Humillar y avivar la crisis mundial

humillacion

Bufones de alto nivel

Hay en la historia de la infamia un nuevo capítulo que bien podría haber sido imaginado por Borges o narrado con la solemnidad grotesca de García Márquez. Pero dado el escenario americano el protagonista podría ser Charlie Chaplin con policía incluido o Jim Carrey con su gestos exagerados y lenguaje excéntrico. En esta crisis de la democracia viene al pelo el Despacho Oval, convertido, definitivamente, en un teatro de variedades, Donald Trump, con su rostro de color naranja y su gorra roja de showman que no sólo es una desconsideración estética es al buen gusto, ha humillado a Volodímir Zelensky, el hombre de la camiseta militar que también le vale, a falta de territorios, quería ceder minerales. El acto fue tan predecible como una novela por entregas: el líder más poderoso del mundo reprendiendo en público al dirigente de un país en guerra con millares de muertos que merecen un respeto, reduciéndolo a la categoría de mendigo ingrato.

La política, que alguna vez se disfrazó de solemnidad, es hoy un circo romano, un espectáculo que exige la humillación de los vencidos, como siempre, pero ahora transmitido «on line«.Pero no se trata solo de que Trump haya impuesto su voluntad con el gesto de un emperador caprichoso; lo grave es que este ritual de sumisión se ha convertido en parte de la escenografía de nuestro tiempo. El anteriormente aludido Borges, que siempre ponía de manifiesto la desconfían en los poderosos, escribió en El Aleph que “el poder es un laberinto del que nadie sale ileso”. Y ahí está Zelensky, atrapado en ese laberinto, buscando una salida entre la dignidad y la supervivencia, que tal vez sea sólo sea sólo personal.

El Espectáculo del Poder

Como decía, no hay nada nuevo en la ridiculización del adversario; es un arma política tan antigua como la propia civilización. Pero lo que antes era un arte de la retórica se ha convertido absolutamente en una performance mediática. Eso ha inundado todos los territorios y si no hay guionistas es todo pura improvisación (teatro impro puro y duro). Trump, que entiende la política solo, así como entretenimiento, ha reducido la diplomacia a un reality show, donde el perdedor no solo es derrotado, sino obligado a sonreír ante las cámaras. Zelensky, que llegó a la política desde la comedia, se encuentra ahora en una farsa de la que no puede escapar y de la que el hombre de la cara naranja quiere llevarse el Óscar.

Por su parte, García Márquez describió a su patriarca como un ser atrapado en la soledad del poder, incapaz de distinguir la realidad del espectáculo que él mismo ha creado. Trump es su heredero espiritual: un emperador que necesita la audiencia para existir, un hombre que quiere hacer de la humillación pública su firma política. Su mensaje a Zelensky –“Estás jugando con la Tercera Guerra Mundial”– no es solo una advertencia, sino una línea de guion perfectamente calculada para los titulares.

Hannah Arendt, en Los orígenes del totalitarismo, describió con precisión el peligro de este tipo de política: “Cuando todos mienten continuamente, el resultado no es que se crean las mentiras, sino que nadie cree ya en nada”. La gran perversión de este espectáculo político no es la humillación de un líder, sino la aniquilación del significado mismo de la verdad política.

El poder no se conforma con imponerse: necesita escenificarse. La humillación del débil es parte del rito, refuerza la jerarquía, todos los autócratas de la historia tuvieron que hacerlo. Recordemos la tantas veces cita reflexión de Maquiavelo en su capitulo XVII de El Principe: «De aquí surge una controversia: si es mejor ser amado que temido o viceversa. Se contesta que correspondería ser lo uno y lo otro, pero como resulta difícil combinar ambas cosas, es mucho más seguro ser temido que amado«, pero en nuestra era es más importante que el temor sea viral. La imagen de un Zelensky incómodo, un Trump magnánimo y un vicepresidente Vance haciendo de cheerleader es la esencia de la política contemporánea. Ha venido para quedarse.

Los grandes escritores lo vieron venir. Twain, que desenmascaró la hipocresía del poder en El candidato idóneo, habría reconocido en Trump a su arquetipo perfecto: un vendedor de humo con el don de embaucar a las masas. Norman Mailer, en «Los ejércitos de la noche la historia como novela, la novela como historia«, lectura obligada para el nuevo tiempo, retrató el ascenso del espectáculo político y la degradación de la vida pública en una América que ya no distingue entre gobernantes y estrellas de la televisión.

En este recorrido por la degeneración política y la literatura es obligado siempre hablar de Stefan Zweig, testigo de otra época convulsa,cuando escribió en «El mundo de ayer»: “Nunca los hombres han sido menos dueños de su propio destino que en nuestros días”. Advertencia que resuena hoy con una urgencia renovada. Lo fue en los años treinta del pasado siglo y lo es en los veinte de este. La conclusión no es muy halagüeña. Si el destino de los pueblos se decide en estos sainetes mediáticos, si las guerras dependen del guion de un comediante callejero de bulevar, ¿qué queda de la política como herramienta de construcción de futuro?

El otro gran protagonista de esta historia es la prensa, convertida en vocera de la gran bufonada. No es que informen, es que amplifican el espectáculo. No es que analicen, es que repiten las líneas del guion. Se escandalizan por la humillación de Zelensky, pero la retransmiten con el mismo entusiasmo con el que cubren un escándalo de Hollywood. Prescinde del análisis serio para dar paso a comentaristas de la prensa rosa y farándula

La prensa es “el más universal y público de los laberintos” (Borges) queriendo competir absurdamente con las redes sociales. Hoy, los medios no solo informan: narran, dramatizan, construyen mitologías. Trump lo sabe, y por eso les ofrece lo que buscan. Los perdedores son los que, en cambio, sigue atrapados en el viejo paradigma donde la política era un asunto de Estado y no de audiencias.

Advertencia a Europa: No Conviertan a Sus Ciudadanos en Espectadores. Pero todo esto va más allá de Trump y Zelensky. La humillación del débil, la teatralización del poder y la indiferencia ante la dignidad ajena son síntomas de algo más profundo: la erosión de las normas que sostenían la civilización de las democracias liberales.

García Márquez en su autobiografía Vivir para contarla, publicada en 2002, decía que “la vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla”. La historia no recordará este episodio como un momento de diplomacia fallida, sino como otro acto más en la lenta degradación de la política. En un mundo donde todo es espectáculo, donde las reglas se difuminan y la ética es un adorno, la guerra se convierte en un show más.

Y ahí está el peligro real. Porque si todo es teatro, entonces la Tercera Guerra Mundial también puede serlo. Al menos hasta que las bombas empiecen a caer sobre nuestras cabezas.

Europa, que antaño fue la cuna de la política como arte del gobierno y no como circo, corre el riesgo de convertirse en una platea de espectadores pasivos. Sus dirigentes, envueltos en su retórica de valores y firmeza, han hecho del apoyo a Ucrania una declaración de principios, pero su margen de acción real se reduce cada día. Si no despiertan del letargo, si no entienden que el mundo se está reorganizando sin ellos, los ciudadanos europeos acabarán como en las tragedias griegas: mirando desde la grada cómo se desata la catástrofe.

Stefan Zweig, de nuevo, lo dijo con amargura al ver cómo Europa se precipitaba a la guerra: “Lo que más desespera es la impotencia, el sentirse arrastrado por una fuerza que ya no se puede detener”.

La pregunta es: ¿estamos todavía a tiempo de evitarlo o ya solo nos queda aplaudir el último acto de la farsa? Por lo menos lean, se darán cuenta que nada hay nuevo bajo el sol.

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