recién elegido presidente Trump ha llegado con ánimos de venganza, como ya se está viendo en sus primeras decisiones. Tiene una agenda que no esconde que pasa, entre otras cosas, por neutralizar a la Unión Europea exigiéndole, por un lado, comprar más bienes —especialmente armas— a EE.UU. y torpedeando, por otro, sus instituciones democráticas. Una vez lo consiga, su siguiente objetivo será China, que está cercade poder disputar la primacía a EE.UU. Empleará la guerra comercial y, probablemente también, las amenazas militares. Esta obsesión de perseguir por encima de todo el papel hegemónico de EE.UU. entrañará grandes peligros para el orden internacional y pondrá en cuestión la legalidad que ha venido funcionando desde el final de la II Guerra Mundial.

El orden internacional, las democracias en general y la Unión Europea en particular se encuentran, pues, amenazados desde al menos tres frentes: Rusia, China y, ahora, también EE.UU. Quien no quiera verlo a estas alturas tal vez no está aprovechando suficientemente las enseñanzas que nos ofrece la historia. Para hacer frente a estas amenazas, se necesita el concurso de todos los demócratas, también el de las derechas que en otro tiempo fueron democráticas.

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