UNIDAD DE VIGILANCIA LINGÜÍSTICA.

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(A Isaías Lafuente)

¡Qué mal que hablamos

cuando no queremos decir nada!

Y cuánto peor lo hacemos

cuando queremos ser trascendentes.

Confundimos cifras con letras,

palabras con números,

la b grande con la b pequeña,

que es uve y no uva desgajada

del racimo del habla y la escritura.

Lo que va mal irá exageradamente bien

y lo que va bien es porque no metemos la pata,

o la gamba, o el cazo,

craso error confundir la ortografía con la orografía,

la noche con la mañana,

la boca desencajada,

que no hay como estar de boca en boca,

y viene a pedir de boca una errata

cuando se trastabilla la lengua

y decimos aquellas cosas, que es mejor callarlas.

Tutivillus se cuela en las imprentas,

pero en la garganta pareciera que entrara

un mosquito, un saltamontes o un saltamontañas,

un gazapo, que no un lapazo,

torre de Babel de quien ni se entiende,

ni escucha ni se calla.

Refranes que se confunden

en el principio, en el final,

o en medio de una perorata,

discursos sin ton ni son, bravatas,

el latín con el espanglish,

una letra mal colocada,

no todo es signo de ir ebrios,

que sobrios la lengua también

nos gasta malas pasadas.

A veces el desliz

viene porque nos suenan campanas,

pero desconocemos el término correcto

y aun así lo decimos

porque, a la postre, no pasa nada.

La precipitación no es buena,

aunque la lluvia sea necesaria,

porque hablando mal y pronto

no es hacerlo bostezando y en la madrugada.

Palabra aquí, palabra acullá,

tildes y sílabas mal colocadas,

hipérbaton en la estructura sintáctica,

sin táctica ni previsión,

habría que poner a Chomsky

en la “Unidad Lingüística de Vigilancia”.

Si Isaías termina en ese,

no es que esa ese sea plural,

es que es la persona más singular

para advertirnos de que, si no nos damos cuenta,

hablaremos, por los siglos de los puntos suspensivos,

fatal,

al fin y al cabo, nos hace gracia.

Alberto Morate

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