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El elefante en la habitación

Imagen generada con IA

El Partido Popular ha anunciado la celebración de un congreso ordinario para primeros de julio. Hace ocho años que no celebra ninguno y es, por lo tanto, la primera ocasión de la militancia en mucho tiempo para debatir el programa ideológico del partido. En ocho años han sucedido muchas cosas, entre otras la aparición pública de Vox, escisión del PP fundada en 2013, que obtuvo sus primeros diputados en las elecciones andaluzas de 2018. Más recientemente, también ha comenzado el segundo mandato de Donald Trump con su renovada estrategia de acoso a las democracias europeas, en la que ha incorporado como aliados a las ultraderechas y, entre ellas, a Vox. El elefante en la habitación del congreso del PP es la clarificación de su futura relación con Vox. Al menos, este debate —la relación con las ultraderechas contrarias al proyecto europeo— está siendo crucial en el resto de los partidos europeos del centro derecha.

Porque esas ultraderechas no solo son contrarias a las libertades más básicas, sino al propio proyecto de una Unión Europea supranacional con competencias cada vez más amplias en materia comercial, económica, medioambiental, de inmigración y, en un futuro, también de defensa. Este proyecto, único en el mundo, no solo ha terminado con las recurrentes guerras que asolaron Europa durante siglos, sino que es una fuente de prosperidad y de derechos compartidos para los ciudadanos de todos los países que lo forman. La prueba de su éxito es que muchos otros países hacen cola pidiendo incorporarse y solo uno se ha descolgado en sus 75 años de historia.

Los impulsores de este innovador esfuerzo de cooperación han sido, por un lado, los partidos conservadores, demócrata cristianos y liberales y, por otro, la socialdemocracia y los verdes. En el parlamento europeo actual hay además dos grupos de extrema derecha que suman el 22% de los escaños. Desde esa posición minoritaria, tratan de boicotear todas las políticas medioambientales, de defensa de la mujer, de los colectivos LGTBI, o las sanciones a la Rusia de Putin. También han votado en contra de los fondos Next Generation que pretendían fortalecer la recuperación y reindustrialización de los países miembro tras las pandemia y se niegan a aprobar fondos comunes para invertir en defensa. En enero pasado, muchos de los partidos que integran esos dos grupos acudieron a rendir pleitesía a Trump en su toma de posesión.

Formar alianzas de gobierno con estos partidos o aupar a sus dirigentes a posiciones de poder tiene consecuencias perniciosas para los derechos de los ciudadanos, como hemos podido comprobar en España en los gobiernos autonómicos y ayuntamientos en los que ha entrado Vox de la mano del PP: se suprimen fondos contra la violencia de género, se rechaza acoger a menores inmigrantes en esos territorios, se revierten políticas contra la contaminación y los discursos del PP se tiñen de los mismos argumentos que los de Vox, que es el precio exigido por este para aprobar con sus votos los presupuestos.

Pero ahora se añade que, desde esas posiciones de poder, van a boicotear toda política europea de cohesión o de asuntos exteriores que tome la Comisión, como estamos viendo hacer a Viktor Orbán desde el gobierno de Hungría y a Robert Fico desde el de Eslovaquia. En pocas palabras: aliarse con la extrema derecha equivale ahora a disparar contra el proyecto de la Unión Europea.

Sin embargo, las esperanzas de que el PP adopte una decisión firme en este asunto en defensa de Europa son bastante remotas. De hecho, las declaraciones de Feijóo ya lo han dejado claro: va a aparcar en la ponencia política toda cuestión que entienda como espinosa. Eso incluye la relación con Vox y los temas de la llamada “agenda cultural” como son el aborto, el matrimonio igualitario, los vientres de alquiler, la eutanasia y el fenómeno migratorio. Cabe preguntarse cuáles serán entonces las propuestas que incluirá dicha ponencia. Aparte de decir cada día que Pedro Sánchez se vaya, las únicas propuestas concretas que le hemos escuchado al flamante líder de la oposición son bajar impuestos —el bálsamo de Fierabrás para sanar cualquier problema— y prolongar la vida de las centrales nucleares.

Además de la ausencia de principios sólidos del señor Feijóo —salvo el de llegar al poder a costa de lo que sea—, la correlación de fuerzas dentro de su partido no favorece desligarse de Vox. Dicen que las dos corrientes del PP, la moderada y la dura, tienen opiniones contrapuestas sobre este tema. Yo dudo de la existencia de la llamada corriente moderada porque nunca se les escucha. En cambio, la dura siempre se pronuncia públicamente y pone sus cartas sobre la mesa por adelantado. Las señoras Aguirre y Ayuso ya han declarado que lo primero que hay que hacer al llegar al poder es derogar todas —sí, todas— las leyes del “sanchismo”. Aznar fue quien dijo aquello de “quien pueda hacer, que haga” y ahí tenemos a unos cuantos jueces acudiendo a su llamado a ver si entre todos consiguen echar a Sánchez. Otros desatacados duros como Alvarez de Toledo, Tellado y la emergente Esther Muñoz ya están afilando los cuchillos para que la ponencia sea lo más cercana posible al ideario de Vox. Esta corriente sostiene la teoría de que Vox se escindió del PP porque Rajoy no derogó las políticas de Zapatero. Estiman que, si el programa del PP se hace más radical, Vox volverá a su seno y el PP podrá disfrutar de las mayorías absolutas de antaño.

Es una desgracia para nuestro país que el PP sea un partido mucho más escorado a la derecha que el promedio de sus votantes. Puestos a soñar, cabría pensar que otro partido conservador es posible. Uno que rechazara toda alianza con la ultraderecha, como ya hacen sus homólogos alemán y polaco, buscara entenderse con partidos de su espectro como son el PNV y Junts —aunque también este último se encuentra inmerso en un dilema parecido al del PP, al haber aparecido en Cataluña un competidor de extrema derecha— y fuera capaz de acordar políticas de Estado con el PSOE. También el PSOE debería cambiar su actitud de aislar a toda costa al PP y empujarle hacia Vox como única alternativa para formar gobiernos. Si no quiere que el PP pacte con Vox, debería entonces estar dispuesto a negociar sus votos para posibilitar gobiernos autonómicos de coalición con él, o encabezados por el PP con soporte parlamentario del PSOE cuando el primero fuera el más votado.

Pero esto no lo verán nuestros ojos, porque la historia pasada es la que es. Cinco años de ataques desmesurados por parte del PP, y de tratarse entre sí a cara de perro, no se van a disolver en un día. El elefante seguirá en la habitación.

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