El impacto de las pantallas en el desarrollo infantil: un análisis necesario

01801db1-0f16-4390-95a2-2c1693dab15d

En la sociedad actual las pantallas han tomado un protagonismo, podríamos decir que excesivo en nuestras vidas. Desde la más tierna infancia, los niños están expuestos a dispositivos electrónicos que, si bien pueden ser herramientas educativas valiosas, también plantean desafíos significativos para su desarrollo. Particularmente me corren escalofríos por la nunca, cuando veo a un preescolar, que cuenta su edad en meses, sentado con una pantalla interactiva a escasos centímetros de su cerebro, con sus padres distraídos en mundanas conversaciones ajenos al impacto que, sobre ese cerebrito en construcción, tienen esos estímulos de alta intensidad. Y lo peor, es que si te acercas y educadamente tratas de ponerles en  sobreaviso, las respuestas no suelen ser comprensivas.

En este sentido, promover un uso racional de las pantallas es crítico, y la reciente decisión de la Comunidad de Madrid de eliminar las pantallas en la educación primaria ha reavivado el debate sobre su impacto de estas en el desarrollo de los más jóvenes y trata de ponerle un coto a lo furtivo de las pantallas. Aunque esta acción, de poco servirá, sino se acompaña de unos padres que mantengan ese cerebro libre de pantallas también en casa, los coches y las cafeterías.

No olvidemos que el cerebro infantil atraviesa un proceso de maduración complejo y dinámico durante los primeros años de vida. Las conexiones neuronales se modulan mediante la interacción con el entorno, donde la exploración sensorial, el juego físico y la comunicación interpersonal, juegan papeles clave. En este contexto, el uso excesivo de pantallas va a tener un impacto nítido y diferente, hasta el punto de modificar este desarrollo. Al cambiar las experiencias de aprendizaje reales y reemplazarlas por estímulos digitales, se altera el resultado, y si ese cambio es para mejor o no, solo el tiempo nos lo dirá. 

Mientras tanto los estudios en neurociencia están informando que el uso excesivo de pantallas está asociado con alteraciones en la atención, la memoria y las funciones ejecutivas. La exposición prolongada a contenidos cambiantes y colores llamativos puede generar hiperestimulación, lo que interfiere en la capacidad del niño para concentrarse en actividades que requieren un esfuerzo mental sostenido, como puede ser la lectura o la resolución de problemas complejos.

Incluso, se ha observado que los niños que pasan mucho tiempo frente a pantallas pueden presentar dificultades en el desarrollo del lenguaje. La interacción cara a cara es fundamental para el aprendizaje de la comunicación, donde la parte no verbal de la misma se pierde si se sustituye las conversaciones en el parque, por el consumo pasivo de contenido digital.

El auge de la tecnología ha transformado la manera en que los niños juegan, aprenden y se relacionan. Hace tan solo dos décadas, la infancia se caracterizaba por juegos al aire libre, interacciones cara a cara y el uso limitado de dispositivos electrónicos. Sin embargo, hoy en día es común ver a niños pequeños manipulando tabletas y teléfonos móviles antes de incluso de aprender a hablar correctamente.

Otros de los principales problemas derivados de esta exposición temprana es el sedentarismo. Los niños que pasan varias horas al día frente a una pantalla reducen su actividad física, lo que contribuye al aumento de la obesidad infantil, algo que también nos debería alarmar, viéndolo con la perspectiva del tiempo y el impacto que ese sobrepeso tendrá en la salud a futuro. 

¿Y el sueño?, sabemos que el descanso nocturno tiene un papel clave en la maduración del cerebro y también que  la luz azul emitida por los dispositivos digitales altera los ciclos de sueño, lo que, además, puede derivar en insomnio y fatiga diurna, afectando también a la cognición. 

Otro efecto preocupante es el impacto en la salud mental. Numerosos estudios han vinculado el uso excesivo de pantallas con mayores niveles de ansiedad, depresión e irritabilidad en niños y adolescentes. A lo que se suma que las redes sociales y los videojuegos pueden generar dependencia, afectando la autoestima y la percepción de la realidad.

La reciente medida de la Comunidad de Madrid de limitar las pantallas en la educación primaria representa un cambio de paradigma en la forma en que concebimos la enseñanza en la era digital. Tras años de implantación de una digitalización sin evidencias claras de ventajas, se retorna a priorizar métodos de enseñanza tradicionales que fomenten el pensamiento crítico y la interacción real. Aparcando la tableta y volviendo al lapicero, tan solo se prioriza a la persona y sus necesidades, frente a una equívoca asunción que todo lo nuevo será mejor. Y como me decía la madre de un paciente, ¿quién me va explicar ahora, el experimento que se ha hecho con mis hijos?. Un experimento de ingeniería social, que está saliendo rana. Una voracidad en la implantación tecnológica que estamos viendo ahora sus consecuencias sobre el desarrollo de los más jóvenes, que muestran una fragilidad temperamental que desbordan los servicios de salud mental, al tiempo que ofrecen cifras de soledad no deseada disparatadas a pesar de estar híperconectados.

Este cambio es un paso significativo para recuperar la esencia de la educación basada en el contacto humano y la exploración del mundo real. La escritura a mano, la lectura en papel y la enseñanza, sin la intermediación de pantallas, pueden potenciar habilidades cognitivas fundamentales, como la memoria, la creatividad y la capacidad de resolver problemas. Habilidades necesarias para la parte más humana del ser. 

Si bien no se puede negar que la tecnología forma parte de nuestra vida cotidiana, es fundamental que los padres conozcan las consecuencias de ofrecer este tipo de dispositivos a sus hijos y sean capaces de establecer límites, fomentando un uso responsable de las pantallas.

Algunas recomendaciones podrían partir de:

Regular el tiempo de pantalla; la Academia Americana de Pediatría sugiere que los niños menores de 3 años eviten las pantallas por completo, entre los 4 y los 6 años no superen una hora de exposición al día. Para los algo más mayores, es recomendable establecer horarios y priorizar actividades alternativas.

Fomentar actividades sin pantallas es otra idea clave. Es crucial que los niños pasen tiempo jugando al aire libre, explorando el entorno, y claro leer libros y participar en actividades creativas sin la mediación de dispositivos electrónicos.

Por supuesto debemos evitar las pantallas antes de dormir. La luz azul de los dispositivos altera la producción de melatonina y puede afectar la calidad del sueño. Un tiempo de desconexión digital para ellos, bueno en realidad para todos, se recomienda evitar el uso de pantallas al menos una hora antes de irse a la cama.

Y todo esto, predicando con el ejemplo. Pensemos que los niños aprenden desde la observación y la imitación. Si los padres pasan demasiado tiempo en el móvil o frente a la televisión, los niños tenderán a replicar ese comportamiento. Es importante definir momentos libres de pantallas en familia, un ejemplo sencillo sería durante las comidas. 

Un equilibrio es posible. El impacto de las pantallas en el desarrollo infantil es un tema que requiere un análisis profundo y decisiones informadas. La tecnología no es en sí misma negativa, pero su uso debe ser moderado y adaptado a la edad y necesidades de cada niño. La iniciativa de la Comunidad de Madrid de limitar las pantallas en primaria es un paso en la dirección correcta, ya que permite replantear el papel de la tecnología en la educación.

Como sociedad, debemos encontrar un equilibrio que nos permita aprovechar los beneficios de la tecnología sin comprometer el desarrollo físico, emocional y cognitivo de las nuevas generaciones. Todo los que no suma, resta. Y cuando pensamos en los más pequeños, los experimentos los deberíamos hacer “en casa y con gaseosa”

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest

1 comentario

Leave A Reply