El apagón eléctrico producido estos pasados días en la Península Ibérica nos ha retrotraído, por breves horas al siglo XVIII, a los tiempos de la monarquía absoluta, al tiempo anterior al pensamiento ilustrado. Ese pensamiento que en buena parte permitió los avances que se irían produciendo en los siguientes dos siglos.
Hemos de considerar que la electricidad es una de las principales fuerzas motrices de la Segunda Revolución Industrial. Supuso un verdadero y extraordinario cambio social con grandes implicaciones económicas, como el alumbrado de ciudades, pueblos y hogares, así como todo tipo de procesos industriales y de comunicaciones. La sociedad de consumo desarrollada en los países capitalistas inició un proceso de democratización al extender al uso doméstico la electricidad, donde con el tiempo la retroalimentación entre ciencia, tecnología y sociedad desarrolló estructuras complejas.
La energía eléctrica se ha hecho esencial e imprescindible para la sociedad de la información, para la tercera revolución industrial que se viene produciendo desde la segunda mitad del siglo XX (transistor, televisión, domótica, computación, robótica, internet…) y para el salto cualitativo y cuantitativo experimentado por la sociedad con la incorporación de las nuevas tecnologías y ahora con la inteligencia artificial.
La sociedad actual exige cantidades cada vez mayores de energía, lo que está en el origen de la crisis energética y medioambiental y de la búsqueda de nuevas fuentes, donde las llamadas energías alternativas vienen a desempeñar un papel fundamental de cara al futuro, en detrimento de las energías clásicas procedentes de los combustibles fósiles, altamente contaminantes. Es en las fuentes de la energía, su consecución y sus intereses, donde se desarrolla buena parte de los conflictos políticos y sociales actuales.
El impacto cultural de la Edad de la Electricidad hace que esta se perciba de forma casi instantánea y se manifieste como absolutamente imprescindible. Este hecho conlleva posibilidades antes inimaginables.
Pero son muchos los que piensan que lo hoy existente ha existido desde siempre, pero ¿y si dejase de haber electricidad? Probablemente nadie pensó, hace unos días, que eso es imposible. Pero ¿y si sucediese?
…Y, sin embargo, sucedió. En una soleada mañana de finales de abril todo se tornó “oscuro” en nuestras ciudades, en los lugares de trabajo y en nuestros hogares. Nos dimos cuentas que las ideas de la Ilustración, esas que hicieron conmover al mundo y dar el más importante salto de evolución y progreso que la Humanidad ha experimentado, quedaron anuladas en un tiempo incierto.
La electricidad, ese gran invento de la segunda mitad del siglo XIX no respondía. Las luces se apagaban, y lo hacían para siempre. Y con ellas los semáforos dejaban de funcionar, la TV y la radio solo se podían ver u oír en aparatos conectados a una batería, que pronto dejarían de existir y terminarían su ciclo de recarga. Dejaron de funcionar trenes, ordenadores, hornos, cocinas, frigoríficos, congeladores, cajas registradoras, tarjetas de crédito, estaciones de bombeo, gasolineras, comercios, metros, ascensores, atracciones de feria… Pronto cerrarían discotecas, bares, cines… Solo algunos vehículos de tracción mecánica, que pronto se harían viejos, podrían circular por calles y carreteras… Cajeros y entidades bancarias dejarían de funcionar y los recursos en ellos depositados dejarían de existir, evaporándose en el infinito.
¿Por un momento podemos imaginarnos que retrocedería dos siglos en la historia de la Humanidad? Las redes sociales morirían, también la radio y la TV. Se dejarían de escuchar las dubitativas propuestas del Gobierno y el discurso ralo de la oposición, porque los mensajes de unos y otros no llegarían. La red social X enmudecería la anónima acritud de sus insultos, diatribas, estupideces, tontás y ponzoña con que nos regala.
¡Por fin seríamos dueños de nuestro tiempo! Pero ahora no sabríamos que hacer con él.
¿Podemos imaginar un mundo donde la electricidad no vuelve? ¿Seríamos capaces de sobrevivir? Todo sería distinto. Tendríamos que reinventarnos
Nos sobraría buena parte de lo necesario y todo lo superfluo. Las ciudades tendrían que empequeñecer, muchos oficios se volverían inútiles, deberíamos buscar el sustento de otra forma, el comercio y el consumo tendrían que reducir su fluidez y la economía vendría a menos, el transporte se haría difícil, casi imposible, mientras el turismo dejaría de existir como fenómeno de masas, los viajes serían eternos y las noticias nos llegarían con evidente retraso. Se generaría una nueva casta de privilegiados que tendrían acceso más rápido a los acontecimientos que los demás, el poder se haría más restrictivo, la democracia dejaría de ser un sistema de gobierno y volveríamos a un modelo de sufragio censitario donde solo los que tuviesen recursos podrían ser electores y elegibles. Volverían a proliferar los regímenes autoritarios.
Nada volvería a ser igual. Las ciudades caerían en decrepitud y se empequeñecerían. La gente abandonaría las edificaciones de altura. ¿Quién sube y baja todos los días a un quinto piso sin ascensor?
El campo, como fuente de sustento, volvería a cobrar vida. Las escuelas profesionales tendrían que hacer cursos intensivos para enseñar a la población a cultivar la tierra, pastorear las ovejas y ordeñar al ganado. Pero, aun así, no habría trabajo para tantos.
Miles de personas vagarían por las calles buscando el sustento, aumentaría el número de pobres y crecería la delincuencia, dejarían de venir inmigrantes, y muchos de nuestros ciudadanos migrarían a zonas más prósperas donde encontrar el sustento, aunque en el camino se encontraran con mil obstáculos.
La distopía del lado oscuro, de un mundo sin electricidad, se haría real, pero en la noche, mirando al cielo, veríamos las estrellas y volveríamos a sentir los pequeños que somos contemplando la inmensidad del Universo. Tal vez, ese día volvamos a valorar quienes somos y que hacemos.