En el gran teatro de las democracias europeas —y también de las autocracias a su sombra— existe una categoría de seres humanos que escapa de los manuales convencionales de análisis político: no son ideólogos fervientes, ni siquiera activistas comprometidos. Son los oportunistas adaptativos: los que siempre ganan, sea cual sea el régimen. Y hoy, en la subida olímpica del autoritarismo de Vladimir Putin, estos “ganadores de todos los regímenes” encuentran un nuevo filón.
Un actor constante desde la antigüedad
Ya en la Antigüedad, la máxima era clara: adaptarse al rey, al imperio, al conquistador. El historiador Robert Michels explicaba en su célebre ley de hierro de la oligarquía que todo partido, movimiento o régimen es capturado por una élite que reproduce sus privilegios.
Esa élite no tiene ideología profunda: tiene intereses. Hoy, el fenómeno se replica: fascistas reciclados, reformistas convertidos en liberales, liberales y comunistas devenidos en populistas, socialdemócratas en ejecutivos energéticos… y todos dispuestos a nutrir la “amistad estratégica” con Moscú si el viento cambia de dirección.
Ya en la Antigüedad, la máxima era clara: adaptarse al rey, al imperio, al conquistador. Cuando Roma ocupaba una provincia, las élites locales no solían resistir; se integraban. Los notables galos, hispanos o griegos se romanizaban con una velocidad admirable —de cives oppressi a cives Romani—, asegurando así su patrimonio. El historiador Paul Veyne lo documentó en El Imperio Romano, donde muestra cómo las aristocracias locales sobrevivían cambiando de toga con el mismo entusiasmo con que otros cambian de chaqueta.
Esa plasticidad social continuó en la Edad Media: los cortesanos del Antiguo Régimen servían con igual devoción a reyes católicos, borbones o emperadores; y, tras las revoluciones, se reubicaban como funcionarios republicanos. Es la lógica de la “adaptación vertical”, descrita por Norbert Elias en La sociedad cortesana (1939): el servidor perfecto sobrevive porque domina el arte de la obediencia al poder, sea cual sea su rostro.
En el siglo XX, Europa produjo su versión moderna del mismo espécimen: el camaleón ideológico. En España, decenas de altos funcionarios del franquismo se reciclaron en la administración democrática tras 1975, bajo la fórmula de “reconciliación nacional” que —aunque necesaria— permitió una continuidad estructural de poder. Investigaciones como las de Xavier Casals en El franquismo reciclado (Crítica, 2020) o las de Ángel Viñas en La otra cara del Caudillo (Crítica, 2015) muestran cómo esas redes sobrevivieron travistiéndose de demócratas de toda la vida.
A nivel europeo, el fenómeno también es rastreable: exmiembros del Partido Comunista italiano o francés reconvertidos en tecnócratas neoliberales; dirigentes del antiguo bloque oriental integrados sin trauma en el capitalismo europeo —algunos, incluso, actuando luego como mediadores entre Bruselas y Moscú.
La socióloga Ivana Karáseková, en su estudio Russia’s Footprint in Central and Eastern European Elites (GLOBSEC, 2021), documenta cómo varias élites postcomunistas en Eslovaquia, Hungría o Bulgaria mantuvieron vínculos económicos y simbólicos con el Kremlin, no por nostalgia soviética, sino por cálculo de poder y rentabilidad.
Hoy, el fenómeno se replica con una estética democrática pero la misma ética nula. Los franquistas reciclados, los reformistas devenidos neoliberales, los liberales populistas, los socialdemócratas ejecutivos y los excomunistas prorrusos conforman la nueva tribu transversal del oportunismo europeo. No tienen ideología profunda: tienen intereses. Y están siempre dispuestos a nutrir la “amistad estratégica” con Moscú si el viento geopolítico cambia de dirección.
El politólogo italiano Carlo Galli lo sintetiza con precisión en Sovranità(2019):
“La historia europea no está hecha solo de ideales, sino de oportunismos que se reciclan bajo nuevos nombres, pero con los mismos apetitos.”
La psicología del camaleón europeo
Entre la adaptación para sobrevivir y el arte de traicionar sin culpa
Adaptarse no es necesariamente malo: toda especie, toda cultura, todo sistema político necesita cierta flexibilidad para sobrevivir. Pero una cosa es ajustarse al entorno —para preservar la dignidad o la vida— y otra muy distinta es ajustarse al poder, para preservar el privilegio. Ahí aparece el verdadero camaleón político europeo: no el que resiste, sino el que se funde con cualquier régimen para no dejar jamás de ganar.
Desde la psicología política, estos sujetos representan una variante sofisticada del maquiavelismo social. No son los más brillantes ni los más carismáticos, pero sí los más resistentes. Robert Christie y Florence Geis (1970) definieron al maquiavélico como aquel que “manipula con frialdad, calculando los efectos de cada gesto como una inversión”. Para ellos, la moral no es una brújula, sino una variable negociable.
En sociedades democráticas, ese perfil muta: ya no hace falta conspirar en la corte, basta con ocuparse bien en los despachos. En la Unión Europea abundan los reciclados de todos los colores —ex comunistas devenidos tecnócratas, nacionalistas reciclados en europeístas, viejos burócratas que un día gestionan fondos comunitarios y al siguiente asesoran a empresas sancionadas por la propia UE—. No sirven a una causa, sino al poder que mejor remunera.
La psicología social explica esta elasticidad moral mediante la disonancia cognitiva (Festinger, 1957): cuando las acciones contradicen los valores, el individuo modifica los valores para seguir sintiéndose coherente. Así, quien ayer aplaudía a un autócrata hoy lo critica… o viceversa, sin percibir contradicción. El truco no es cambiar de ideología, sino borrar la idea misma de coherencia.
Albert Bandura (1999) denominó este fenómeno “desconexión moral” (moral disengagement): el proceso psicológico que permite hacer daño —o sostener al que lo hace— sin sentir culpa. Quien lo practica desplaza la responsabilidad (“yo solo cumplía órdenes”), minimiza el daño (“era lo necesario”) o difumina la culpa (“todos lo hacen”). Este tipo humano convierte la ética en un cálculo de riesgo: si el costo es bajo, el silencio es rentable.
Zygmunt Bauman (2000) llamó a ese clima “modernidad líquida”: valores que se evaporan ante cada cambio de escenario. En esa licuefacción moral, los camaleones se mueven como peces en el agua. No necesitan justificar su oportunismo, porque lo presentan como “profesionalismo”. Son los mismos que en una reunión citan a Rousseau, y en la siguiente, al manual de comunicación de Moscú o de cualquier otro centro de poder global.
Desde la psicología moral, Erich Fromm (1941) ya había advertido del peligro del “carácter autoritario oportunista”: aquel que, ante la incertidumbre, prefiere someterse al más fuerte antes que pensar por sí mismo. En los años 30, ese tipo humano llenó ministerios, periódicos y academias. Hoy llena consultoras, think tanks y parlamentos europeos, cambiando de camiseta según la temperatura ideológica.
No son los adaptativos que sobreviven —como los refugiados que se integran o los ciudadanos que cambian de empleo—, sino los mutantes morales, capaces de prosperar en cualquier ecosistema porque han renunciado a toda forma de convicción. Su credo es el ascenso, su dogma la utilidad, su ideología el cargo.
Desde el punto de vista conductual, la ciencia los describe como individuos con alta inteligencia instrumental, baja empatía moral y alto cinismo aprendido. Han interiorizado que la integridad no paga dividendos y que la lealtad ideológica es un lujo de los ingenuos. Por eso, cuando los sistemas políticos europeos se resquebrajan, ellos ya están listos para infiltrarse en el siguiente, exactamente igual que antes.
El problema no es que existan —han existido desde la Antigüedad—, sino que hoy el sistema los recompensa. Mientras la ciudadanía exige transparencia, ellos perfeccionan el arte de la opacidad. Mientras Europa sanciona la desinformación rusa, ellos diseñan narrativas que la suavizan. Mientras los partidos se fragmentan, ellos encuentran un nuevo contrato, una nueva lista, un nuevo patrocinador.
La psicología del camaleón europeo no es una anécdota individual: es una patología sistémica. Una inteligencia emocional sin ética, al servicio de cualquier poder que prometa continuidad. Y si el viento cambia, cambiarán también sus lealtades —pero nunca sus beneficios—.
¿Por qué rastrear esta categoría?
Porque, a diferencia de los “siervos ideológicos” de Putin —aquellos que respaldan a Rusia por convicción—, estos actores tienen columna vertebral ética cero, y son más peligrosos para el sistema de la Unión Europea: corroen desde dentro la democracia, suponen un cáncer institucional que no se cura con bienintencionadas reformas superficiales. Desde la ciencia política hablamos de clientelismo, captura de instituciones, patronazgo híbrido: un mecanismo por el que una élite mantiene acceso a los recursos públicos o privados, independientemente del color del gobierno.
Informes sobre interferencia extranjera, redes de influencia y el “nexo autoritario” muestran que estas prácticas (financiación, contratos energéticos, lobby no regulado, desinformación) son transnacionales y se alimentan de actores locales funcionales al poder.
Ejemplos en los Estados Miembros de la Unión Europea
En la última década, los ejemplos abundan y son verificables:
España
En 2024, el European Parliament aprobó una resolución que instaba al gobierno español a investigar los “presuntos vínculos” entre la Cataluña (movimiento independentista catalán) y el Vladimir Putin / Rusia, como parte de una estrategia más amplia de la federación rusa para “desestabilizar y debilitar” el bloque de la European Union.
Informes e investigaciones han documentado operaciones de desinformación y esfuerzos de influencia vinculados a Rusia dirigidos al conflicto catalán, con redes que difundieron narrativas favorables a la desestabilización interna. Esto ilustra cómo actores externos encuentran interlocutores o espacios aprovechables dentro de debilidades domésticas.
El Centro Nacional de Inteligencia español (o los servicios de seguridad del Estado español) publicaron en 2025 un informe que afirmaba que la federación rusa “realiza operaciones de desinformación, inteligencia artificial y canales anónimos” para “minar las instituciones democráticas y reducir el apoyo a Ucrania” dentro de países de la UE.
Hungría
En Hungría, redes empresariales vinculadas al Fidesz de Viktor Orbán han logrado mantenerse e incluso beneficiarse del sistema de subsidios europeos mientras estrechaban lazos económicos con Moscú. Según el European Council on Foreign Relations (ECFR, 2022) y el Transparency International Hungary Report (2023), varias de estas élites locales han protegido inversiones rusas en sectores energéticos y de construcción.
El proyecto nuclear Paks II (contratado a Rosatom) y la concentración de contratos públicos en empresas afines al círculo del poder (ej.: Lőrinc Mészáros) son muestra de state capture y dependencia energética que facilitan la influencia rusa y benefician a “rentistas” locales. Informes independientes y la reciente anulación parcial por el Tribunal de la UE lo evidencian.
Polonia
Las autoridades polacas han identificado en 2024-2025 grupos vinculados a Rusia que intentan influir en procesos electorales mediante campañas de desinformación (operación “Doppelgänger” y otras), mostrando cómo redes externas explotan canales internos vulnerables.
Italia
En Italia, una parte de las élites políticas y empresariales que durante años orbitó en torno a Silvio Berlusconi se reacomodó sin dificultad en el gobierno de Giorgia Meloni, manteniendo sus vínculos con estructuras financieras cercanas a intereses rusos (véase ISPI Report “Italy and Russia: networks of influence”, 2023).
Austria
En Austria, los casos de la FPÖ y los contratos energéticos entre OMV y Gazprom muestran cómo los actores económicos se adaptaron al cambio de gobiernos sin romper jamás con Moscú (documentado en el informe EU DisinfoLab “Russian Influence Networks in Europe”, 2022).
Alemania
En Alemania, tras años de política de Ostpolitik económica, figuras como el excanciller Gerhard Schröder —ahora miembro del consejo de Rosneft y Nord Stream AG— simbolizan el tránsito del poder público al interés privado con una naturalidad que erosiona la legitimidad democrática (ver Bundestag Report on Lobbying and Energy Security, 2023).
Francia
En Francia, varios ex altos funcionarios y consultores que apoyaron a gobiernos de distinto signo político han pasado a integrar think tanks o empresas que promueven el “diálogo estratégico” con Rusia, un fenómeno analizado en el estudio del Institut Français des Relations Internationales (IFRI, 2023).
El préstamo de 2014 (y las sucesivas polémicas y procedimientos judiciales) entre el Front/National (hoy RN) y entidades vinculadas a Rusia puso de manifiesto dependencias financieras que complican la autonomía política del partido y alimentan sospechas de influencia. Informes parlamentarios y cobertura mediática lo documentan.
Italia
En Italia, fiscales italianos investigaron en 2018-2019 al partido Lega Nord (Lega) por supuestamente haber buscado financiación rusa mediante un “acuerdo petrolero” secreto con Moscú.
La Fiscalía de Milán abrió investigaciones (2019) tras informaciones sobre contactos en Moscú para buscar financiación —vía un presunto acuerdo energético— para la Liga (Matteo Salvini). Aunque no todas las piezas terminaron en condenas, el caso muestra la típica vía energética/financiera para canalizar recursos políticos.
Un estudio académico sobre redes de desinformación en Italia durante las elecciones europeas de 2019 documenta cómo canales vinculados y coordinados con literatura rusa o pro-rusa operaron para difundir noticias falsas, polarizar el debate y erosionar la confianza en las instituciones democráticas europeas.
Grecia
Investigaciones sobre la radical derecha griega y redes de influencia muestran afinidades ideológicas y personales con la narrativa rusa (Eurasianismo) en formaciones como Golden Dawn y conexiones con actores que ven en Moscú un aliado frente a la UE/NATO; además hay evidencia de operaciones de influencia en contextos de crisis económica.
Estos casos confirman un patrón persistente: los que nunca pierden. Porque los ideológicos pueden errar, pero al menos están comprometidos; se identifican con algo. Estos, en cambio, no representan ni siquiera un ideal: representan la supervivencia, la adaptabilidad y la extracción.
Cuando triunfan, se consolida la lógica del “todo vale”, que corroe la confianza ciudadana en las instituciones. Al operar bajo todos los regímenes, hacen parecer que la alternancia política no importa, que el sistema democrático es solo un teatro de actores repetitivos. Y por eso, su existencia multiplica la vulnerabilidad de la Unión Europea frente a amenazas externas —autoritarismos, oligarquías, redes de influencia rusa—: porque al interior ya existen quienes, sin ser leales, son funcionales al poder, sea cual sea su bandera.
Tipología operativa para el análisis
El oportunista estructural: político, burócrata o empresario que salta del franquismo al socialismo, del centro al populismo, sin convicciones, pero con facturación garantizada.
El beneficiario adaptativo: individuo o red que cultiva capital relacional, se adapta al discurso dominante, acumula favores. En sociología, se relaciona con lo que Pierre Bourdieu llamaría “capital simbólico” o de “adaptación”.
El cínico moral: perfil psicológico de baja disonancia cognitiva, moral flexible, necesidad de éxito encima de todo. Este se siente cómodo en regímenes autoritarios o democracias blandas porque ambos sistemas le permiten operar.
El rentista del sistema: conectado al poder, público o privado, que obtiene beneficios del aparato estatal —ya sea mediante contratos, subvenciones, influencias— sin importar el color del gobierno. Un análisis para la UE muestra que el comportamiento de rent-seeking afecta negativamente la riqueza económica de los Estados miembros.
¿Y por qué miran a Putin?
Porque el modelo ruso les resulta familiar: mezcla de oligarquía, clientelismo, captura estatal y conexión internacional. Para ellos, el régimen de Putin no es solo un actor geopolítico: es un espejo donde ven reproducido su modus operandi —y potencialmente una fuente de negocio.
Por tanto, no es raro encontrar en Europa personajes o redes que, desde posiciones variables, mantienen vínculos con Rusia, sin hacerlo por amor a la ideología, sino por cálculo: acceso, estabilidad, rentas.
Además, en un entorno europeo donde se denuncia la corrupción de fondos, el escaso control del lobby y la debilidad institucional de algunos países facilita la acción de estos “ganadores”. Un informe de Transparency International advierte que la falta de regulación efectiva del lobby en Europa abre una “puerta a la corrupción”
¿Por qué son más dañinos que los ideológicos?
Porque los ideológicos pueden errar, pero al menos están comprometidos — y se identifican con algo. Estos, en cambio, no representan ni siquiera un ideal: representan la supervivencia, la adaptabilidad, la extracción.
Cuando triunfan, se legitima una lógica de “todo vale” que mina la confianza ciudadana en las instituciones. Además, al operar bajo todos los regímenes, hacen parecer que la alternancia política no importa, que el sistema democrático es un escenario de actores repetitivos, no de renovación real.
Por eso, su presencia multiplica la vulnerabilidad de la UE frente a amenazas externas (autoritarismos, oligarquías, influencias rusas): al interior ya hay redes que, si no son leales, al menos son funcionales al poder —el que sea.
Conclusiones
Desde los cortesanos del César hasta los burócratas de Bruselas, pasando por los tecnócratas del euro y los gestores de los fondos de reconstrucción, estos sujetos son los grandes sobrevivientes del sistema político europeo. No creen en la democracia: la administran mientras les sea rentable. No defienden ideologías: las alquilan al mejor postor. Su valor no se mide por principios, sino por proximidad al presupuesto.
Mientras el ciudadano común se divide en debates ideológicos, ellos se mimetizan. Cambian de partido, de discurso, de causa, pero nunca de beneficios. Y en ese movimiento silencioso, van vaciando de sentido las palabras “alternancia”, “reforma”, “transparencia”.
La advertencia final: Europa ante su espejo
Este tipo de sujeto —como decía Michels— existió siempre y seguirá existiendo. Pero el problema ya no es su mera existencia: es su impunidad estructural. Si la Unión Europea no enfrenta esta red de camaleones internos, ninguna sanción contra los enemigos exteriores servirá de nada. Porque los peores infiltrados no entran desde fuera: se sientan dentro de las instituciones, redactan informes, gestionan fondos, votan en el Parlamento Europeo.
La guerra de Ucrania, la crisis energética, el auge de los populismos… todos esos desafíos son graves. Pero el cáncer más silencioso de Europa está en su seno: en quienes confunden el servicio público con la oportunidad privada, el europeísmo con un contrato temporal, y la lealtad institucional con un cargo renovable.
Hasta que esa lógica cambie —mediante transparencia real, rendición de cuentas efectiva y sanciones no simbólicas— la democracia europea será una maquinaria brillante por fuera y podrida por dentro.
Porque si la tribu de los que siempre ganan sigue mandando, la democracia será solo una escenografía, la alternancia una pantomima, y la integración europea, un paripé con bandera azul y doce estrellas.
Fuentes
Altemeyer, B. (1996). The Authoritarian Specter. Harvard University Press.
Arendt, H. (1963). Eichmann in Jerusalem: A Report on the Banality of Evil. Viking Press.
Bandura, A. (1999). “Moral Disengagement in the Perpetration of Inhumanities”. Personality and Social Psychology Review, 3(3), 193–209.
Bauman, Z. (2000). Liquid Modernity. Polity Press.
Best, Heinrich. “Elites of Europe and the Europe of elites: a conclusión.” En The Europe of Elites. Oxford Academic, 2012.
BNE / análisis sobre conglomerados y oligarquía en Hungría (menciones a Lőrinc Mészáros y redes económicas).
Casals, Xavier (2020). El franquismo reciclado. Crítica.
Christie, R. & Geis, F. (1970). Studies in Machiavellianism. Academic Press.
Elias, Norbert (1939/1982). La sociedad cortesana. Fondo de Cultura Económica.
European Commission / OLAF. “Report from the Commission to the Council and the European Parliament – Combating irregularities, fraud, corruption and conflicts of interest detrimental to the EU budget.” 202?.
Festinger, L. (1957). A Theory of Cognitive Dissonance. Stanford University Press.
Fromm, E. (1941). Escape from Freedom. Holt, Rinehart and Winston.
Galli, Carlo (2019). Sovranità.
Gherghina, Sergiu; Volintiru, Clara. “A new model of clientelism: political parties, public resources, and private contributors.” European Political Science Review, Vol. 9, No. 1 (Feb 2017), 115-137.
Grand corruption and government change: an analysis of partisan favoritism in public procurement.” European Journal on Criminal Policy and Research, 26:411-430 (2020).
Hicken, Allen. “Clientelism.” Annual Review of Political Science, Vol. 14 (2011), 289-310.
ICCT / “Russia and the Far-Right: Insights from Ten European Countries”.
Le Monde, “Le Pen’s party repays cumbersome ‘Russian loan’”, 22 sep 2023.
Lipset, S. M. (1960). Political Man: The Social Bases of Politics. Doubleday.
Michels, R. (1911). Zur Soziologie des Parteiwesens in der modernen Demokratie. Leipzig: Klinkhardt.
OAPEN / The Political Economy of Hungarian Authoritarian Populism (2019–2022).
Offe, C. (1984). Contradictions of the Welfare State. Hutchinson.
Reuters, “Russian firm suing France’s far-right party over loan debt”, 18 feb 2020.
Reuters, “Le Pen’s far-right party reaches settlement on Russian …”, 2020.
The Guardian, “Austria’s ‘Ibiza scandal’: what happened and why does it matter”, 20 mayo 2019.
The Impact of Corruption and Rent-Seeking Behavior upon Economic Wealth in the European Union from a Public Choice Approach.” Sustainability, 2021, 13(12), 6870.
Transparency International (2025). “Unregulated lobbying opens door to… – Europe”.
Veyne, Paul (2009). El Imperio Romano. Alianza Editorial.
Viñas, Ángel (2015). La otra cara del Caudillo. Crítica.
APPF / “Foreign electoral interference affecting EU democratic processes”.
