sábado 22 noviembre, 2025

Ante una Hipotética Agresión Rusa a Moldavia (II)

moldavia

Trabajo Social Militar y Civil OTAN -UE (II)

TSM y TSC en el Marco OTAN-UE

El escenario de una agresión rusa contra Moldavia desencadenaría una crisis humanitaria regional, con efectos en cascada sobre la seguridad europea, los flujos migratorios, el mantenimiento del Estado de bienestar y la cohesión social tanto dentro de la UE como en países limítrofes.

El presente artículo se inscribe en una línea emergente de investigación sobre la función estratégica del Trabajo Social en contextos de seguridad internacional, donde convergen misiones militares, dispositivos humanitarios y respuestas sociales coordinadas.

El carácter prospectivo de este análisis no obedece a un ejercicio de especulación, sino a un imperativo metodológico propio del Trabajo Social en contextos civiles y militares: anticipar escenarios para fortalecer la capacidad de respuesta institucional, comunitaria y humanitaria ante una eventual escalada bélica.

A diferencia de los enfoques centrados exclusivamente en capacidades militares o cálculos diplomáticos, este artículo coloca el foco en el componente social del conflicto, articulado desde las lógicas del Trabajo Social Militar y Civil aplicado en el marco OTAN-UE, frente a una hipotética agresión del régimen de Putin contra Moldavia.

Las recientes maniobras con fuego real desarrolladas por la OTAN en Rumanía (DACIAN FALL 2025) deben interpretarse como parte de una estrategia de prevención integral, donde la defensa no es solo despliegue militar, sino también protección de poblaciones vulnerables, refuerzo de infraestructuras críticas, coordinación civil-militar y preparación de dispositivos de emergencia. Estas prácticas, habituales en la doctrina OTAN, responden a un riesgo real, documentado y monitorizado, altamente relevante para los sistemas de bienestar de la región: una posible ampliación de la agresión rusa hacia Moldavia.

En este delicado punto de equilibrio geopolítico, la línea fronteriza entre Rumanía y Moldavia se configura como un umbral social y estratégico que podría definir no solo la estabilidad del flanco oriental europeo, sino la capacidad futura de la Unión Europea para sostener su modelo —sui generis y único— de civilización basada en los derechos fundamentales, la cohesión económica-social y la solidaridad territorial. Desde la óptica del Trabajo Social, esta frontera representa el lugar donde confluyen riesgos humanos, necesidades de protección civil, movimientos poblacionales potenciales y exigencias de coordinación entre sistemas nacionales e institucionales OTAN-UE.

La creciente fragilidad del flanco oriental, agravada por la prolongación devastadora de la guerra en Ucrania, configura un escenario donde Rusia podría extender su influencia militar hacia Moldavia, con especial interés en la región separatista de Transnistria. Aunque hipotético, este riesgo constituye un elemento recurrente en informes de inteligencia aliados y agencias europeas (NATO, 2024; EUISS, 2024) por su impacto potencial sobre la estabilidad social, los flujos de desplazamiento forzoso y la gestión de crisis humanitarias.

La plausibilidad de este escenario es moderada-alta, y su lectura desde el Trabajo Social —civil y militar— resulta imprescindible para comprender las consecuencias humanas y comunitarias que acompañarían a cualquier alteración del equilibrio regional. Moldavia carece de garantías colectivas de defensa y soporta presiones geopolíticas rusas persistentes, especialmente a través de la instrumentalización de Transnistria. Este panorama no solo compromete su seguridad, sino también la resiliencia social, la protección de sus grupos vulnerables y la capacidad del Estado para sostener servicios esenciales.

Trabajo Social OTAN-UE y la Anticipación al Impacto Social

Un exhausto frente ucraniano incrementaría la probabilidad de una conexión terrestre entre Crimea y la región separatista, alterando el equilibrio estratégico del mar Negro y generando un escenario de vulnerabilidad social extrema, donde se activarían riesgos de desplazamientos masivos, interrupciones de suministros, fracturas comunitarias y tensiones internas susceptibles de ser explotadas por actores híbridos. En este tipo de contextos, el Trabajo Social Militar y Civil juega un papel crítico: anticipar el impacto sobre la población, fortalecer la coordinación entre instituciones y preparar dispositivos de apoyo psicosocial, acogida, protección civil y sostenimiento comunitario.

A ello se añade que las elecciones moldavas y su creciente polarización han sido objeto de injerencias rusas verificadas —según la OSCE y la Unión Europea— con efectos directos sobre la estabilidad institucional, la cohesión social y el bienestar de la población. Para el Trabajo Social, este fenómeno supone un desafío añadido: cómo proteger la integridad democrática, prevenir la desinformación, sostener las redes comunitarias y disminuir la vulnerabilidad ciudadana frente a la manipulación externa.

Desde esta perspectiva, el Trabajo Social —tanto en su versión civil como militar— ofrece metodologías esenciales para comprender no solo el conflicto, sino sus efectos sobre la vida cotidiana, la resiliencia comunitaria y la capacidad de los Estados y organizaciones internacionales para responder de manera integrada.

Análisis Prospectivo y Escenarios de Conflictos

El análisis prospectivo aplicado a escenarios de conflicto es una herramienta metodológica clave para anticipar impactos, planificar capacidades de respuesta y orientar políticas públicas y estrategias institucionales. En el ámbito de la OTAN y la UE, esta metodología se utiliza para construir marcos de contingencia ante crisis futuras, combinando datos históricos, variables geopolíticas, proyecciones de inteligencia y análisis de actores.

La hipótesis de una agresión rusa sobre Moldavia se sustenta en un entramado de factores geoestratégicos que, vistos desde el Trabajo Social militar y civil, adquieren una dimensión humanitaria crítica: la presencia permanente de tropas rusas en la región separatista de Transnistria —un enclave prorruso que funciona como plataforma de presión política, militar y social— mantiene a la población local en una situación de vulnerabilidad crónica; la debilidad estructural del Estado moldavo en materia de defensa, protección civil y resiliencia comunitaria convierte al país en un objetivo plausible.

En el supuesto de que Ucrania pierda capacidad operativa o sufra un colapso institucional; el historial de operaciones híbridas, desinformación, anexiones encubiertas y tácticas no convencionales aplicadas por Rusia en Crimea, Donbás o Georgia anticipa un patrón de intervención con severas consecuencias sobre la seguridad humana y la cohesión social.

El interés de Moscú en consolidar un corredor territorial que conecte el suroeste ucraniano con Transnistria no solo alteraría el equilibrio militar del mar Negro, sino que activaría escenarios de desplazamientos masivos, ruptura de servicios esenciales, desestabilización comunitaria y una urgente necesidad de coordinación entre misiones militares, instituciones civiles y dispositivos de Trabajo Social para mitigar el impacto sobre la población.

Descripción del escenario

El escenario previsto contempla un ataque ruso articulado en tres fases que, desde la óptica del Trabajo Social civil y militar, dibuja un horizonte de ruptura social profunda.

El inicio es una fase de desestabilización interna mediante campañas de desinformación, sabotajes selectivos y activación de actores prorrusos locales cuyo objetivo sería erosionar la cohesión comunitaria y generar miedo, desconfianza institucional y fragmentación del tejido social.

En segundo lugar, una operación militar limitada bajo el pretexto de “proteger a la población rusoparlante de Transnistria”, replicando patrones ya utilizados en Osetia del Sur y que, más allá de su dimensión bélica, produciría un impacto inmediato sobre la seguridad humana, los servicios esenciales y la integridad de las comunidades locales.

Finalmente, una ocupación estratégica de Tiráspol, Bender y los accesos al Dniéster, acompañada por la imposición de un gobierno títere que bloquearía la salida occidental de Moldavia y sometería a la población a un régimen de control político y social incompatible con la protección de derechos y el bienestar comunitario.

Un escenario así desencadenaría un incremento explosivo de personas desplazadas internas y refugiadas, una crisis de seguridad regional y una solicitud inmediata de apoyo moldavo a la OTAN, la Unión Europea y sus agencias humanitarias. Las repercusiones serían inmediatas: una crisis humanitaria aguda en Chisináu y en las zonas fronterizas con Rumanía, con flujos que podrían alcanzar los 500.000 refugiados en el primer mes.

El impacto psicosocial severo sobre la infancia, las personas mayores y las víctimas de violencia de género —grupos especialmente sensibles en contextos de guerra según la doctrina OTAN-UE de protección civil y social— podrían desembocar en un colapso de las capacidades locales de acogida y atención social.

En este escenario se produciría una reacción coordinada de la OTAN y la Unión Europea con el despliegue de fuerzas multinacionales de estabilización, mecanismos de defensa fronteriza y equipos de intervención rápida en protección civil y Trabajo Social, indispensables para sostener a las comunidades afectadas, garantizar la asistencia humanitaria y evitar el deterioro irreversible del tejido social.

Refugiados: Magnitud, Duración y Previsiones Operativas

Las capacidades locales de acogida y atención social quedarían rápidamente desbordadas tanto en Moldavia como en Rumanía. La presión sobre los sistemas de bienestar, los servicios sociales municipales, los recursos de emergencia y las organizaciones humanitarias exigiría un modelo de intervención multinivel en el que la cooperación OTAN-UE fuese imprescindible para sostener la operatividad en terreno y evitar un colapso social regional.

La reacción coordinada entre la OTAN y la Unión Europea activaría mecanismos de defensa en frontera, el despliegue de fuerzas multinacionales de estabilización y el envío de equipos de intervención rápida en protección civil y ayuda social. La articulación de estos dispositivos con las agencias humanitarias, los servicios sociales locales y los equipos de Trabajo Social permitiría mitigar, aunque no evitar, el deterioro del tejido comunitario y la erosión del bienestar de la población.

Caracterización Prospectiva del Desplazamiento Forzoso

La caracterización prospectiva del fenómeno desde una perspectiva humanitaria y de Trabajo Social, estás estructurada en cuatro dimensiones analíticas: el enfoque metodológico utilizado, los escenarios estimados de desplazamiento, el perfil social de las poblaciones afectadas y la previsión temporal-geográfica de la distribución resultante.

El análisis se sustenta en una triangulación rigurosa de datos históricos de desplazamiento masivo (Kosovo, Ucrania, Siria), proyecciones operativas de ACNUR y OIM, y simulaciones estratégicas elaboradas por centros europeos de estudios de seguridad. Este marco metodológico permite anticipar no solo la magnitud del flujo, sino también sus implicaciones para la protección de personas vulnerables, la gestión de recursos y la construcción de dispositivos de acogida.

El modelo trabaja con variables clave que determinan la respuesta humanitaria y social: la magnitud estimada de los desplazamientos —distinguiendo entre movimientos internos y transfronterizos—; el ritmo de movilidad y los picos previstos durante los primeros 90 días; el perfil socioeconómico y de vulnerabilidad de la población desplazada, esencial para planificar intervenciones de Trabajo Social; la capacidad de absorción de los países vecinos, especialmente Rumanía, Ucrania occidental y Bulgaria; y la capacidad de respuesta institucional de la OTAN y la Unión Europea a través de sus mecanismos de protección civil, asistencia humanitaria y apoyo social.

Se adopta un enfoque mixto cualitativo-cuantitativo basado en escenarios múltiples, permitiendo proyectar los posibles impactos sociales, humanitarios y de seguridad humana en un contexto de alta volatilidad geopolítica.

Desplazamientos, Refugiados y Distribución Territorial

El estallido de un conflicto en Moldavia activaría tres posibles escenarios progresivos de desplazamiento masivo, cuyos impactos humanitarios y sociales serían de una gravedad creciente.

En un escenario moderado, los flujos podrían alcanzar los 250.000 refugiados y alrededor de 100.000 desplazados internos, concentrándose principalmente en Rumanía y el oeste de Ucrania durante un periodo estimado de 6 a 12 meses.

 En un escenario severo, las cifras escalarían hasta los 500.000 refugiados y 300.000 desplazados internos, con un impacto regional que obligaría a Rumanía, Bulgaria y Polonia a absorber y relocalizar población durante un periodo de 12 a 18 meses.

En el escenario más extremo, catalogado como catastrófico, el número de refugiados superaría el millón y los desplazamientos internos rebasarían los 500.000, generando una carga prolongada sobre Rumanía y sobre el conjunto de la Unión Europea durante más de dos años.

Estas proyecciones se fundamentan en estimaciones de ACNUR, Frontex y centros de seguridad europea adaptadas al contexto moldavo, e indican una presión humanitaria inédita en la región.

El perfil demográfico esperado confirma que mujeres y niños constituirían entre el 60% y el 70% de la población desplazada, seguidos por un 12% a 15% de personas mayores y personas con discapacidad, mientras que minorías vulnerables —como la comunidad roma, rusoparlantes opositores y disidentes políticos— presentan un riesgo elevado, aunque sin datos consolidados.

Este mapa de vulnerabilidades exige intervenciones diferenciadas, protocolos de protección reforzada y una acción integrada del TSC y el TSM para garantizar seguridad, accesibilidad, apoyo psicosocial y mecanismos de resiliencia comunitaria desde las primeras horas de la crisis.

La distribución territorial de los flujos se concentraría inicialmente en los corredores humanitarios hacia Rumanía, particularmente en las áreas de Iași, Galați y Bucarest, que funcionarían como nodos de tránsito, recepción y derivación. Paralelamente, se habilitarían asentamientos temporales en la franja fronteriza moldavo-rumana para la atención inmediata de desplazados internos. En fases posteriores, se activarían reasentamientos secundarios hacia Estados miembros del Mecanismo de Protección Temporal de la UE —como Alemania, Francia, Italia o España—, donde se desplegarían dispositivos de acogida, adaptación social y acompañamiento psicosocial a largo plazo.

El TSC y el TSM desempeñarían un papel estratégico en este proceso, coordinando la recepción, el registro, la orientación y el seguimiento de las personas desplazadas. Su intervención abarcaría la identificación rápida de perfiles vulnerables, el diseño de itinerarios de protección, la mediación comunitaria, la asistencia emocional y la articulación entre agencias militares, humanitarias y civiles para evitar la desestructuración social y garantizar la continuidad de cuidados.

Dispositivos y Estrategias de Intervención

La coordinación entre TSM y TSC sería crucial para garantizar que la respuesta psicosocial sea coherente, escalable y sostenible. Ambos componentes deben actuar de manera complementaria: el TSM estabilizando a las unidades militares y zonas en conflicto, y el TSC sosteniendo la intervención comunitaria, el apoyo a familias, la gestión de crisis y la reconstrucción del tejido social. Solo esta convergencia permitiría minimizar el daño psicológico y preservar la resiliencia humana en un conflicto que, por su naturaleza, afectaría tanto a la estructura del Estado como a la vida cotidiana de miles de personas.

Los expertos recomiendan un dispositivo híbrido civil-militar para afrontar un eventual escenario de crisis, basado en mecanismos de intervención rápida y protección social reforzada.

Los equipos móviles de intervención psicosocial asumirían la primera atención emocional y la derivación urgente, bajo liderazgo del Trabajo Social Civil (TSC) con apoyo de unidades militares de sanidad (TSM).

Los centros de estabilización emocional ofrecerían acogida inmediata post-trauma, gestionados por psicólogos, trabajadores sociales y personal sanitario militar en coordinación permanente.

En los campamentos, programas de apoyo grupal reducirían el aislamiento y reconstruirían vínculos comunitarios, impulsados por ONG, equipos de TSC y organizaciones locales.

La intervención culturalmente adaptada sería clave para mediar con minorías vulnerables —roma, rusoparlantes y otras— a través de especialistas en TSC y mediadores lingüísticos.

Finalmente, mecanismos conjuntos de alerta y protección de la infancia, coordinados entre TSC, TSM y UNICEF, buscarían prevenir abusos, explotación y desapariciones en contextos de alta movilidad.

El enfoque general prioriza la protección integral de las personas vulnerables, la coordinación multinivel entre OTAN y UE y la adaptación cultural como eje operativo de toda intervención.

Estrategias de Apoyo a Combatientes y Excombatientes

En los conflictos contemporáneos, la atención al bienestar psicosocial de los combatientes se ha convertido en un eje esencial de la seguridad y la cohesión militar.

La fase previa al despliegue incluye sesiones de fortalecimiento emocional, intervenciones motivacionales y entrenamiento para la gestión del miedo, concebidas para preparar al soldado frente al estrés anticipado del combate.

Durante la fase en zona de operaciones, los equipos despliegan puntos de apoyo emocional, activan protocolos de intervención rápida ante crisis y garantizan canales seguros de comunicación con el entorno familiar, elementos que sostienen la estabilidad psicológica en medio de la presión bélica.

Tras el retorno, la fase de postcombate y reintegración combina procesos de desmovilización, reinserción laboral, acompañamiento psicológico especializado y estrategias de prevención del suicidio y del aislamiento postmisión, factores decisivos para evitar secuelas crónicas.

A lo largo de todas estas etapas, el Trabajo Social Militar interviene de forma directa y continuada, mientras que el Trabajo Social Civil se incorpora especialmente en la reintegración y en la reconstrucción del tejido social postbélico, en coordinación con los sistemas nacionales de salud y bienestar social.

Fortalezas y Debilidades del TS Militar y Civil OTAN-UE

El Trabajo Social Militar (TSM) y el Trabajo Social Civil (TSC) en el marco OTAN-UE cuentan con fortalezas decisivas para operar en contextos bélicos de alta complejidad. Destaca su capacidad de despliegue rápido en zonas de conflicto, apoyada en estructuras logísticas consolidadas como las de la Fuerza de Respuesta de la OTAN, capaces de activar equipos psicosociales y humanitarios en horas.

A esta ventaja operativa se suma una amplia experiencia acumulada en intervención psicosocial en entornos multiculturales, fragmentados étnicamente o expuestos a traumas colectivos prolongados, un conocimiento especialmente relevante en escenarios como Moldavia o el flanco oriental europeo.

El trabajo social europeo y atlántico dispone además de un marco programático sólido: desde la Estrategia Global de la UE (2016) hasta la doctrina de resiliencia de la OTAN (2021) y los programas europeos de protección civil y gestión de emergencias, que permiten integrar la respuesta social en los planes de defensa y seguridad.

La presencia activa de redes internacionales de ONG y agencias humanitarias aporta un tejido de cooperación que facilita la coordinación entre unidades militares, autoridades civiles y comunidad internacional en las fases de emergencia, estabilización y reconstrucción.

Asimismo, el progresivo énfasis en el enfoque de género, la protección de la infancia y los derechos humanos en misiones civiles y militares refuerza la calidad ética y operativa de las intervenciones sobre el terreno.

Pese a estas fortalezas, el análisis prospectivo revela brechas estructurales que comprometerían la capacidad de respuesta en una eventual agresión rusa contra Moldavia. La ausencia de una institucionalización formal del Trabajo Social Militar en varios Estados miembros de la OTAN y la UE dificulta su despliegue con un estatus jurídico claro y competencias plenamente reconocidas.

A ello se añaden fuertes asimetrías en la asignación de recursos humanos y financieros para el componente civil, especialmente entre países del Este —más expuestos al riesgo— y Estados del Oeste con mayores capacidades presupuestarias.

La interoperabilidad entre fuerzas militares, estructuras civiles y actores no estatales sigue siendo débil, lo que genera fricciones en la gestión de crisis sociales derivadas del conflicto armado y limita la eficiencia en la protección a desplazados, víctimas de violencia y comunidades vulnerables.

También persiste una insuficiente formación específica en intervención en zonas de combate para trabajadores sociales, civiles y militares, un déficit crítico en escenarios de guerra híbrida, ocupación prolongada o violencia irregular.

A estas limitaciones se suma la falta de reconocimiento profesional y jurídico del trabajo social dentro de los marcos de defensa, seguridad y cooperación internacional, lo que reduce su peso estratégico en decisiones operativas de alto nivel.

En conjunto, estas debilidades evidencian la necesidad urgente de reforzar, profesionalizar y sistematizar el papel del TSM y el TSC como pilares fundamentales de la seguridad humana, la mitigación del trauma y la reconstrucción social en cualquier escenario de agresión militar en Europa oriental.

Propuestas de Mejora del TSM y TSC en el Marco OTAN-UE

Ante una hipotética agresión rusa contra Moldavia, la necesidad de reforzar la arquitectura social, humanitaria y militar de la OTAN y la UE se vuelve ineludible. El Trabajo Social Militar (TSM) y el Trabajo Social Civil (TSC) deben evolucionar hacia un modelo más profesionalizado, integrado y operativo, capaz de responder a crisis masivas de desplazamiento, trauma colectivo y ruptura institucional. En este marco, la primera prioridad es la profesionalización del TSM y del TSC dentro de la doctrina OTAN, asegurando su reconocimiento pleno, su incorporación explícita en los manuales operativos y su participación en la planificación estratégica previa al estallido de cualquier conflicto.

Un segundo eje consiste en integrar trabajadores sociales en todas las fases de la misión, desde la preparación previa al despliegue hasta las operaciones de estabilización y la reconstrucción postbélica. Su presencia continua permitiría detectar vulnerabilidades, gestionar crisis psicosociales en tiempo real y garantizar la protección de civiles y combatientes en condiciones extremas.

Asimismo, se vuelve imprescindible reforzar las alianzas OTAN-UE en el ámbito humanitario y social, articulando protocolos comunes de actuación en fronteras, campamentos de desplazados y zonas urbanas afectadas. Estas alianzas deben reflejarse en misiones conjuntas donde el componente social tenga peso real dentro del mando estratégico.

Otra mejora clave es la creación de una estructura permanente de TSM/TSC en misiones multinacionales, con equipos mixtos capacitados para intervenir de forma rápida, con interoperabilidad asegurada y con competencias definidas en materia de protección civil, apoyo emocional, gestión de refugio y asistencia en crisis.

Por último, la consolidación del sistema exige mecanismos de evaluación y retroalimentación que permitan revisar intervenciones, corregir fallos y ajustar protocolos de forma dinámica, siguiendo estándares internacionales de calidad humanitaria.

A estas propuestas se suman cuatro vectores estratégicos que condicionarán el éxito de cualquier respuesta social ante una crisis en Moldavia. En primer lugar, la coordinación OTAN-UE en la gestión de refugiados, esencial para evitar colapsos logísticos y asegurar rutas seguras de evacuación y reasentamiento. En segundo término, los desafíos de integración en las sociedades receptoras, donde las tensiones culturales, administrativas y económicas exigirán intervenciones sólidas del TSM y TSC.

En paralelo, es fundamental reconocer el potencial de los refugiados como agentes de cambio, capaces de aportar capital humano, dinamismo comunitario y nuevas formas de resiliencia social en los países de acogida. Finalmente, la eficacia de la ayuda humanitaria dependerá de la centralidad del enfoque intercultural, imprescindible para intervenir en poblaciones diversas —roma, rusoparlantes, minorías étnicas y religiosas— con sensibilidad, competencia técnica y legitimidad social.

En conjunto, estas propuestas configuran una hoja de ruta operativa para fortalecer el papel social y humanitario de la OTAN y la UE ante un posible conflicto en el flanco oriental, alineando defensa, protección civil y reconstrucción social bajo un mismo marco estratégico.

Fuentes

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