¡España, España! ¡¡¡Tenemos un problema!!!

nave estrellada

Aunque parece ser que el astronauta Jack Swigert lo que dijo realmente es …
«…Bien, Houston, hemos tenido un problema aquí», al referirse a que había
estallado uno de los tanques de oxígeno en el módulo de servicio del Apolo
XIII, aquél ya lejano abril de 1970.
Y lo arreglaron. Porque consistía en buscar una solución a un problema. Y qué
se hizo. Pues lo normal. Estudiar, pensar, comunicarse entre Houston y la nave;
ingenieros y astronautas aplicados a conseguir lo que se precisaba: devolver a
la tierra, sanos y salvos a quienes iban a efectuar, y no consiguieron, el tercer
alunizaje en la historia. Se buscó una solución imaginativa para ello: utilizar el
módulo lunar Acuario como bote salvavidas y aprovechar la inercia del paso por
la órbita lunar para conseguir velocidad y poder alcanzar la Tierra. Nada de lo
previsto. Y se hizo rápido. Se hizo bien y con todos los actores encantados en
celebrar el éxito de tamaña operación.
O sea, que hubo un problema inesperado y se arregló. Porque se quiso y se
pudo arreglar. Porque nadie dijo desde Houston que el problema era de los
astronautas, ni éstos dijeron, que el problema era de Houston. Si no, no se
hubiera salvado la misión.
Pues aquí y ahora, la tripulación del Apolo XIII y los ingenieros de Houston que
podríamos identificar con nuestra llamada clase política, toda ella, aunque el
reparto de culpas es opinable, no se entienden. No muestran ni un solo ápice
de entendimiento, de búsqueda de soluciones; antes al contrario, tiran cada
uno del lado de la manta que tienen más próximo, dejando al aire salva sea la
parte, y acaban cogiendo un catarrazo de órdago a la grande. Pero el catarro
no lo padecen ellos, que podríamos identificar con aquella tripulación, sino el
programa espacial en su conjunto y que identificar podríamos con eso que
algunos ya, vergonzantemente, no quieren llamar España, sino que usan
diversos términos como estado español o similares zarandajas, para no
disgustar a los amiguitos.
Así, no vamos a ninguna parte. Esta tripulación tiene que salvar el programa
espacial que tiene a su cargo. Pero con este “…y tú más”, instalado en el diario
politiquear en que nos están sumergiendo tirios y troyanos, nos llevan
indefectiblemente a una situación impensada e impensable.
No quiero hacer relato de episodios que jalonarían y justificarían este sentir de
pesimismo que me embarga y embarga a muchos de quienes en anteriores
reencarnaciones, tuvimos el honor y responsabilidad de ser adversarios, y
nunca enemigos. Buscamos entonces, con nuestros errores y torpezas,
soluciones. Agotamos hasta lo indecible la negociación, el pacto, el acuerdo.
También, sí, con altisonancias, desacuerdos, puyazos y desencuentros, pero

nunca sin perder de vista aquello para lo que se nos tenía puestos por la
sociedad: entendernos y arreglar los problemas de nuestra España.
Aquélla, ahora denostada, etapa de la transición política fue el episodio más
emocionante que imaginarse puede, hecho por una generación que decidió
enterrar legítimas pretensiones propias, en aras de un denodada búsqueda de
un común denominador que fijara un amplio terreno de juego donde todos
cupieran y se pudieran dar patadas al balón con unas reglas claras y cómodas
respetadas por todos y con procedimientos de sanción a las infracciones que se
cometan, por jueces bien formados y ajenos a los intereses de los jugadores.
¿Se me entiende, verdad?. Pues eso.
Con ocasión de las anunciadas celebraciones de los cincuenta años de la
muerte del Dictador me preocupa que podamos desaprovechar de nuevo una
magnífica ocasión de explicar, contar, transmitir a las actuales y venideras
generaciones, lo que realmente entonces ocurrió. No sólo lo que ocurrió el 20
de noviembre de 1975, el que se llamaba “hecho biológico”, sino justo a partir
de entonces.
Lo importante es lo que vino después del hecho biológico, que sí se celebró
entonces, ¡¡¡ claro que se celebró !!!, pero, sin lo importante de lo ocurrido
justo después al 20 de noviembre del 75, el hecho de la muerte del Dictador
por sí solo hubiera sido insuficiente, pues ciertamente el poder de los herederos
del franquismo se hubiera prorrogado si no se hubiera interpuesto el trabajo de
quienes hicieron gala de un quehacer político de renuncias, de diálogos, de
respeto al otro, de comprenderlo, y finalmente buscar y encontrar acuerdos en
beneficio del común de los ciudadanos. Como me gusta repetir y repetir hasta
la saciedad: en política, se tiene enfrente a un adversario y no a un enemigo.
Lo contario, no es política. Es otra cosa, y no precisamente deseable. Y para
muestra, asómense al Despacho Oval desde el día 20 pasado.
Hoy, cuesta encontrar situaciones de encuentro así. Se ha decidido tener
enfrente de un enemigo, que no adversario. Y ello es grave, muy grave,
especialmente desde los dos partidos llamados a entenderse, les guste o no,
porque son aquellos sobre los que ha girado y seguirá girando la base de la
gobernabilidad estable de España. Y a partir de esta situación, resulta cada vez
más difícil un atisbo de esperanza para encontrar pactos duraderos, pactos de
durabilidad más allá de una legislatura sobre materias que por su propia
naturaleza demandan tiempos largos de vigencia y financiación como son los
temas de seguridad y defensa, política exterior, educación, emigración,
vivienda, dependencia, pensiones, etc., etc.
Lo que interesa a los nacionalismos excluyentes no puede interesar de igual
manera a lo que defender deben los proclamados partidos constitucionales. Y
sobre todo, cuando algunos de esos nacionalismos se visten de progresismo y
de izquierda, lo que resulta antitético. Y además, sin mover una ceja, se les
integra en unas tituladas mayorías de progreso que resultan chirriantes en su

conceptuación. Como tampoco interesa al único invitado a los fastos
trumpianos de la extrema derecha española lo que al centro liberal español
propugna debe para España.
Lo que interesa a los extremos de ambos partidos mayoritarios, vistos a un lado
y al otro, puede ser, a cualquier precio, asumible por quienes tienen el obligado encargo de que España sea ese país normalizado que se construyó desde el trabajo de la Transición política que siguió a la muerte del Dictador y
que alumbró como pieza especial y soñada, la también denostada Constitución
que quieren modificar, o acaso diluir sin modificar, por la vía de la
desnaturalización de sus mandatos y sus mismas instituciones. Si la quieren
modificar, que lo hagan. Pero tengan la valentía de hacerlo por derecho, a cara
y pecho descubiertos y no con la nocturnidad de pactos entre unos partidos que
justo lo que quieren es destrozar el modelo que nos dimos en el año 1978.
España, España, tenemos un problema.
Hagan el favor estos actuales tripulantes del Apolo XIII y los ingenieros de
vuelo de este Houston de buscar la solución de poner a salvo esa tripulación y
el programa espacial. No corran riesgos. No nos hagan correrlos a los demás.
No tiren por la borda lo mucho que hemos avanzado en este programa espacial
que conseguimos construir. Hágannos sentirnos optimistas. Tienen esa
obligación.

Alfonso Garrido Ávila

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