Opinión:
Hay carreras cinematográficas en las que el destino parece tener casi un plan divino. Brady Corbet (Scottsdale, Arizona, 1988) se metamorfoseó para dar un certero giro a su carrera cinematográfica. Empezó como actor, pero el paso del tiempo lo elevó a la categoría de director. Atrás quedaron sus intervenciones bajo las órdenes de Lars Von Trier, Michael Haneke y Ruben Östlund.
Ahora, como cineasta, nos regala un largometraje que se puede calificar como una obra de arte en esencia, rodada en 70 mm: The Brutalist. Le preceden La infancia de un líder (2015) y Vox Lux (2018).

Hay películas que se vuelven tan colosales que incluso son capaces de subrayar la magnificencia del gusto por los pequeños detalles, la epicidad de un alma en tormento y la poesía de vivir siendo tan valientes como el mismo miedo. Es muy probable que esta crítica cinematográfica aquí presente sea algo torpe en sus formas, así que disculpen de antemano mis errores. Hoy es una de esas maravillosas ocasiones en las que resulta complicado abarcar un largometraje de tan elevadas maneras. Brady Corbet dirige este ejercicio cinematográfico capaz de deleitar a cualquier paladar.
The Brutalist habla sobre lo increíblemente bello y doloroso que es el arte, sobre lo complejo que es vivir con el trauma que queda perenne en el alma de una persona tras una horrible guerra y sobre el coraje necesario y evasivo que se necesita para transformar la vergüenza, el dolor y el sentimiento de culpabilidad en piezas arquitectónicas capaces de permanecer incorruptibles ante los recuerdos de esas personas que necesitan sentir un reflejo de la divinidad en este mundo coloreado en gris.
Adrien Brody interpreta a Laszlo Toth, un arquitecto que, como personaje, está concebido para desmenuzar y analizar la psique de muchos de esos artistas que durante toda su vida buscan, sin descanso, una trascendencia de naturaleza divina, únicamente alcanzable a través de su obra.
La película comienza con un plano aberrante en sus formas, presentándonos desde otra perspectiva la archiconocida Estatua de la Libertad y dejándonos claro que el sueño americano solo es posible si estás dispuesto a pagar el peaje.
La belleza de las imágenes de The Brutalist es notoria. Su grandilocuencia se consigue a través de piezas arquitectónicas que nuestro protagonista realiza en pro de escapar del dolor y sus fantasmas.
Ciertamente, este personaje interpretado por Adrien Brody tiene ecos de aquel que encarnó en El pianista de Roman Polanski. El origen judío de ambos personajes hace especial hincapié en la importancia que tiene la espiritualidad para permanecer con los pies en la tierra.
Los personajes construidos alrededor de Brody resultan fundamentales para la continuidad narrativa de la película, aunando sus emociones, sus circunstancias y lo difícil que resulta encontrar cierta profundidad y voz a la añoranza del hogar y la familia, expresada también desde una perspectiva autodestructiva. Esta característica es definitoria en la evolución de Laszlo, quien pasa a ser un potro salvaje desbocado, difícil de manejar.
El existencialismo y las piezas arquitectónicas no dejan de ser un reflejo de un corazón roto que llora la injusticia de vivir una guerra que no pidió.
Quizás el director Brady Corbet, a través de este largometraje, intente lidiar con sus propios fantasmas. Independientemente de esto, maneja la cámara con mano firme, aprovechando al máximo el pretexto arquitectónico para construir un estilo visual excepcional.
La película está rodada en VistaVision, toda una declaración de intenciones por parte de su director. Su ritmo narrativo es excelente, aunque es cierto que, debido a la duración del largometraje, los 15 minutos incluidos para poder acudir al servicio, comprar algún refrigerio y asimilar la primera parte de este largometraje hermosamente excesivo hacen que alguna de las muchas tramas tocadas se vuelva algo reiterativa.
Con 3 horas y 40 minutos de puro cine, The Brutalist asume la manera de contar una historia como las grandes películas de la época dorada de Hollywood. Me remito a títulos como Casablanca o Ben-Hur. Las 10 nominaciones a los Óscar son la estampa final de lo que probablemente sea uno de los títulos más importantes de la última década.

El Momento:
Imposible elegir uno. En mi cabeza permanece ese instante de satisfacción en el que Laszlo termina el encargo de una biblioteca, observa su obra terminada y se inunda de esperanza.
Te encantará si…
Sencillamente acudes a la sala de cine y te permites unas horas para disfrutar del cine como antes se disfrutaba: sin prisas, sin pausas y abriéndote en canal para ser bombardeado con múltiples emociones.
Lo Mejor:
- Guy Pearce y Felicity Jones, insuperables dentro de sus personajes.
- Su poderoso estilo visual.
- Su fascinante guion, capaz de transitar por múltiples capas entre la catarsis y el existencialismo.
Lo Peor:
- La tibia crítica al concepto del famosísimo sueño americano.
- Los retratos de las clases altas de la época y la psique de estos nuevos ricos en pro de conceptos mucho más oníricos y contemplativos. Aunque son muy enriquecedores visualmente, resultan poco efectivos en el desarrollo de ciertos personajes.
Javier Granados.


