Juan Manuel Beltrán
Cuando la arquitectura funciona (Día de la Constitución)
Ha muerto Frank Gehry, un genio. Este arquitecto era capaz de crear espacios que lo cambiaban todo y este genio se enamoró de Bilbao y Bilbao se enamoró de su creación para cambiar y volver a la vida del hombre abandonando dejando atrás el cadáver de una ciudad anclada en la revolución industrial. Hoy Bilbao permanece en la modernidad del hombre tratando de mantenerse digna del regalo del Guggenheim, el edificio que se enraizó en la negación de lo humano para elevarse hacia otro plano en el que el hombre está presente en sus mejores vivencias. Gehry, heredero de la Bauhaus vienesa del mejor periodo de aquel imperio, el periodo de 1900, siempre pensó en cómo la arquitectura debía servir al hombre para hacerle la vida más plena, más armónica con su propia naturaleza y que todo fluyera con una naturalidad que sorprendía por su simpleza: una vez terminado el museo todo parece obvio, como debe aparecer la genialidad conseguida.
Las artes al servicio de la humanidad, como la arquitectura, olvidan, en muchas ocasiones, su verdadera meta, su razón de ser, pero cuando el logro se manifiesta en toda su plenitud actúa como un renacimiento que perdona a la mayoría, que se entrega a otros objetivos. Frente a una arquitectura adocenada que olvida la vida del hombre como el centro de toda su razón de ser, al servicio exclusivo de la rentabilidad y el dinero, la función y la armonía se manifiestan en toda su plenitud consiguiendo espacios al servicio del hombre y la ciudad. Toda especie busca un espacio desde el que construir su vida y la seguridad del individuo y debería ser la arquitectura la constructora de esos espacios vitales en los que el hombre pueda manifestarse para elevar su existencia. Hoy, muerto el genio, volveremos a ver edificios clonados, espacios que niegan su función primigenia y una estética cercenada y cutre que afea el entorno y deja las ciudades convertidas en páramos de depresión y negación.
No soy experto en la cuestión y no tengo datos como para asegurar que Bilbao es el mejor ejemplo de cómo lograr algo semejante a lo que Gehry consiguió con su museo. Posiblemente la Ópera de Sydney, en época moderna, también consiguió algo parecido, pero no creo que llegara a tener el mismo impacto en la vida de la ciudad que ha tenido el Guggenheim. Hoy no sólo llora Bilbao añorando a su moderno fundador, hoy lloramos todos por el espacio que ha perdido el ser humano, por las ciudades perdidas que ya no albergan hombres, sino que acogen masas en transición y por la pérdida de objetivos. Olvidado Protágoras y su máxima -el hombre es la medida de todas las cosas- sólo queda la manifestación de la rentabilidad y el dinero como única medida de la actividad del ser humano.
Cuando os encontréis otra vez, o por primera vez, ante esa genialidad que crea, cada día, el milagroso movimiento del metal buscando nuevas luces y el refresco de la lluvia o el calor del sol, acordaros de que, de vez en cuando, la magia nos visita para que no olvidemos despreciar a la mediocridad.
Amaneceres
Una de las escasas ventajas de dormir poco es poder contemplar el despertar del día sobre el horizonte del mar, ese mar que, como en teoría decía Colón, era un bálsamo diario para nosotros: “El mar dará a cada hombre una nueva esperanza, como el dormir le da sueños”. Cada amanecer es distinto, único, y nos ofrece la posibilidad de pensar que el día que nace será distinto, exclusivo y especial. Una posibilidad que se convertirá en algo real en función de lo que nosotros seamos capaces de crear en las horas que el día nos regala. La naturaleza se muestra espléndida si uno sabe disfrutar de sus regalos y apreciar sus matices, sus cambiantes luces y sus paisajes, aunque esos paisajes deben elevarse por encima de la pobre contribución que hace el hombre con su obra. Nunca, jamás, la obra del hombre puede alcanzar la sublime belleza de un mar siempre distinto, de un amanecer en la montaña o de igualar el suave calor del sol de invierno acariciando el hielo de la escarcha en los campos dormidos.
Cada amanecer, cada rayo de sol sobre las nubes que se alzan sobre el horizonte enrojecido es una creación única, un espectáculo que podemos contemplar sabiendo que no se repetirá jamás. Las gaviotas vuelan a contraluz y parecen celebrar los nuevos afanes con la esperanza de poder comer y llegar a un mañana para ellas incierto, pero sus vuelos parecen felices y tranquilos. Los colores del mar van cambiando, la línea del horizonte se hace de plata mientras la luz se adueña de todo lo que ha permanecido dormido en la oscuridad o asombrado del reflejo de la luna sobre el agua. Todos los días me siento frente a la ventana viendo y escribiendo sobre lo que el día de ayer ha generado en el mundo del hombre, pero este otro mundo, el que siempre ha sido, me recuerda que la suya es la verdad que permanece inmutable en su eterno cambio.
No importan las horas que has permanecido despierto o cómo hayas dormido: el amanecer aguarda con esa nueva esperanza, con ese día que espera para celebrar lo que podamos crear y disfrutar, pero lo normal es que el ser humano no se detenga -no puede -a disfrutar y agradecer el regalo recibido. No miramos, no somos capaces de apreciar lo que la naturaleza ofrece en todas sus manifestaciones, no somos capaces de mirar hacia arriba y contemplar, absortos, las cambiantes formas de las nubes en el cielo, los olores que nos traen las mareas o los sonidos que hablan de calma y placer. Vivimos condenados, sin remedio, a cumplir con los afanes que nos son impuestos o elegidos pero, al fin y al cabo, condenas que nos ciegan los ojos y adormecen nuestros sentidos para que no podamos disfrutar de lo que deberíamos apreciar constantemente.
Mientras acabo de escribir estos párrafos, el sol ya se ha elevado y deja ver su espléndido poder para recordarme que no somos ni contamos nada, que él seguirá impasible en su eterno camino circular mientras los hombres acabarán convertidos en un lejano sueño de la tierra, ya pasados, olvidados y ciegos ante la riqueza que no supieron apreciar. Os dejo para disfrutar de ese mar y de ese sol que me reciben todos los días agradeciendo mi atención como una extraña fruta regalada por mí. Os aseguro que disfruto del espectáculo cada uno de los días que mi jubilación me ha regalado.
Cuatro líneas para el desprecio
Me pasan la edición electrónica del libro de Juan Carlos I y, a pesar de las dudas y pocas ganas de dedicarle tiempo al engendro, abro el archivo y, en un segundo, se confirma que no voy a atender su demanda de atención. Sólo con las cuatro primeras líneas del índice es suficiente como para entender que el contenido es una demostración de soberbia, victimismo y reivindicación sobre lo injusto de su situación. Copio esas penosas líneas que justifican mi rechazo:
Primera parte. En la soledad del desierto:
1.- A mi pesar
2.-¿Dónde está mi hogar?
3.- La separación
4.- Marginado
Lo que Juan Carlos ha sido, es y será, ya es materia de la historia y lo que hoy hace es negar la esencia misma de su coronación: el equilibrio, la neutralidad y la moderación. Juan Carlos se ha convertido en una presencia extraña y molesta que distorsiona la normal actividad institucional de la jefatura del estado. Si muchos hemos podido abstraernos del momento presente para valorar pasadas e innegables contribuciones, su patética realidad actual, su revanchismo y búsqueda de imposibles justificaciones, empiezan a desequilibrar la balanza de la equidad en favor de un rechazo completo a su figura, su legado y su repugnante presente de viejo vengativo.
Juan Carlos ha dilapidado su legado, ha enturbiado la asumida realidad de la corona y ha puesto a su propio hijo a los pies de los caballos ejerciendo de quintacolumnista en el seno de la Casa Real. Todo lo que estos días nos llega de este patético fantasma es vomitivo y deja, descubiertos y conocidos, todos los defectos de su carácter soberbio, más bien totalitario y añorante de una monarquía que nadie quiere. El papel de Juan Carlos, en el fondo, se adaptó mejor a lo que podríamos llamar función ejecutiva más que a la distancia impuesta por la Constitución que firmó: Juan Carlos pudo y quiso dirigir la vida política de España y ahora se encuentra alejado del poder, la influencia, la corrupción interna -sigue viviendo de los favores de un régimen deleznable – y sólo disfruta de las ventajas que un grupo, más bien camarilla, de incondicionales que le otorgan atención.
Tengo el firme propósito de no ocupar mi tiempo ni mi atención con nada que, en el presente o en futuro, venga de este personaje que, por su propia voluntad y sin ayuda de nadie, ha conseguido abandonar el elevado puesto que la historia le otorgaba para sumirse en las sentinas del asco, la repulsa y el desprecio. Que otros cumplan su función, investiguen y escriban lo que quieran, que como dice la sentencia, “Por sus actos los conoceréis”.
Y0 ya lo he conocido, gracias.


